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Yo codicio tus besos y amor con ansia mucha; pero, mujer, escucha: no eres más que un costal de carne y huesos.

Ruben Dario - Ecce Homo

Los trazos del lápiz resonaban en
la vacía sala de aquella casa.
El castaño dibujaba garabatos en su libreta, rayando los animales que había recortado de aquellos libros de animales.


Otro día donde su cabeza rondaban preguntas, envolviendose en su pequeña burbuja como cuando tenía 5 años, siendo ahora un muchacho de apenas 17.
No recuerda como paso tanto tiempo, no recuerda como creció, solo recuerda aquellas figuras que había en sus dibujos cuando escuchaba a su madre llorar.

Se entretenía observando a los niños jugar en el parque, se manchaban y reían con sonrisas anchas, llenas de luz y alegría. La alegría era una emoción que había aprendido a distinguir en los dibujos animados.

Cuando el personaje estaba enfadado, fruncía las cejas y los labios gritaban. Cuando estaba feliz, esas cejas se ablandaban y los labios formaban un semi círculo. Cuando estaban tristes, simplemente sus rostros no formaban nada.

Como él, el era la tristeza.

Un pequeño pájaro apareció en su ventana, pidiendo entrar, cosa que el hizo inmediatamente. Era de color rojo y sus alas eran preciosas. Al haber abierto aquella ventana, unos segundos después una pelota fue tirada, casi cayendo encima de su cabeza.

Por suerte el muchacho castaño pudo reaccionar rápido. La pelota tenía restos de barro en está y era totalmente blanca.
Cuando se asomó por la ventana había un niño con el rostro preocupado, al parecer no quería ser regañado.

Así mismo, bajo las escaleras de aquella casa, abrió la puerta y dispuesto a darle la pelota al niño, un chico alto parecido al azabache la agarro primero. Su madre lo mataría si supiese que había salido ya que no podía por sus condiciones físicas.

No era débil, no como ella.

- lo siento, mi hermano es un despistado, espero no haber roto
ningún cristal - el chico parecía de su edad, con los cabellos revueltos por seguramente haber jugado con la pelota con su hermano, ropa casual y labios cortados pero gruesos. Sus ojos eran aquello que el azabache quería evitar.

Eran libertad.

Pero el no podía escapar.

Aún no.


Pero bien, ¿Tú respuesta?
Tú boca no contesta.
Encojámonos de hombros
y esperemos la muerte.

Está visto, Señor,
es nuestra suerte vivir
como reptiles entre escombros.

Oye naturaleza:
¿Quién es Dios? - La pereza -.
Gran ruido de mandíbulas escucho.
¿Qué es la felicidad?.

Ruben Dario - Ecce Homo

El deseo había cohibido al azabache en silencio. Se encontraba en la cocina comiendo algunos pasteles.

Aún pensaba en aquél chico, al que no había dirigido la palabra; Fue un encuentro íntimo a su parecer, se fue corriendo a pesar de todo, dejando aquella pelota en el suelo.

Se preguntaba si lo volvería a ver pero se negaba a aceptar que aquel desconocido había adeñuado su curiosidad hacía el mundo.

El mundo era un sitio curioso, igual
que sus pensamientos, su mente era un mundo en sí.

Seguía dibujado apesar.

Escuchó un extraño sonido en su ventana y al abrir aquellas persianas dió un salto. ¡Era aquel desconocido!.
Había estado trepando por su casa para encontrarlo y por miedo a que se cayera lo llevo adentro con un fuerte agarre.

- ¿que haces aquí?, ¿porque?, ¡podría llamar a la policía ahora mismo! - el contrario soltó una carcajada, dejando a éste confuso - ni queriendo podrías - algo de razón había en sus palabras.
- ¿porque has subido a mi ventana?, no nos conocemos - preguntó mientras observaba como aquél chico cotilleaba su habitación. - tenía curiosidad por quien eras, eres peculiar -.

¿peculiar?

- siempre te observo dibujar pero nunca sonríes, es bastante contrastante - ahora tenía a un admirador, tal vez a un obsesivo en su casa - hay muchos artistas que se basan en la tristeza, no todos sonreímos cuando hacemos nuestras obras - negó con la cabeza y señalo las estrellas pintadas en el techo - estás fueron de tristeza, lo demás, es todo lo que hay dentro de tú cabeza -.

¿Qué es la felicidad?

¿Porqué aún no he muerto?

¿Se puede morir de felicidad?

El era quien lo observaba por las noches estrelladas antes de dormir, antes del anochecer. Antes de su última lágrima.

Había sido su vecino por tanto tiempo pero nunca pudo verlo de cerca, hasta ahora. Podía sonar obsesivo, pero su arte le cautivaba aunque fuera a lo lejos.

- Soy Koo Jungmo, un vecino - se presentó y el azabache quedo sorprendido, ahora ya no eran desconocidos - Wonjin -.

Y si tan solo hubiese podido decirte te amo mientras dibujaba, lo hubiese echo.

Pero cuando aquellos gritos de mi madre resonaron, obedecí a olvidar.

Quien sólo había sido amada falsamente no reconocía el amor verdadero.

Ni siquiera de su hijo.

Y allí fue cuando hice mi último dibujo.

Era tú rostro entre las flores.

Aquellas flores que siempre quise ver.

Libertad, tú me mataste.




✩ ! two slow dancers; moguhamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora