Rukia estaba asustada, no quería tener hijos todavía, y era algo que tenía claro desde mucho antes de casarse con Ichigo, pero con esa noticia, solo con esa posibilidad, algo había cambiado dentro de ella. Después de haber superado la conmoción inicial, después de escuchar las palabras de Ichigo apoyándola y respetando sus decisiones, y después de preparar ese té ella misma en un momento de ansiedad, algo había cambiado.
Ella no bebió el té ese día; ni ese día ni ningún otro día.
Ichigo estaba con ella en todo momento, evitando hablar de ese tema tanto como fuera posible, y Rukia le agradecía eso porque ella ya tenía suficiente con su mente recordándole el tema a cada momento. Era como si las Deidades se burlaran de ella, porque dondequiera que miraba, veía mujeres embarazadas y niños pequeños, recordándole aquél destino inevitable que tanto la aterrorizaba.
Incluso en sus sueños su mente no la dejaba tranquila porque soñaba con un niño, uno pequeño que se parecía a Ichigo, con una sonrisa encantadora e infantil, y sin todos esos rasgos que Ichigo había adquirido en los últimos años de su vida gracias a su entrenamiento.
Rukia soñaba con un niño perfecto que le sonreía y la hacía sonreír.
Rukia sabía que haría lo que fuera necesario para lograr sus objetivos, pero sentía que liberar a Maranni o romper los Acuerdos de la Caída no valía la sangre de sus hijos. Siempre había opciones, lo había dicho una vez, pero entre esas opciones no estaba sacrificar un hijo.
Esa era la razón por la cual Rukia no quería que Ichigo restaurara las antiguas tradiciones fratricidas y reclamara el trono de Avanta de esa manera, porque sus hijos también lo harían cuando llegara el momento de heredar el trono, y eso era algo que tenía la intención de evitar.
Una vida tranquila con Ichigo y su hijo, el que creía que estaba creciendo dentro de ella, era la posibilidad que le impidió beber el té.
Ella no buscaría quedar embarazada, no se sentía preparada para eso, pero si las Deidades decidían que debería ser así, ella no estaría en contra de la voluntad de las Deidades.
— Estamos a punto de llegar a la ciudad de Visnia, ¿quieres que paremos a descansar un momento? — preguntó Ichigo desde fuera de la ventana del carruaje.
Ese día Ichigo decidió hacer parte del viaje montado en su caballo, solo para que ella pudiera descansar en el carruaje, pero Rukia se había acostumbrado tanto a sentir el calor y el aroma de Ichigo mientras dormía, que descansar sin él era algo que no pudo lograr. Ella no había dormido más de un par de minutos seguidos y siempre se despertaba asustada, como si alguien la estuviera sacudiendo con fuerza para despertarla.
— Sí. — respondió Rukia desde la ventana.
Ella escuchó a Ichigo dar algunas órdenes a los soldados, que se detuvieran al costado de la carretera, y sintió como el carruaje se detenía lentamente hasta que se quedó quieto.
Rukia había notado que Ichigo también estaba triste, lo había visto con una mirada abatida cuando él pensaba que ella no lo estaba mirando. Ichigo solía jugar con ese anillo que lo distinguía como el Comandante en Jefe del reino, mirándolo con atención y sosteniéndolo con fuerza, completamente perdido en sus pensamientos durante largos periodos de tiempo.
Esa vida tranquila era algo que él también había imaginado, Rukia lo sabía sin necesidad de que él se lo dijera; solo con mirarlo, ella lo sabía.
El carruaje se detuvo y Rukia sacó de su joyero la diadema que le había regalado el tío de Ichigo; la diadema era bonita y tenía pequeñas piedras negras y rojas que la decoraban, así como una única piedra azul en el centro que resaltaba de manera notoria. El tío de Ichigo le había dicho que la piedra azul era un ruiseñor, como el ruiseñor azul que decoraba el emblema de Vayalat.
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El Ruiseñor || IchiRuki FF
FanfictionIchigo regresa al reino después de completar su educación en el reino de su madre, se supone que él es el heredero, se supone que todo está bien y se supone que nada va a cambiar. Se supone. Ichigo ha aprendido, de una manera cruel, que su padre no...