El País de los sueños

91 20 39
                                    

Había una vez, un lugar maravilloso llamado el país de los sueños

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Había una vez, un lugar maravilloso llamado el país de los sueños.

En el país de los sueños, hay bosques de tierras ricas y escarpadas, aire impregnado de rosas y magia.

Hay agua escurridiza que recorre con alegría las lagunas y pantanos locales. Patitas de animales que danzan al ritmo de la brisa, cánticos de sirenas que se colan en el alma y te embelesan el oído como una dulce caricia.

En el país de los sueños las pesadillas no existen.

En el país de los sueños abundan las risas.

Hay árboles de cerezo aterciopelados, cuyos pétalos se deslizan al pasto verde con gracia. Elfos que juguetean en los troncos de madera, con orejas alargadas y labios cremosos. Criaturas que se alimentan de uvas jugosas y fresas rosadas.

Hay casitas hechas de paja y tejados de chocolate, una villa construida a base de marfil blanco. En esas casitas viven hadas que cumplen deseos con varitas hechizadas, con miradas bañadas en ternura; guerreros implacables que combaten dragones; princesas hermosas y fuertes que portan coronas incrustadas en diamantes. Reinos enteros sobre nubes de algodón.

En el país de los sueños hay amor.

Y en una de las villas, la más especial de todas, habita un hadita reconocido por su carácter complaciente y amable. Un hadita con el corazón más puro de todos.

Su nombre es Henry, y él es el ser más sonriente de todo el país. Henry adora ayudar a los demás y cumplir sus sueños más anhelados. Henry es feliz cuando todos son felices.

Es por ese motivo que él jamás sería capaz de contarles su secreto.

Un secreto capaz de cambiarlo todo.

Y es que Henry es el único que sabe que el país de los sueños no es real.

Pues en el mundo real, Henry no es un hada.

En el mundo real, no hay sirenas que canten, ni magia que salpique los pastos como purpurina naranja.

Pero en el mundo real sí hay monstruos.

Hay abismos llenos de desesperación, lágrimas desenfrenadas y dolor que se hunde en tu alma como una quemadura profunda.

En el mundo real no existe la felicidad.

"Tú tienes que hacer lo que yo diga", exclama el rey de sonrisa afilada y dientes empapados en sangre, mientras arranca un trozo de carne rosada, la pierna de un recién nacido.

Sí, Henry debe hacer lo que él ordene. Porque él es el Rey, soberano supremo del país de los sueños. Y Henry solo es un hada, un hada diminuta e insignificante; siempre lamiendo las suelas embarradas en fango y muerte.

El Rey se levanta de su trono dorado y le exige que se acerque y arrodille frente a él. El hada por primera vez se niega, se estremece a ritmos incontrolables, su corazón palpita con tal fuerza que está seguro que en cualquier instante estallará en su pecho.

El soberano lo observa con los ojos inyectados en rabia, en odio puro. Lo toma de la camisa con fuerza, posa sus dedos mancillados sobre el frágil cuello de Henry y lo estrangula.

Lo estrangula con tanta intensidad que el rostro de Henry se torna morado, el ardor se extiende por todo su cuerpo cuando el Rey coloca su mano sobre su espalda, justo en donde se encuentran el par de alas cristalinas. Primero las acaricia con suavidad, acerca su incipiente barba, sus miembros hediondos, y se frota contra ellas, esta vez con cólera.

Ahora las arranca de un manotazo. Y Henry cree que se derretirá por la abrumadora oscuridad que se cierne ante él sin advertencia alguna.

Súbitamente, el país de los sueños desaparece, y Henry está tirado sobre el pavimento con moretones y marcas rojizas en los muslos, sus manos están atadas por una cuerda marrón y tiene una mordida en el labio inferior. Está temblando, pero no puede detenerse.

Las marcas de dedos gruesos talladas en sus bracitos, en el final de su ombligo, como el recordatorio eterno de que le han arrebatado la dulce infancia.

El hombre atrás suyo jadea y no lo suelta, gruñe mientras lo vuelve a golpear para acallar sus sollozos. Se está acercando aún más.

Henry tiene miedo.

El panorama vuelve a cambiar y Henry es un hada nuevamente, está con sus hermanos en una casita de caramelo, saboreando una agridulce paleta de menta. Todos se sujetan de las manos y sonríen, le sonríen y lo abrazan en silencio. Le susurran lo mucho que lo lamentan, lo tanto que les gustaría tener polvo de hadas para flotar y escapar.

Pero ahora Henry es un hada sin alas. Ya no tiene alma, y nada es lo mismo.

De pronto, recuerda lo mucho que odia al reino, a los soldados que acatan todos los deseos del soberano; a su madre, la reina Hada, que lo abandonó hace mucho.

Todo se vuelve helado, escalofríos recorren su cuerpo y sus ojos adoloridos se cierran. Los dos mundos empiezan a oscilar. "¡¿Quién soy?!" grita para sí mismo, "¿un hada o un niño desamparado?".

"¿La persona al frente suyo es un rey o su padre?"

Paulatinamente, siente sus músculos tensarse. "Es verdad" se dijo, "Este es el mundo real. El país de los sueños no existe".

Mientras su conciencia se aleja, oye a lo lejos el clamor de su padre, de rodillas sobre el asfalto, suplicando perdón una y otra vez, asegurándole que no volvería a pasar. Que él no era aquel rey cruel de sus pesadillas.

Que él jamás quiso hacerle daño.

Pero ya es demasiado tarde. El oxígeno se está escapando de sus pulmones y percibe un hormigueo constante en la nuca. La vida se le está desbordando a tirones violentos, casi insoportables.

"Sálvame" murmura Henry a la luz que se extingue en el horizonte naranja. La luz no responde.

Ya es demasiado tarde.

Las garras tenebrosas del vacío lo absorben y destruyen. Con sus alas rotas e inocencia perdida, Henry es consumido por sus propios sueños y temores. Libera un último suspiro, mientras siente cómo las ataduras se aflojan poco a poco.

Sonríe ligeramente y una lágrima se escurre por su mejilla.

Y, de pronto, lo ve; por primera vez en su vida sabe que sus ojos no le están engañando.

Observa las montañas rocosas, la magia escarchada flotando por el viento. Escucha los cantos de sirenas en el arroyo.

A las hadas, esperándole con los brazos abiertos.

Y esta vez sabe que es real.

Siente el peso hueco de sus alas diáfanas en la espalda, regenerándose con rapidez.

Henry ahora está en el país de los sueños.

Y finalmente, puede volar hasta la libertad.


Y finalmente, puede volar hasta la libertad

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.




BinnieOut

El país de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora