Rafe era un consagrado jugador de fútbol, millonario e indisciplinado, adorado por los chicos y envidiado por los grandes, hasta que conoció a la chica que salvaría su vida.
Años más tarde, cuando la esperanza por encontrarla era casi nula, el ciel...
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Dormimos abrazados, no sin antes desearnos buenas noches.
Obviamente, también hay caricias, besos y cosquillas suaves.
Bostezos por doquier, palabras que se pierden por el cansancio y risas de satisfacción.
Las noches con Rafe son así; los días, también.
Él se levanta primero, prepara el desayuno y viene hasta la cama a despertarme. Algunas veces lo acompaña con besos delicados que me provocan ganas de mucho más; otras, son palabras dulces junto a una taza de café cargado y unas rebanadas de pan con manteca.
Es el hombre ideal si no fuera porque presiento que antes de irnos a dormir siempre está a punto de decirme algo y no lo hace; me mortifica que tenga secretos conmigo.
Prácticamente, he sido un libro abierto con él; por cómo es Rafe, creo que también lo ha sido conmigo a excepción de esa espina que, intuyo, sigue clavada en lo profundo de su ser y que no logra sacar.
Calma, Paloma, hace solo dos meses que se reencontraron.
Es cierto, solo pasaron un par de semanas, pero quién puede juzgar los sentimientos en término de minutos, horas o días. Semanas, días u años.
En ocho semanas, he sentido y vivido lo que nunca.
La intensidad, la conexión y la complicidad son cosas que nacen, no se fuerzan, y con Rafe todo sale de modo natural.
Este sábado iré por primera vez al estadio Maracaná; Rafe ocupará el banco de suplentes, ya que continúa con una molestia muscular.
Como doctora, sé que una simple sobrecarga no lleva tanto tiempo de recuperación y el hecho de que ni siquiera pueda entrenar normalmente con sus compañeros, llama mi atención.
Tampoco ha dicho que sea algo más que una simple rotura microfibrilar.
Entonces, ¿por qué no poner a Rafe como titular?
¿Acaso el Flamengo quiere perder la liga al prescindir de su mejor jugador?
Despierto en mi departamento; desde ayer por la tarde él está concentrado y no quiero "gastarle piernas". Tomo un café con leche, descubro un paquete de galletitas perdidas en el fondo de la estantería y me critico porque tendría que haber ido al supermercado.
La entrada al palco VIP del club me sonríe desde la mesa. Mi hermano estaría más que eufórico de estar aquí, acompañándome. Eso me recuerda que no estuve llamándolos tan frecuentemente como deseaba; respondí a sus mensajes con una pila de emoticones, memes, emojis y mensajes de voz sin demasiado compromiso.
Saco una foto de la entrada y se la envío a Hernán.
No pasan ni dos segundos que la vibración del teléfono me arranca una sonrisa.
―¿Cómo conseguiste esa? ―Mi madre sigue sin saber que mi "amigo" es nada más ni nada menos que Rafe Vilanova. Si se lo digo a él, ¿guardará el secreto?