Hacía el esfuerzo de levantarme, pero era inútil. Deseaba con todo mi corazón que nada malo les ocurriera a Félix y a Lindsay. Grenda era capaz de cualquier cosa. Lo sabíamos... Pero entre esas cosas, ¿estaba el hacerle daño a una niña?.
La gente pasaba a mi lado, y no comprendía mi situación... Pero en eso, un hombre que me resultaba bastante familiar, se acerco hacia mi, y me ayudó a levantarme. Le expliqué con señas que no podía, el ruido de la ciudad era demasiado fuerte como para que me oyera.
-¿Qué te ha ocurrido?.-
-Es algo largo de explicar...- gesticulé mientras gritaba.
-De acuerdo. ¿A quién puedes llamar?.-
-En este momento es lo que menos me interesa, disculpe.-
-No comprendo lo que ocurre.-
-Ya, no se haga problema...- intenté pararme, aún sabiendo que no era posible, y caí al suelo una vez más.
-Discúlpame, no te dejaré aqui tirada.-
Sin oír lo que me decía, comencé a sentirme un poco mejor, y rengueando, llegué hasta el otro lado de la calle. Pero al paso que iba, jamás lograría alcanzarlos. Lo bueno era que mi tobillo, no estaba esguinzado como creía. O tal vez era un leve esguince.
El hombre que resultaba insistente, se acercó hacia mi, y me dijo:
-¿Necesitas que te lleve con mi auto a algún sitio?.-
Era peligroso que me metiera en el auto de un extraño, aunque su cara me resultaba bastante familiar, y eso me daba confianza. Por eso acepté.
No sabía exactamente hacia donde ir, cuando preguntó:
-¿Doblo en la siguiente a la derecha o sigo derecho?.-
-Pues...- siguiendo mis instintos, contesté:- Siga derecho.
-De acuerdo.-
Luego de unos segundos, logré divisar a Félix que aún corría con Lindsay en brazos, y me sorprendió la resistencia que tenía, y lo despacio que corría Grenda, o lo rápido que lo hacía Félix.
-¡Aqui. Frene aqui!- casi grité. El hombre frenó unos metros más adelante de donde se encontraban ellos.
Bajé del auto, y me rengueando me interpuse en el camino de Grenda, que venía detrás de Félix. Él, por suerte, siguió corriendo. Justo como lo esperaba.
Grenda intentó rebasarme, pero le hice una zancadilla, y cayó al suelo de bruces. Era lo único que podía hacer en ese momento. No me atrevía a pegarle.
Noté que comenzó a salir sangre de su labio, y fue el momento en el que le grité a Félix.