Nada más entrar al salón, uno tenía la impresión de haber topado con un baile. Uno muy ordenado, eso sí, pero un baile en todo caso. El salón del trono de Saillune estaba lleno de gente con sus mejores galas, y todas discurrían en una fila ordenada que avanzaba a un son lento, pausado. Sin embargo, aquí y allá había pequeños detalles que descartaban la idea de una fiesta. Para empezar, era de día. El sol entraba a raudales por los ventanales y su calor se mezclaba con el aroma de los invitados en un caldo... poco apetecible. Luego, estaban las caras. La mayoría eran largas y serias, otras, nerviosas. Y es que, lo que a primera vista parecía un baile, era en realidad una serie de audiencias con la realeza.
Hoy Amelia se hallaba sola en lo alto de la escalera. Phil estaba en Taphorasia, ayudando a la reconstrucción del reino, y sobre ella recaían los deberes de palacio. La princesa parecía aún más joven sentada en el trono de su padre. Los pies apenas le llegaban al suelo y sus zapatitos desaparecen en la masa rosa y pomposa que era su vestido. Su mirada, por otro lado, era adulta, seria. Destilaba Justicia (™) y de su boca salían sin problemas las sentencias.
-Ese hombre miente -dijo tras escuchar al panadero-. No es cierto que exista un seguro para locales "anti Drag Slave", ni que él sea el representante en Saillune. Así que, señor, devolverá ahora mismo todo el dinero recaudado y, como castigo, hará también horas de servicio comunitario en la ONG de afectados por los hechizos de Lina Inverse.
-¿Cuántas horas serán, princesa? -preguntó uno de los guardias.
-Tantas como monedas haya robado -respondió ella.
La cara del panadero se llenó de desesperación además de harina, y Amelia lo vio marchar con una sonrisa en el rostro. Impartir justicia era de las cosas que más le gustaban de ser princesa. Era tan sencillo. Su mente sabía lo que había que hacer nada más escuchar a las dos partes del problema y las palabras manaban solas de su boca, sin esfuerzo alguno. Todo se dividía en buenos y malos, en ciudadanos y villanos. No había grises de por medio. La princesa se acomodó un poco más en su asiento y le hizo una seña a uno los guardias.
-Que pase el siguiente, por favor, Adam.
Le tocó el turno a un joven mercader y a una señora que agitaba con fuerza un colgante verde.
-¡Alteza, alteza! Este hombre de aquí me ha estafado.
-Pero buena mujer, ¿cómo me acusa de semejante cosa?
-¡Es cierto, alteza! -vociferó la señora- sus amuletos anti Lina Inverse no funcionan.
Amelia suspiró por lo bajo. No se sorprendía nada de que este caso estuviera relacionado también con su amiga. De hecho, en temporada alta (cuando Lina se hallaba en la ciudad), tres de cada cinco casos estaban relacionados con ella.
Por suerte, ahora estaban en temporada baja. Hacía meses que Lina y Gourry no pisaban Saillune y una calma cautelosa se palpaba en el aire. Amelia sabía de ellos por el rastro de Drag Slaves que iban dejando en el camino y por las alegres cartas que le mandaba de vez en cuando la hechicera. De Zelgadis, en cambio, apenas sabía nada. La mente de la muchacha viajó un instante fuera del palacio, mientras se preguntaba dónde estaría ahora su amigo y qué le mantenía tan ocupado.
El recuerdo de la quimera le arrancó una sutil sonrisa a la princesa y ella se escondió el pelo carbón detrás de las orejas. Después, volvió poco a poco a la realidad que le ocupaba.
-Vender objetos fraudulentos es algo que no se tolera en Saillune, señor mío.Sólo los villanos timan así a las buenas gentes de Saillune.
La princesa tomó aire y un Dedo Acusador se alzó en dirección al comerciante.
-Los amuletos anti Lina Inverse nunca han existido -aunque no estaría de más que alguien los inventara, pensó para sí la princesa-, y, por supuesto, deberá devolver todo lo recaudado. Además, todo su inventario pasará a ser inspeccionado por la guardia y, de haber más falsificaciones, pasará unos días en prisión.
La señora del amuleto hizo una profunda reverencia.
-Gracias, majestad.
Y, sin más, la pareja se alejó. Dejando a la princesa con el regusto de un trabajo bien hecho.
-Adam, siguiente, por favor.
Una fila de acusados y demandantes fueron desfilando ante sus ojos. Ninguno de los casos, tomó más de veinte minutos. Todos eran sencillos, directos. Los discursos justicieros llenaban la sala a destiempo y, así, el salón del trono se iba vaciando a gritos de "Inocente" o "Culpable".
-Que pase el siguiente -repitió la princesa y, después, soltó un pequeño suspiro.
Había sido un día muy largo. El sol empezaba ya a descender en el cielo y en la sala brillaban ahora naranjas y rojos donde antes danzaban los radiantes amarillos. De pronto, un color azul se coló en su campo de visión y Amelia creyó ver una cara conocida entre la marea del salón.
-¿Zelgadis? -susurró.
Después de tantos meses, su amigo estaba frente a ella. Pero la situación le parecía irreal, ficticia. La quimera estaba... diferente. Cambiada. Sus ojos esquivaban su mirada y sus ropas color arena estaban raídas, sucias. Además, unas gruesas cadenas envolvían su cuello y ataban sus muñecas. La princesa abrió mucho los ojos, primero, por la sorpresa, después, por el enfado.
-¡Zelgadis! ¿Qué te ha pasado? -preguntó irguiéndose en su trono-. Que alguien le suelte ahora mismo.
-Me temo que no puedo hacer eso, majestad -contestó una voz grave.
Amelia se fijó por primera vez en el guardía que acompañaba a Zelgadis. Vestía un uniforme color azul marino y sus manos sostenían uno de los extremos de la cadena que ataba a su amigo. Amelia sintió la rabia hervir en sus entrañas.
-¿Quién eres tú?
El guardia hizo una pequeña reverencia.
-Soy Miguel Torres, majestad. Pertenezco a la guardia real de Sairaag y, de acuerdo con el tratado Sairaag - Saillune de Justicia, pido audiencia para que condenéis a asesino que capturé ayer en sus tierras.
No lo comprendía. ¿Zelgadis? ¿Un asesino? La princesa miró a la quimera y ésta volvió a esquivar su mirada. Una mueca amarga surcaba su cara, ¿era rabia? ¿Impotencia? No lo sabía.
-¿Es eso cierto?
-Por supuesto, majestad -empezó Miguel-. Llevo persiguiendo a este criminal desde hace seis años, cuando aún trabajaba para el gran y sabio Monje Rojo...
-No, tú no.
-¿Majestad?
-Quiero que me responda él. Zelgadis, ¿es eso cierto?
La quimera seguía sin reaccionar, sin mirarla. Pero, poco a poco, sus labios se despegaron y de su garganta salieron unas débiles sílabas.
-Amelia. Yo...
La quimera dejó de hablar, pero hizo falta continuación. No se lo creía. No se lo creía. Sabía que El Monje Rojo había sido una persona horrible y también sabía que Zel no lo había pasado bien a su lado. Sin embargo, se resistía a pensar que su compañero fuera un asesino. Sólo los villanos mataban a personas y, estos, desde luego, no arropaban princesas cuando éstas tenían frío ni les preparaban chocolate caliente en los días de lluvia. No, Zelgadis no podía ser un villano, ¿verdad?
El tiempo seguía deslizándose por la sala, mientras la princesa seguía estática y la quimera esquivaba su mirada.
-Zelgadis... -imploró ella- dime que no es cierto.
Sus miradas se cruzaron y la realidad golpeó a la princesa con la fuerza de cien Drag Slaves.
-Es cierto.
De pronto, la boca se le quedó seca y la justicia dejó de ser blanca o negra, dejó de ser sencilla.
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El lado oscuro de la justicia
FanfictionDe pronto, la justicia no es algo tan sencillo de aplicar cuando el culpable es Zelgadis.