Capítulo 12: No mercy

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Aquellas palabras y acciones sentaron en el cuerpo y la mente de Lucía cual fuego entrando en contacto con gasolina. La miró totalmente fuera de sí, tirando desafiante de su cabello para tensar su cuello y quedando a unos milímetros innecesarios de su boca.

—¿He escuchado bien? —preguntó en un gruñido, rozando sus labios de manera sensual y provocativa.

—Siempre escuchas bien... —jadeó la británica, clavando sus uñas con fuerza en la espalda de la morena hasta arrancarle un quejido placentero.

—Creía que siempre escuchaba mal y recordaba peor... Ya sabes, tengo amnesia selectiva y lo sustituyo con cosas que nada tienen que ver con una belleza refinada y recatada como tú... —ironizó, alejándose de sus labios para cebarse con su cuello tenso y expuesto, adaptando su boca al contorno hipnótico de esa zona.

—Sabes que lo digo porque me da vergüenza...

—Shhhh, no te preocupes... —murmuró junto a su piel, antes de dejar la marca de sus dientes y besar aquella zona, subiendo hasta su oído con la lengua— Me hago responsable de lo que pasa cuando te excitas y de lo que provoco. Eres inocente, no quiero que pienses en la culpa... Te ordeno que solo pienses en mí y en todo lo que voy a hacerte —comandó en su oído, consiguiendo estremecerla.

Sus labios temblorosos y resecos por la excitación consiguieron tentarla al fin, mandando a la mierda a su poco control en aquellos momentos. Odiaba perder el control, pero amaba dejarse llevar a su lado.

—¿Qué tal se siente perder el control de tu mente por mi culpa, muñeca? —ronroneó Amelia, satisfecha por sus acciones, colocando sus brazos detrás del cuello de la mestiza para asegurarse de que no escapaba.

—Se siente... —Hizo una pausa, perdiéndose en la imagen que tenía ante ella, en su cuerpo en lencería que comenzaba a revelar todas las marcas de sus acciones, en su respiración agitada y en su cabello húmedo y revuelto, mordiéndose el labio con fuerza antes de responder— Jodidamente frustrante, pero demasiado bien para pensar en recuperarlo —admitió, guiando las manos de Amelia por su cuerpo, bajo la ropa.

—Empiezas a entrar en calor... —susurró la doctora, intentando controlar su respiración y su voz.

—Quítame la ropa, ahora —mandó, colocando sus manos sobre uno de los botones de su camisa. Empezaba a estar demasiado caliente como para estar vestida.

Amelia desobedeció parte de sus órdenes, bajando la corbata de sus ojos para no perderse detalle de aquel cuerpo que la traía de cabeza. No le importaría el castigo posterior, necesitaba satisfacerse y satisfacerla... 

Siguió avanzando a gatas sobre el mullido colchón hasta llevarla contra la pared y empujar su cuerpo para que se tumbase sobre los almohadones y se relajase. Sonrió divertida y lujuriosa, acercándose a lamer y morder el oído de aquella que tenía el control en aquellos momentos.

—¿Este cuerpo es todo mío? —susurraba sugerente, soltando el botón más elevado, rasgando su piel sin cuidado con las uñas. La más alta hizo un trabajo excelente al contener un jadeo y no curvar su espalda, pero no duraría demasiado controlando su voz y su cuerpo.

—Solo tuyo... —murmuró, incapaz de quitarle los ojos de encima.

—Así que... —murmuraba, moviéndose cual felina por su cuerpo, soltando otro de sus botones, empezando a ver ese abdomen esculpido— ¿eso significa que puedo hacer todo lo que yo quiera? —Terminó, arañando con aún más fuerza sobre su abdomen y mordiendo uno de sus pechos al descubierto. No pensaba ser gentil si deseaba que Lucía comenzase a ser sincera con su cuerpo.

Digamos que funcionó, gimiendo de dolor y curvando su espalda al notar la dirección que tomaba la mano de su contraria, gimiendo después por desesperación al sentir cómo presionaba esa zona tan sensible sin ningún miramiento, simplemente para provocarla antes de retomar la tarea de desnudarla. Con maestría, soltó el resto de botones y con una caricia ansiosa apartó toda la tela para que la gravedad hiciera su trabajo y la seda gris terminase sobre la cama y no obstaculizando el acceso a su piel.

Sonrió, notando cómo tiraba de su correa para seguir comandando sus acciones y cómo no le apartaba la mirada de encima. Esos ojos podían mirarla como la cosa más maravillosa del mundo y como la tentación y lujuria personificada.

—¿Qué tanto me quieres marcar, gatita? —cuestionó, lamiendo sus labios antes de morderse suavemente al notar la suavidad de la boca de su amante en el abdomen bajo mientras sus manos suaves acariciaban su torso.

—Entera, por completo, como mía que eres... Por si se te olvidó —respondió, subiendo por su torso con besos húmedos, buscando el broche del sostén de la morena para liberar a sus pechos de aquella condena, apartándolo cuidadosamente antes de suspirar extasiada— Igual que pienso morder ese juguete, ya que yo soy el motivo por lo que te hiciste esa perforación...

 —Ya no podré decir que tengas cuidado, está más que curado... —protestó, tensando su cuerpo y conteniendo su respiración al ver cómo se acercaba peligrosamente a ese piercing, soltando todo el aire que guardaba en sus pulmones en forma de un gemido desesperado— ¡Cariño!

Clavó sus uñas en su nuca, incitándola a seguir con esas acciones, era imposible no hacerlo.

—¿Sí, amor? —preguntó juguetona como respuesta, mirándola con intensidad al mismo tiempo que llenaba su escote de besos. En cuanto lo escuchó, no pudo evitar taparse la cara con uno de los almohadones; seguía siendo adorable incluso cuando estaba excitada o se comportaba de manera totalmente diferente.

—No me llames así... —protestó avergonzada, apartando la mirada aunque no pudiera mirarla gracias a la almohada sobre su rostro.

—¿Cómo no quieres que te llame, tesoro mío? —se burló, pellizcando sus pezones para continuar con sus provocaciones, sentándose a horcajadas sobre ella quedando totalmente presionada contra su abdomen.

—Detente... Me enfadaré si sigues así...

—Sabes que no puedes molestarte conmigo, ¿verdad, Lucía? No harías eso... —provocó junto a su oído, sabiendo totalmente que era una de sus debilidades. Lo que no esperó era que la morena tirase de la correa y le hiciese perder el equilibrio.

El sonido de un azote fuerte inundó la habitación, seguido de un quejido de la neurocirujana. Quizá estaba tan metida en el papel de avergonzarla que olvidó que el demonio estaba bien despierto.

—Claro que no, pero siempre puedo follarte como la perra que eres hasta que te olvides de caminar, ¿te parece un precio justo, mi amor? Porque tampoco dije que pudieras quitar la venda o dejar de quitarme la ropa... Voy a atarte a la cama y hacer contigo lo que me dé la gana.

—Eres injusta...

—Termina el trabajo, nadie ha dicho que puedas protestar. Has olvidado a ser respetuosa y te lo tengo que recordar, ¿de acuerdo, preciosa? —ordenó, recorriendo su rostro y sus labios, antes de golpearla de forma juguetona en el rostro— Te estoy golpeando en la cara sin que me lo pidas, ya ves que no puedo esperar... Y sabes que odio hacerlo porque no soporto la idea de hacerte daño de verdad.

—Y aun así lo haces porque me excita...

—No cambiaría nada de ti, ni esto...

Esclavas del destino (Lumelia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora