XXI| Ahogándose en la culpa

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Ahogándose en la culpa

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Ahogándose en la culpa

El sol se acababa de alzar en esa mañana de invierno, bañando con sus rayos matutinos las paredes blancas de su habitación.

Fayna se estiró por toda la cama, desperezándose.

Antes de que fuese capaz de coger su teléfono, escuchó el estridente timbre de su despertador. Bufó algo incoherente y remoloneó un par de minutos entre las sábanas antes de levantarse. Se sentó en el bordillo de la cama y parpadeó un par de veces cuando la luz le dio de lleno en el rostro.

No era capaz de captar ningún sonido proveniente de la parte de baja.

Solo había un extraño y acogedor silencio que la descuadraba por completo.

Después de que le sonara el despertador, solía escuchar el característico taconeo de su madre al subir las escaleras y como resonaba en forma de eco ante lo silenciosa que estaría. Luego oiría un par de golpes suaves en la puerta a la misma vez que su madre hablaba, anunciándole que se diera prisa si no quería llegar tarde.

Clavó la mirada en la puerta blanca esperando a escuchar cualquier cosa.

Lo que fuera.

Algo que no fuese el silencio en el que estaba sumida.

Pero no ocurrió.

Transcurrieron segundos, que luego se convirtieron en minutos y no sucedía absolutamente nada.

Solo si se enfocaba lo suficiente era capaz de captar retazos de los gruñidos de Hades.

Tragó saliva con dificultad al darse cuenta de que lo que había sucedido hace tres días no era una pesadilla de la que pudiese despertar, sino la pura realidad. Le sentó como si un jarrón de agua fría cayera sobre ella, helándola de cabeza a pies.

Nada de lo que solía pasar, volvería a ocurrir.

Nada que tuviese que ver con su madre estaría presente en su vida.

Sintió que se le estrujaba el corazón ante el pensamiento y le costaba respirar. Empezó a notar leves pinchazos en el pecho, que fueron aumentando su intensidad mientras que el nudo en su garganta solo se afianzaba con mayor fuerza.

Ni siquiera era consciente de las lágrimas que se escapaban de sus ojos, recorriéndole el rostro para terminar cayendo sobre su pantalón de pijama.

Desde que se marchó con Leo su ausencia había sido demasiado tangible. Al igual que dolorosa.

La echaba de menos, muchísimo.

A pesar de que su último intercambio de palabras que tuvieron en esa misma habitación no fue el mejor, fueron capaces de arreglar las cosas antes de que se marchara.

Yin. El bien dentro del malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora