Capitulo 13.

720 97 1
                                    


Amelia, James y Anne fueron a la futura tienda en el coche de James.

— Seguro que quieres poner una tienda de dulces? —preguntó Anne.

— Sí.

la otra la miró con una expresión de lástima y Amelia deseó por enésima vez que James no se hubiera tomado todo el día libre y organizado que su prometida los acompañara al edificio. Hubiera preferido estar a solas con su amigo.

A solas, en sus brazos, besándose...

Miró los tejanos bien planchados de Anne y su camisa blanca. Estaba segura de que James no le había explicado bien el proyecto. Había llevado consigo una bolsa llena de muestras de pinturas y telas, como si no supiera que faltaban meses para esa parte de la decoración. Sin duda echaría un vistazo al edificio, se estremecería y saldría corriendo.

Y eso era justamente lo que Amelia esperaba que hiciera.

Ya era hora de que James comprendiera que su prometida no compartía su entusiasmo por las actividades físicas y la aventura. A pesar de su presente ocupación, él era un hombre al que le gustaba ensuciarse, trabajar con sus manos.

Y tenía buenas manos con las que trabajar. James detuvo el coche en frente de la casa y la joven saltó a la acera con la esperanza de que el aire fresco y el sol alejara de su mente la insistente imagen de su amigo desnudo hasta la cintura y con la piel cubierta de sudor.

— Es aquí? —preguntó Anne, después de esperar a que su prometido diera la vuelta al coche y le abriera la puerta.

— Sí, la parte de la esquina —señaló Amelia.

— Hasta dónde?

— Todo el lado derecho; los tres pisos.

— Hmmm —entrecerró los ojos como si observara una flor rara—. La zona es encantadora. Veo que han restaurado muchas de las otras casas.
Amelia lanzó una mirada James.

— Fue la misma impresión que tuve yo.

— Enséñame el interior.

Amelia vaciló. Por el momento, se había ganado cierta aprobación por parte de la otra, lo cual convenía sus planes. Pero una vez que Anne le echara un vistazo al interior, probablemente se aliaría con James y le pediría que vendiera el inmueble.

El hombre enarco las cejas, como si le leyera el pensamiento. La retó sin palabras a que hiciera una presentación de sus planes.

Desgraciadamente, Amelia nunca había sido capaz de ignorar un reto.

— Por aquí.

Precedió a los otros hasta el otro lado de la calle y por el tramo de escaleras que conducían hasta la puerta de cristal.

— El edificio contiguo alberga una tienda de ropa antigua y una joyería. Enfrente hay dos restaurantes y un café con terraza. En la manzana de al lado van a construir una galería de arte y un cine.

— Eso será ideal para tus propósitos —comentó Anne.

Amelia abrió la puerta, dejó pasar a sus invitados y permaneció con la espalda apoyada en el dintel, esperando respingos de horror y gritos de incredulidad.

— Oh, Amelia! —suspiró Anne—. Esto es maravilloso!

La joven parpadeópreguntándose si había oído correctamente o si su cabeza empezaba a fabricar las respuestas que quería escuchar.

— Cómo has dicho?
Anne dio una vuelta lenta,  observando la estancia desde todos los ángulos.

— Ahora comprendo porque has pensado en una tienda de dulces. Con suelos antiguos y vitrinas de cristal, parecería algo recién sacado de la América victoriana.

— Eso fue lo que pensé yo —repuso la joven débilmente.

Las mejillas de Anne se colorearon por efecto de la excitación.

— Creo que yo aprovecharía todas las molduras naturales en torno a las ventanas y puertas. La madera de las paredes es estupenda, así que conservaría toda la que pudiera. Unas alfombras de colores añadirían un toque de color, y como no algún tapiz de la época.

Mientras señalaba los sitios de que los qur hablaba, el humor de Amelia cambio de la sorpresa al placer y luego a la irritación.

Maldición! Aquella era su tienda, su proyecto.

Pero cuando se volvió para informar a James de que había cambiado de idea y se encargaría personalmente de la renovación, vaciló. Su amigo observaba el lugar como si no lo hubiera visto nunca. Por primera vez en años vio una chispa de placer en sus ojos. Casi podía ver su mente plagada de ideas.

Aquello debió haberla complacido, pero, en lugar de ello, la irritó sin saber por qué. Amelia debía haber sido capaz de provocar en él aquella misma sensación de creatividad. Pero había sido Anne la que la había inspirado. Más aún, ella no podía echarle en cara aquel hecho. Era su prometida y, sin darse cuenta, acababa de pasar otra de sus pruebas.

Maldición!

Por qué tenía que ser aquella mujer tan agradable, tan perfecta? Tenía que haber algo de lo que pudiera acusarla. Algo que le hiciera fallar las pruebas.

Pero qué? Qué?

En los días siguientes, James se dedicó a trabajar duro. Al principio se mostró vacilante ante la idea renovar el edificio. No le parecía que fuera buena idea pasar tanto tiempo con Amelia. Horas de intimidad llenas de trabajo duro y momentos de infinito silencio.

Pero no vio el modo de escapar al proyecto. Amelia había acudido en su ayuda tantas veces en el pasado que no podía negarse a hacer lo mismo debido a un beso. Un sencillo beso.

Bueno, en realidad, dos besos. Dos besos apasionados que lo habían dejado tembloroso.

Maldición, él no tenía que desear besar a Amelia, pero tenía que admitir de mala gana que había deseado hacerlo. Su abrazo demostró ser más perturbador de lo que habría creído posible. Su reacción a ella fue instantánea, una oleada de pasión ardiente.

Había intentado olvidar aquellos momentos. Había tratado de enfrascarse en su trabajo, en la boda y en el trabajo de carpintería que le habían pedido hacer, pero siempre que se daba la vuelta, algo le recordaba la presencia de Amelia. No eran las cortezas de unos sándwiches en la cocina, era el equipo fotográfico esparcido por su casa, calcetines de ella al lado de los suyos en la secadora o la maldita estatua de la fertilidad.

Por primera vez en años, su imaginación funcionaba a pleno rendimiento; en especial cuando terminó de desmantelar los tristes intentos de renovación llevados a cabo en el edificio a lo largo de los años. Bajo las capas de pintura y papel, los techos y tabiques falsos, encontró los suelos originales de mármol y paneles de madera. Cada día, cada nuevo descubrimiento, le recordaba lo maravilloso que era trabajar con las manos.

Construir algo que se viera, y a cada hora se preguntaba más y más porque había cambiado la construcción por la planificación. A poco había permitido que su trabajo y su vida se volvieran aburridos y rutinarios.

Desgraciadamente, la tienda no era lo único que se estaba construyendo. A medida que Amelia y el trabajaban juntos, recordaba cada vez más que su amiga era una mujer llena de energía y de una infinita capacidad de amar. Apasionada con sus objetivos. Apasionada en su tienda de dulces y chocolates, con sus amistades y su futuro.

Y en él. Sí le daba la ocasión, se demostraba cuánto deseaba otro beso, Amelia se mostraría igual de apasionada con él.

Pero no podía permitir que eso ocurriera. Había adquirido un compromiso y lo cumpliría. Anne era una mujer maravillosa que sería una esposa y madre perfecta. No debía desear que se pareciera más a Amelia, aunque empezaba a darse cuenta de que la perfección de Anne carecia de la misma excitación que su trabajo. Ambas situaciones eran seguras y estables, pero...

Predecibles.

Seguras.

Te Quiero para míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora