Segunda Oportunidad [Levihan Oneshots]

Margaritas

Memoria: imagen o conjunto de imágenes, de hechos o situaciones pasadas que quedan en la mente.

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Una silueta familiar se borroneaba en la distancia, contrastando oscura con el azul del mar en el fondo. Era verano y habían decidido aventurarse nuevamente a la playa; esta vez solos los dos.

- ¡Ven, Levi! - lo llamaba, con voz cantarina; una melodía que se revolvía inconfundible con el arrullo de la espuma en la orilla. - ¡El agua está tibia!

Él extendía la mano y correteaba tras ella, allí hacia donde la arena se volvía una sola con las olas.

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- ¡Levi! - una voz femenina lo acunaba con dulzura, apretándole el hombro muy suave. Estaba parada sobre la arena, cuidándole las espaldas del resto del mundo. - ¿Quieres mojar los pies en el agua? - insistía, una y otra vez, agachándose para deshacer el abrojo en sus zapatos y quitarle despacio los calcetines.

Él permanecía en silencio, impasible. Era verano, y el sol entraba tibio por las grietas que el tiempo le había pintado en la piel; casi tan cálido como la chica que invadía hasta sus recuerdos más oscuros.

-Vamos, te hará bien...- la voz volvía a llamarlo, acaramelada, sosteniéndolo tan gentil como los ojos marrones que vivían enredados entre sueños.

En frente suyo, las olas rompían en un vaivén que besaba de espuma la costa y, entonces, sin más, se dejaba arrastrar a la deriva; como un velero flotando perdido en la corriente, allí donde la tierra y el mar convergían revoltosos, el uno dentro del otro.

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El té estaba tibio y amargo, justo como siempre le había gustado. Un dejo de limón le salpicaba la lengua al final de cada sorbo; casi la reminiscencia de días más viejos, perfumados con otro color.

Frente a él, ella leía en voz alta, con los codos apoyados en la mesa y el rostro esbelto acunado entre las manos. Sus labios pintaban historias míticas sobre un mundo que él desconocía, donde los gigantes aplanaban la tierra y la humanidad se ocultaba impotente del terror.

Él la miraba y escuchaba atento, incapaz de disimular el calor en sus mejillas. Siempre le había gustado mirarla: la forma en que los mechones castaños caían enmarañados cubriéndole la frente, la fina capa de polvo empañando los cristales de sus gafas, la luz amarillenta del candil encendiéndose fogosa en el avellano de sus iris.