Prefacio

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El campo estaba pintado de hermosos tonos rosa y naranja, el trigo brillaba bellamente con los magníficos colores del atardecer. En una casa humilde en medio de los pastizales, una pareja admiraba pacíficamente el paisaje del que seria su ultimo atardecer juntos. Ambos se encontraban sentados en la puerta que daba al patio, recostados uno del otro, compartiendo el calor de sus cuerpos y transmitiendo su amor mutuo. El más bajo de los dos tenía una sencilla ropa color musgo, el pelo largo recogido en una trenza atada al final con una cinta, de facciones finas enmarcadas en un rostro pequeño, descansaba la cabeza en el hombro de su amante quien lo tenia envuelto en sus brazos y acariciaba su mano callosa por la labor del campo. Era un contraste innegable entre ambos, pensaba como en otras ocasiones el hombre mas bajo mientras tenia la mirada clavada en la túnica elegante de seda roja que ataviaba al otro; llevaba el largo cabello negro suelto, cayendo tras su espalda como una cascada, sobrepasaba la estatura de su amante al menos por una cabeza, sus facciones eran rectas y sofisticadas, y sus manos suaves, en contraste con la del otro, denotaban lo diferente que eran sus vidas. Ambos eran el contrario del otro, una imagen difícil de percibir junta, pero que se complementaba como si dos piezas perfectas encajaran una contra la otra.

—…Desearía estar contigo como ahora, por siempre… —suspira con dolor el hombre mas alto y de ropas caras, acariciando el pelo de su ser amado.

—Me temo que eso es algo imposible para nosotros dos —responde después de un rato con un suspiro— no es nuestro destino estar juntos —levanta el rostro para ver a los ojos a su amante.

—¡Podría! Si solo tu… —exclama con sentimientos, pero es interrumpido por unos pasos correteando en el piso de madera de la vivienda. Girando la cabeza para ver a sus espaldas se puede ver a unos niños jugueteando entre risas, pasando de una habitación a otra.

—Niños, no corran en la casa —amonesta el padre, siendo recompensado con un coro de “no” infantiles que se alejan a otro lado de la casa— ya hemos hablado de esto —le dice a su amante sin verlo— tu tienes una vida y yo tengo la mía, te necesitan en tu hogar como me necesitan en el mío —niega con la cabeza, con ojos cargados de tristeza— hay cosas que no pueden ser cambiadas… —se aparta del otro hombre y se levanta, arreglando sus ropas arrugadas.

Incorporándose también, el hombre de vestiduras elegantes se acerca a su amante y toma el rostro de este entre sus manos, obligándolo a mirarlo a los ojos. Ambos se miran directamente, transmitiendo sus sentimientos al otro. El dolor y el anhelo que puede percibir en los ojos de su amante mas joven, un reflejo idéntico de lo que esta seguro reflejan los propios, lo hace retroceder en su protesta. Entiende perfectamente la posición en la que están ambos, entiende cuanto están perdiendo ahora y cuanto perderían si deciden luchar. Hay batallas que no valen la pena ser peleadas cuando no hay posibilidades de ganar, el debería de entenderlo perfectamente. 

Con resignación, saca de uno de sus bolsillos un objeto envuelto en seda negra, al desatarlo, se puede apreciar una hermosa peineta de oro, con dos fénix gravados envolviendo una gema roja de color brillante. Mirando a su amor, coloca la peineta en su cabello con delicadeza y admira el tesoro que tiene en frente.

—Para que nunca me olvides… —dice con voz cargada de sentimientos— Te amo —susurra con la boca seca y el corazón en la mano— nunca dejare de amarte —jura para luego besar a su amor, tratando de transmitirle lo que siente, tratando de grabar en el cuerpo y la memoria de ambos este último momento.

Continúan el beso un rato, tratando de tener cuanto puedan del otro, hasta que se separan por falta de aire y el ruido de cascos de caballo que se escuchan afuera. Han llegado por él.

Junta sus frentes por ultima vez, bebiendo la imagen de la persona que mas ama y se aparta, saliendo de la casa hacia aquellos que lo esperan. Afuera, se encuentran varios hombres con armaduras montan a caballo, mirándolo mientras lo incitan con la mirada a unírseles. Se acerca a uno de ellos, un joven increíblemente semejante a si, quien le tiende las riendas del caballo que estaba libre. tomándolas, se sube a este y emprende el camino sin decir una palabra, seguido por los otros quienes marchan en silencio.

Con cada paso de la montura, se aleja mas y mas del lugar donde fue mas feliz en unos meses de lo que ha sido en toda su vida. Quiere voltear, quiere regresar a su pequeño refugio y acurrucarse en los brazos de su amado, mientras este acaricia su cabello y se escucha la risa de los niños de fondo. Mientras suben el sinuoso camino de la colina, que lo guía hacia su destino y lo aleja de su amor, siente el peso de lo que se avecina, siente el latir pesado de su corazón, el dolor de abandonar lo que mas desea; su mente grita al compás que su corazón, exigiéndole que regrese. Pero no puede… no debe… Pero cede, cede al deseo de ver su anhelo por ultima vez y voltea para ver el lugar que dejo atrás, y su corazón se rompe. Ya bastante lejos, pero no lo suficiente como para no distinguirlo, puede ver a su amor, parado en medio del camino de tierra, con uno de sus niños en brazos y el otro aferrado a su mano, viéndolo partir para no verlo jamás. Siente las lagrimas deslizarse por su rostro, mientras graba en su memoria esta despedida.

Con reticencia aparta la vista con el dolor de su corazón y vuelve a ver al frente, centrándose en el camino por seguir. Los hombres que lo rodean no se atreven a mirarlo, permitiéndole tener para si este momento. Y mientras avanza hacia adelante, con la imagen de lo que acaba de perder grabada en su cabeza con sangre, se jura, jura que un día estarán juntos, puede que no en esta vida, pero al menos en la próxima, y si no es en esa, será en la siguiente, o la siguiente. Jura por su vida, que no descansara su alma en ninguna vida hasta que logren estar juntos.

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⏰ Última actualización: Oct 04, 2022 ⏰

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