Capitulo 11.

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Ven a jugar conmigo, James. Amelia puso los codos sobre el escritorio de él, apoyó en ellos la barbilla y adoptó una expresión de lástima.

James sabía que estaba haciendo lo posible por convencerle de que dejara de trabajar, pero no se atrevía a hacerle ver que estaba encantado de unirse a ella. Había tratado de despejar su agenda de las próximas semanas, consciente que los preparativos de la boda le ocuparían mucho tiempo.

No obstante, tenía algo pendiente antes de poder tomarse vacaciones.

— Hoy no puedo ir a ninguna parte, Amelia. Mañana tengo una reunión importante con la junta directiva.

— Y?

— Y debo estar preparado.

— Cómo? —miró las carpetas extendidas en la mesa.

— Tengo que revisar varios documentos.

— Estos son los informes?

— Sí.

— Están terminados?

— Sí.

— Los has leído ya una vez?

— Sí.

— Entonces, por qué tienes que volver a hacerlo?

James suspiró.

— Porque no quiero olvidar ningún punto importante.

La joven hizo una mueca.

— Cómo si eso fuera posible! Los dos sabemos que tienes una memoria fotográfica.

Se acercó más y su blusa dejó al descubierto parte de sus pechos.

— Vamos, James —murmuró con tono seductor—. Solo una hora.

El hombre no se movió, le costó mucho trabajo apartar la vista de la suavidad de la piel de ella y el aroma limpio de su cabello.

— No seas aguafiestas —siguió Amelia—. Solo quedan unos días de libertad. En cuanto te cases con Anne, estos momentos serán muy raros.

— Por qué?
La joven arrugó la nariz.

— Porque a las esposas no le gustan este tipo de cosas. No alientan a olvidar el trabajo durante una tarde. Solo lo hacen los amigos.

James vaciló, consciente de que sería mejor para todos rehusar. Por algún motivo, últimamente le costaba trabajo recordar que Amelia era su amiga... y solo su amiga.

— Te invito a una cerveza —le susurró ella al oído.

Un cosquilleo extraño surgió de aquel punto y se extendió hasta su bajo vientre. Se puso en pie con brusquedad.

— Eres terrible, sabes?
La joven sonrío.

— Por eso te gustó tanto.

James pensó que quizá le gustaba demasiado, pero se esforzó por olvidarlo. Después de todo, se trataba de su amiga más antigua y querida y, como ella misma había dicho, esos momentos serían ya raros en el futuro.

— De acuerdo —concedió— . Pero esta vez pagarás tú.

Amelia lo llevó a un parque retirado donde habían montado un tiovivo y una noria en preparación para la feria de arte que tendría lugar allí una semana más tarde. Pagó veinte dólares al mozo del tiovivo y lo convenció de que los dejara montar diez minutos completos sin molestarlos.

— Bueno, por qué vas a casarte con Anne? —preguntó en mitad de una de las vueltas.

— Ya te he contado mis razones.
La joven hizo una mueca.

Te Quiero para míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora