𝟓𝐭𝐡 𝐒𝐮𝐧𝐬𝐡𝐢𝐧𝐞

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The man who grew old with the sun

The man who grew old with the sun

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Zoro estaba bastante sorprendido. Cuando salió de la comisaría, una de sus compañeras en recepción le había dicho que su pareja había estado allí y le había pedido que le dijera que fuera al parque del centro de la ciudad.

No le había dado ninguna razón.

Movido por la curiosidad, se fue a casa, se duchó lo más rápido que pudo y se cambió el uniforme por ropa informal. Salió y respiró hondo, implorando a las calles que esta vez no cambiaran de posición.

No sirvió de nada.

Una hora y media después, llegó casi sin resuello al parque que, por ser bastante pequeño, le facilitó encontrar a quien buscaba.
Sanji estaba de espaldas a él, mirando la pequeña fuente o, tal vez, el reflejo de la luna en el agua. Esa vista dejó sin aliento al peliverde (si es que no lo estaba ya por la carrera).

Había conocido al idiota rubio hacía 22 años, cuando ambos eran adolescentes estúpidos y testarudos en la escuela secundaria. No podía decir cuál de los dos se enamoró primero del otro, pero dos años después, ya estaban juntos. Se las arreglaron lo mejor posible yendo a diferentes universidades, y, cuando se graduaron, no tardaron en mudarse juntos después de comprar una casa con los ahorros que les habían dado sus trabajos de medio tiempo.

12 años después de mudarse juntos y conseguir el trabajo que soñaban cuando eran niños, Zoro, rompiendo la rutina, invitó a Sanji a una cita casual y le pidió matrimonio frente a esa misma fuente que contemplaba el mismo rubio.

El tiempo pasó volando y ahora él era un detective de la policía, mientras que el rubio era uno de los mejores chefs a nivel internacional.

Cada uno estaba orgulloso del otro por haber logrado sus sueños y metas. Ambos estaban orgullosos de haber podido presenciarlo.

-Finalmente estás aquí, cabeza de musgo. ¿Te perdiste otra vez? -le preguntó Sanji, mirándolo de reojo con una sonrisa divertida, haciéndolo resoplar.

-No me pierdo, cocinero pervertido. Son las calles que no dejan de moverse -respondió, frunciendo el ceño.

Por supuesto, habían cosas que nunca cambiaban.

Aunque Sanji estaba realmente guapo ahora (bueno, siempre lo había sido), ya que se había dejado crecer el cabello y la barba, las canas crecientes se mezclaban muy bien con sus mechones dorados y su sonrisa siempre acentuaba las adorables y pequeñas patas de gallo que decoraban el rabillo de sus ojos... era el mismo idiota de siempre.

-Has estado usando esa excusa por más de 20 años, imbécil, ¿por qué no inventas una nueva y, ya de paso, más creíble? -desafió el rubio, hundiendo su dedo índice en su pecho, acercándose a él con un aura peligrosa.

-No tengo que inventar nada, porque no es un invento o una excusa. No me pierdo, eso es todo - le respondió, haciendo chocar sus frentes, enfrentando sus miradas desafiantes y casi letales, mientras gruñían como animales salvajes.

Siempre había sido lo mismo, en realidad...

Y, sin embargo, había algo en esa conversación que le parecía bastante familiar a Zoro.

-Oh, sí, siempre estás perdiéndote, marimo. Especialmente en un lugar en particular -le dijo Sanji, sonriendo.

-¿Oh, sí? ¿Dónde? -preguntó, entrecerrando los ojos, listo para luchar por su orgullo.

Sin embargo, Sanji amplió su sonrisa y deslizó su dedo desde su pecho hasta su barbilla.

-Aquí, idiota -susurró antes de colocar de inmediato un suave y dulce beso en sus labios. Zoro se sorprendió, más aún cuando se dio cuenta de por qué esa escena le parecía tan familiar.

Así fue como sucedió su primer beso. En ese mismo parque, cerca de la misma fuente, con esas mismas palabras.

¿Cómo podía haber olvidado eso?

Había sido hace 20 años y había sido más que especial para ambos porque habían sido sus primeros besos.

No había habido nadie más antes y no lo habría después.

Cuando se separaron, la sonrisa de Sanji era tierna y su ojo azul reflejaba el rostro sonrojado del peliverde. Rubor que Sanji se encargó de acariciar suavemente, soltando una risilla burbujeante.

-Igualito a aquella vez, ¿eh? -dijo, en un tono burlón, haciendo que Zoro chasqueara la lengua, sin borrar su (boba) sonrisa.

-Idiota, ahora vas a ver. Me voy a vengar -respondió, tomando a su esposo por la cintura y recorriendo su cuello y rostro con castos pero suaves besos, provocando que el rubio estallara en carcajadas suaves.

Muchas cosas habían cambiado, y otras no tanto, pero ambos seguían siendo dos idiotas enamorados como dos estúpidos adolescentes, e incluso 20 o 40 años después lo seguirían siendo.

Era su nuevo sueño: estar juntos para siempre, pasase lo que pasase. Hasta que la muerte los separase, e incluso en las siguientes vidas que les tocaran por vivir.

 Hasta que la muerte los separase, e incluso en las siguientes vidas que les tocaran por vivir

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𝐄𝐥 𝐛𝐚𝐮𝐥 𝐝𝐞 𝐀𝐩𝐨𝐥𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora