𝟕𝐭𝐡 𝐒𝐮𝐧𝐬𝐡𝐢𝐧𝐞

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The man who protected the sun

Cuando Sanji llegó a casa estaba cansado, muy cansado

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Cuando Sanji llegó a casa estaba cansado, muy cansado. Y empapado.  Su teléfono había muerto la noche anterior, sin que él o su novio se dieran cuenta, por lo que su alarma no había sonado y había terminado llegando tarde al trabajo.

El viejo le había dado una reprimenda tan tremenda que estaba seguro de que los clientes de la planta de abajo del restaurante habían escuchado cada una de sus palabras.

Añadido a eso, aquel día estaba tan desconcentrado por la frustración y el cansancio acumulado durante la semana que, a pesar de sus mejores intentos, devolvieron un par de platos a la cocina, lo que hizo que se ganase otra regañina de parte de jefe (y abuelo materno), que lo mandó a servir mesas para que “intentara calmarse”.

Y digamos que eso no le sirvió de mucho.

—Hoy no es tu día, así que quiero tu culo fuera de aquí y directo a casa.  Mañana vuelves y espero que con las pilas cargadas al 110% —le dijo el anciano, luego de que dos de sus trabajadores tuvieran que separar a Sanji de uno de sus clientes más “jodidamente pijos” —como los llamaba el rubio más joven—, cuando vertió la sopa (que el propio Sanji había cocinado durante tres días) dentro de la maceta de una de las plantas, quejándose de que estaba insípida y que dentro se había encontrado una mosca.

Zeff sabía que esto había sido mentira, una excusa para tratar de irse sin pagar, y lo que obtuvo el "cliente", en cambio, fue que el mismo viejo lo echó de su restaurante y le prohibió volver a entrar, tras decirle:—Si nuestra sopa no es de su agrado, háganos un favor a los cocineros y deje de venir.

Pero Sanji también tenía que irse, con o sin venganza. Y con él, se llevó el ciclo de desgracias que había ido arrastrando;  y es que, a mitad de camino, las nubes que habían comenzado a acumularse dejaron caer una llovizna tan intensa que le obligó a cubrirse lo mejor que pudo con su chaqueta y correr como alma que lleva el diablo.

Cuando finalmente llegó a casa, se apoyó contra la puerta con un profundo suspiro mientras se quitaba la chaqueta.

—Qué día de mierda... —murmuró, acariciando su rostro antes de ir al baño y tomar una ducha caliente, que no logró quitar la tensión eléctrica de sus hombros.

Luego, fue a la cocina, casi arrastrando los pies, perp se detuvo en el umbral de la puerta, sorprendido.
Había una bandeja en la encimera, una pequeña bandeja verde lima, envuelta en film transparente, que revelaba una fila casi perfecta de seis onigiri; y, encima del papel, había una pequeña nota, con una letra muy familiar, que decía: "Gracias por prestarme el paraguas, Sanji".

—Idiota —susurró con una suave sonrisa, cogiendo la bandeja y un vaso de agua. Sabía que esto era lo único que su pareja sabía cocinar, pero aun así agradeció el detalle. 
Su novio era lindo cuando se lo proponía.

Como cuando subió al dormitorio, después de un rato en el salón, y lo encontró tirado en la cama, roncando suavemente. A veces, cuando llegaba a casa del trabajo, Sanji tenía la impresión de que Usopp realmente no se movía de la cama en todo el día; y, si no fuera por el maletín en el pasillo y el paraguas mojado en el perchero, realmente lo creería.

El moreno volvía del trabajo antes que él, y Sanji no podía estar más agradecido, porque así podía meterse en la cama con cuidado y rodar hasta quedar sobre su pecho que, como si lo hubiera notado en su profundo sueño, se giró para abrazarlo y apretar su cuerpo contra el suyo propio, compartiendo con él todo el calor que había guardado.
Sanji sonrió ante esto, sintiendo que sus músculos se relajaban mientras se acurrucaba mejor contra el pecho de Usopp.

Gracias... —susurró, antes de cerrar los ojos y quedarse dormido rodeado de los cálidos brazos de su idiota favorito.

Tal vez los días fueran nefastos, completamente insoportables... Pero todo valía la pena si, al llegar a casa, lo tenía a él, a ese idiota de nariz larga, esperándolo, dispuesto a protegerlo entre sus brazos de toda esa mala suerte que había arrastrado durante todo el día, y dejándolo refugiarse en sus cálidos y reconfortantes abrazos. 

Realmente, Sanji ya no sabía cómo agradecerle todo eso.

𝐄𝐥 𝐛𝐚𝐮𝐥 𝐝𝐞 𝐀𝐩𝐨𝐥𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora