Capítulo 3: Consecuencias.

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Tenía aquel sentimiento asfixiante, la sensación de que le faltaba el aire y el presentimiento de que cada vez aquel espacio se iba haciendo más y más pequeño. Le hervía la sangre de la ira que sentía al estar escuchando una y otra vez las mismas palabras cada vez más cerca: "te lo dije".

El vagón de metro estaba abarrotado. Seguía sin explicarse cómo físicamente podían caber allí tantas personas. Creía haber cometido el mayor error de su vida, pues nunca se había arrepentido tanto de no escuchar una advertencia.

Estaba literalmente sufriendo las consecuencias.

El joven andaba ajustándose las gafas una y otra vez de manera nerviosa mientras hiper ventilaba, como si fuese a quedarse sin aire. Agonía que se vio repentinamente detenida por la proximidad del contrario y la cálida sensación que suponía su aliento cálido contra su oído, cosa que le provocó un leve quejido acompañado de un escalofrío.

- Ya te lo he dicho antes, no me gusta respirar el mismo aire que tú, así que no respires tan cerca, Suoh.

-¿Y dónde quieres que respire?- Preguntó este, esbozando una sonrisa maliciosa tras haberse deleitado con su reacción repulsiva. Ya tenía entretenimiento para el resto del trayecto, pues aún tenían para rato.


Aprovechando la llegada de más gente al haberse detenido el transporte, se apegó un poco más al contrario, provocando contacto físico entre ambos cuerpos. Colocó sus manos a ambos lados del cristal, acorralando así al rey azul por completo.

-Aléjate un poco, ¿quieres? - Dijo este, tocándose el borde de las gafas como escusa para ocultar cierto rubor creciente que amenazaba con robar la nitidez de su rostro, el cual era aún así claramente visible en el reflejo de la ventana.

-Ya te he dicho que no puedo.- Susurró lentamente, rozando su lóbulo con los labios con cada una de sus palabras.


Reisi no podía creer lo que estaba sucediendo, verdad era que el rey rojo siempre había sido partidario de molestarle, pero aquel era un punto extremo, algo que jamás se hubiese esperado viniendo de él. ¿Qué pretendía con todo aquello?

Mientras que para el pelirrojo se trataba de un simple juego, para el contrario era una verdadera tortura, pues a aparte de estar dándole a conocer al enemigo uno de sus puntos débiles, aquella sensación innegablemente reconfortante en el fondo le estaba resultando algo atractiva.

El rey azul, irritando ante aquel tema, iba a replicar algo cuando de repente se le ocurrió una mejor idea: si no le prestaba atención, el otro se cansaría y dejaría de hacer ese tipo de cosas, o eso pensaba.

Así que ciñéndose al plan, estando todo lo serio que el cálido aliento contrario le permitía, formuló en su rostro su habitual expresión indiferente y mantuvo la mirada fija en el paisaje.


Aquel cambio de humos tan repentino, no solo consiguió despertar cierta curiosidad en Mikoto, sino que animarlo más a provocar a su acompañante. Decidió interpretar su gesto como una invitación a hacer lo que quisiese, razón por la cual desplazó una de sus manos hacia la cadera del contrario, donde esquivó sus prendas hasta dar con la nítida piel que este poseía, donde deslizó lentamente los dedos formulando así una caricia.


En cuanto la mano ajena se hubo posado en su cadera, este no pudo evitar dejar escapar un pequeño jadeo, tras haberse sobresaltado un poco. Ante el tacto directo contra su piel, se estremeció un poco y agarró el brazo del contrario para tratar de detenerlo. Entonces, se giró como pudo en aquel mínimo espacio, mostrándole así una expresión confusa.

-Pero... ¿Qué haces?- Preguntó el rey azul, con un claro fastidio en su tono de voz.

Mikoto, se tomó su tiempo para responder aquella pregunta. En un principio, simplemente le miró alzando una ceja, como si no entendiese la pregunta, expresión que luego cambió a una sonrisa ladina y una mirada cuánto menos intensa, la cual se forjó a fuego en la mente del otro.

Munakata trató de no apartar la mirada, pues eso sería un símbolo de debilidad, pero transcurrido un corto periodo de tiempo, sus ojos se arrastraron hechizados hacia el fuerte poder atractivo de la sonrisa contraria. Durante unos segundos se quedó embobado contemplando aquellos labios colocados de aquella manera tan lasciva, vistazo que se vio detenido ante el roce de sus labios contra la yema de los dedos contrarios.

Sus miradas se entrelazaron una vez más, manteniendo un intenso contacto visual que portaba algo más que confusión, las cuales cada vez se veían un poco más de cerca.

De repente, un gran estruendo sorprendió a ambos.

El metro se detuvo en un golpe seco, provocando un gran chirrido que ensordeció a la multitud que allí se encontraba.



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⏰ Última actualización: May 23, 2015 ⏰

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