Capítulo 2

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Más de una vez intenté volver a la realidad, dejar de mirarlos y encontrar las palabras para presentarme cuando ellos se detuvieran a mi lado. No podía. Juro que en los tres segundos que tuve para dejar de mirarlos no pude hacerlo.

Estoy segura de que cualquiera me daría la razón e incluso quedaría igual que yo si ve a dos hombres de poco más de metro ochenta y de sonrisa perfecta acercarse a ti con toda seguridad. El de mi derecha era un poco más alto que el de la izquierda, cabello negro desordenado como si hubiera fracasado en su intento de peinárselo, hermosos ojos verdes y un pequeño piercing plateado casi imperceptible en su ceja izquierda. El típico chico con cara de que te puede mandar al psicólogo, pero tu encantada te involucrarías con él sin pensar siquiera en las jodidas consecuencias.

Aquel que venía a su lado era diferente en ciertos aspectos físicos del ojiverde: su piel era un poco más morena, más bronceada, cabello castaño, ojos cafés, la sonrisa divertida en él aseguraba que no era necesario escuchar más de dos palabras para tirarse de cabeza por él, sin paracaídas y sin casco. No pretendo definir a una persona basándome solo en su físico, pero si de primeras impresiones hablamos, tengo todo el derecho del mundo de decir que me dan una buena corazonada.

El pelinegro tomó mi mano derecha sin vergüenza alguna y en cámara lenta se inclinó y depositó en el dorso de ella un casto beso, al tiempo en el que alzó su mirada y me guiñó uno de sus preciosos ojos verdes.

- Kayden, a tus servicios, preciosa. Después de medianoche aumenta el costo de mis favores.

Agárrenme que me desmayo.

Sin darme tiempo a reaccionar a tal maniobra recibo dos besos, uno en cada una de mis mejillas, siento la ligera presión de suaves labios y me atrevo a confesar que estoy celosa de quién tenga el privilegio de besar aquellos labios.

Ojalá fuera yo. Basta debía controlar las hormonas.

- Darrik, un placer conocerte. No hagas caso a Kayden, solo es el niño travieso dentro de él hablando. - Darrik puede recitarme hasta de la tabla periódica si quiere, porque mi atención está centrada en contemplar algunos de los lunares desperdigados en su rostro.

Deduje que eran hermanos, pues, aunque se diferencian en el color de cabello y ojos, ambos tenían casi la misma altura, las facciones de su semblante eran muy similares, misma nariz y la misma contextura física. Se notaba que hacían ejercicio, sus brazos tonificados y los firmes músculos de su espalda ancha los delataban.

- Reyna, ¿te comió la lengua el gato?

Siento como la vergüenza recorre mi cuerpo centímetro a centímetro ante el comentario de Royce. No me siento culpable de desear enterrar la cabeza de Royce en un hoyo en la tierra si eso puede asegurar que tendrá su boca cerrada, pero sí me siento culpable de haberme quedado congelada, de parecer a simple vista una adolescente de quince años que no puede ser disimulada al mirar a un chico.

- Y, ¿esta bella dama tiene nombre? - pregunta quien se presentó como Kayden.

Abrí la boca, pretendiendo decir mi nombre cuando alguien más lo hizo por mí.

- Vamos, amigo, hay un código. Ella es mi hermana Reyna. Los halagos están de más.

Dato sobre mí: si hay algo que odio es que hablen por mí.

En ocasiones puede que lo hagan con buenas intenciones y que todavía no conozcan dicha particularidad, sin embargo, en el caso de Royce, solo lo hace para fastidiarme, porque sabe cuánto lo odio. Estoy en plena capacidad de usar mi boca y expresarme perfectamente, por lo que no necesito que alguien interceda en mi nombre.

Laberintos de SecretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora