35 - El control descontrolado

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He despertado con unos incómodos cólicos pélvicos

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He despertado con unos incómodos cólicos pélvicos. Mi fecha de referencia de inicio de menstruación acaba de pasar hace dos semanas, pero es lógico teniendo en cuenta mi estrés.

Rafe se queda remoloneando en la cama y me alegro de que se tome todo con calma; en una semana estaremos de regreso a Río y ayer por la noche preferí ni mencionar una futura mudanza.

Quizás solo estaba aburrido mirando una página de inmobiliarias.

―Mi amor, me voy. A la salida me encuentro con Marina así ya nos despedimos ―Le beso la sien derecha y aprovecha a arrojarme sobre la cama ―. ¡Hey! ¡Me estás arrugando la ropa! ―Reclamo ante sus cosquillas. Me toma de la mano y me la lleva a su entrepierna.

―Buenos días, doctora, ¿qué me sugiere que haga con esto?

―Tomar una ducha es una buena medida; esperarme unas horas, es otra.

―No me convence ninguna.

―No puedo, llego tarde. ―Forcejeo suavemente para ponerme de pie en tanto que él se ajusta la dureza que aflora bajo sus bóxer. Me gustaría darle una rica mamada esta mañana, pero el doctor Lozano me ha dado un sobre turno en su cargada agenda ―. Me voooooooy. ¿Vas a estar a la tarde?

―Levi vendrá para terminar unos asuntos pendientes. Lo más probable es que almorcemos fuera. ―Es vago en sus apreciaciones y supongo que es porque está adormilado. Desde la operación que descansa mucho más y eso es muy bueno; apenas lo conocí, dudaba siquiera de que durmiera cuatro horas diarias.

Otra puntada en mi ovario antes de salir de casa me inquieta, tendré que tomarme un ibuprofeno si no quiero sufrir más. Revuelvo las alacenas y no encuentro más que un paracetamol. No es lo mismo, pero suavizará la incomodidad.

Lleno mi vaso térmico con té y me voy comiendo una rodaja de budín de naranja que cocinó Rafe ayer por la tarde en algún momento de aburrimiento.

Como que siga desplegando sus dotes de chef, engordaré veinte kilos antes de volver a Brasil.

Tomo el subte en la estación Ángel Gallardo, donde entro a presión. Lo que menos extrañaba de Buenos Aires era viajar apretujada en horario pico.

Genial.

Hago combinación con la línea H y viajo un rato más hasta bajar en Facultad de Medicina donde camino un par de cuadras hasta el consultorio de mi ginecólogo.

Llego unos minutos antes y me anuncio con su secretaria, Rosa. Hablamos del frío, de la inflación y de algún que otro chisme de la farándula.

―¡Barreto! ―la inconfundible voz de mi doctor me hace poner de pie y dar por concluida la entretenida conversación. ―.¡Paloma! ¡Qué grato verte! ―me da un gran abrazo como viejos conocidos que somos y me hace entrar a su sala de atención.

El lugar es un tanto fuera de moda, pero no cambiaría al doctor por nada del mundo.

―Recibir tu llamado fue una alegría enorme ―le digo para cuando imprime los resultados que me envió por mail y los ensobra. Añade su firma en la solapa y me los entrega.

"Rafe: corazón carioca" - CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora