Capítulo Uno: El llamado

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"Una dedicatoria especial a Anahid Galán, quien tuvo la idea original que le dio vida a esta obra. Espero que esa luz que tienes te ilumine siempre, y con mucho amor te digo gracias."

La ciudad de Bolton tenía pocos pobladores, un lugar aislado y conocido por su escases de recursos, por la delincuencia que colma las calles bajo el sol y la luna, y por la poca cantidad de seres mágicos.  Era extraño encontrar magos en ese lugar, ni hablar de brujos, ogros o algún tipo de bestia, en esta tierra la magia si parecía cosa de un cuento. 
 

Sin embargo, aun en los pantanos pueden habitar hermosas flores, o los valiosos tesoros, y eso era lo que tenía ese poblado, sin darse cuenta, entre ellos vivía una joven con un potencial inmenso, que hasta ese momento, no había podido desarrollar. Pero sin que se lo espere, el destino iría a buscarla, llamándola a la aventura. 
 

Nayla, con sus dieciocho años, lidiaba con terminar sus estudios y con un trabajo en un local de comida rápida. El colegio era publico, así que no había necesidad de un uniforme, las paredes carecían de pintura y de brillo, todo el edificio y la enseñanza estaban falto de interés para cualquiera, y ella salía tranquila, conectando sus auriculares, sabiendo que la música le devolverá algo de energía, pero alguien se interpondría en su camino.  
 

—Hola, soy Kyros, tu debes ser Nayla, ¿no es así? 
 

Ella queda congelada. Jamás había visto a ese chico, no era uno de sus compañeros de escuela, y tampoco podía ser un amigo, porque ella no tenía amistades, se veía amigable, y eso la hacía desconfiar aun más. Así que, luego de un leve tartamudeo, se decidió responder. 
 

—Si. ¿Qué quieres? —pregunta, algo desconcertada. 
—Soy Kyros, tu guardián, uno de tus cuatro guardianes, los otros tres están en puntos muy lejanos, así que empaca tus cosas, te explicaré en el camino. 
—Dag, eso —voltea los ojos, ya sabía de lo que se trataba, con su mochila al hombro, solo esquiva al joven. 
—Espera, Nayla… —ella hace caso omiso al llamado, pero aun así debe insistir—. ¿Qué pensaría el padre Howard? 

Al oír ese nombre sus pasos cesan, el rencor y la impotencia llenan su pecho cuando su mente trae el recuerdo de esa noche tan fatídica, voltea de manera enérgica y vuelve hacia él, como si quisiera incinerarlo con su mirada. 
 

—No hables de él. Qué sabrás tú, ni siquiera lo conocías. 
—Sé que era como un padre para los niños que cuidaba, y dio su vida para protegerlos. —responde con un tono suave, intentando calmar a la joven. 
—Protegerlos de mi… —una lagrima traicionera escapa de sus ojos, cayendo por su mejilla, recorre su rostro y se evapora, cuando su cuerpo es tomado por un manto rojo, escarlata, aunque débil, puede ir en aumento. 

Kyros reconoce al instante ese brillo, es el de Kira, la reina bestia que mora en su interior, intentando escapar por medio de sus emociones. Nayla logra verlo, y respira hondo, trayendo paz a sus pensamientos, para que ese brutal poder no despierte de nuevo. 
 

—Nayla, no te conozco, pero sé lo que viviste, y puedo ayudarte para eso no vuelva a pasar. 
—Vine a esta ciudad para no tener relación con ningún ser mágico.  
—Pero por tu herencia vendrán muchas personas tras de ti, supongo sabrás que hay una oscura organización que busca a Kira desde la edad media.  
—Lo sé. Sueño con mis vidas pasadas cada noche. ¿Y cómo planeas ayudarme? 
—Soy un mago, te ayudaré a controlar todo el caudal de poder que corre por tu cuerpo. 
—¿Cómo puedo confiar en ti? Ni siquiera sé quien eres. 
—Bueno, me presento nuevamente, soy Kyros, tengo veintidós años, tu primer guardián, la Diosa Luna me encomendó la tarea de protegerte y llevarte con los demás guardianes, desde pequeños supimos que teníamos destinada la función de protegerte, pero recién ahora llegó el llamado, la Diosa se comunicó conmigo a través de mis sueños, de forma clara me especifico quien eras, por eso te encontré, ella me lo mostró. 
—¿Por qué llegaste recién ahora, donde están los demás guardianes, por qué la Luna no se comunica conmigo? 
—Entiendo, tienes muchas preguntas, para empezar, sabías que este día llegaría, es tu destino. 
—Puede que no quiera ese destino. 
… 
 

Una pequeña pausa se produjo en la conversación, hasta que la voz de Kyros vuelve a resonar. 
 

—Está bien, si no quieres seguirme no voy a forzarte, eres libre de elegir, entiendo que tienes mucho para asimilar, así que dejaré que lo pienses. Puedo ayudarte a controlar ese poder que mora en tu interior, pero siempre está en ti el dejar que te ayude, si quieres darme la oportunidad te esperaré mañana, por la mañana en la estación del tren de este pueblo. 
—Es una estación abandonada. 
—Ya sé que es una estación abandonada, será el lugar perfecto para empezar el entrenamiento. 
—¿Entrenamiento? 
—Si, no te retrases. —dice y se marcha, dejando la cabeza de Nayla en un vaivén de dudas.  

Ella logra conectarse los auriculares, pero la música no le causa ese efecto cotidiano, simplemente suena en sus oídos, pero no es escuchada. Al llegar a su hogar, un pequeño departamento que alquila, el desorden de días pasados la recibe, y no escatima en tirar su mochila a un costado, para dejarse caer en una cama desarreglada, tapar sus ojos con los brazos y lentamente quedarse dormida. 
 

En sus sueños, los recuerdos la asaltan, memorias de aquellos días en el orfanato, como las demás niñas la molestaban, y las monjas le gritaban cuando no respondía correctamente a sus tareas; era una niña asustada, en un lugar donde no quería estar. Pero no estaba sola, el padre Howard cuidaba de ella, y la ayudaba con sus tareas, hasta el fatídico día que puso fin a su vida. 
 

El reloj marcaba las veinte horas, y la última clase terminaba, la luna y el firmamento iluminaban al patio que tenían que cruzar para llegar a sus habitaciones, Nayla caminaba tranquilamente, hasta que la sonrisa siniestra de sus acosadoras hace reflejar su miedo. Baja la cabeza e intenta apresurar el paso, pero es en vano, rápidamente la rodean, y entre golpes se burlan de ella. 
 

Ella no podía defenderse, pero su ira crecía, y Kira abrió los ojos por primera vez, cegándola le quita a sus agresoras de encima, lastimándolas levemente, y ante el pavor de todos, se decide atacar para tomar sus vidas, y con la de cualquiera que se interponga a su paso. 
 

Entonces, las manos pequeñas de la niña se llenaron de sangre, pero no era la sangre que buscaba. Como un escudo, Howard puso su cuerpo, con los brazos extendidos en forma de cruz, para proteger a los niños de la feroz garra de Kira, que terminó atravesando su pecho, y él cayó al gélido suelo, donde le regaló una tibia sonrisa a Nayla en sus últimos segundos de vida. 
 

Al ver a la única persona que la había cuidado marchitarse en el pavimento, Nayla cobra el control de si misma, y llora de manera desconsolada ante una luna teñida de rojo, que la miraba indiferente. Entonces todo se vuelve blanco, y se escuchan las palabras de Kyros: “puedo ayudarte a controlar ese poder que mora en tu interior, pero siempre está en ti el dejar que te ayude” 
Y abre los ojos, para encontrarse con la madrugada en su ventana, sin más, cerró las cortinas, y se puso ropa más cómoda para volverse a dormir, aún pensando en las palabras de ese joven, ¿será tan malo darle una oportunidad?, solo el tiempo lo dirá.  
 

La mañana que la recibe es fresca, el sol brinda un suave alivio cuando su luz alcanza a los cuerpos. En la estación abandonada marcaban las nueve en el viejo reloj, y ella observa a su guardián, parado sobre una de las vías, con las manos en el bolsillo de su buzo negro, como toda su ropa, una prenda holgada que disimulaba un poco su pancita. 
 

—Llegué a pensar que no vendrías. 
—Dijiste a la mañana, no especificaste la hora. 
—Pero como estás aquí, supongo que viniste a darme una oportunidad. Que empiece el entrenamiento. 
 

Nayla, Amor, Magia y AventuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora