« Capítulo cinco ».

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Todos los infectados que estaban en el pequeño pueblo, corrían detrás de nosotros. La bengala se había apagado y ya no tenían tanta distracción, además, en el camino al refugio, todos los que estaban en el bosque vagando solos, se unían a la oleada que nos perseguía. Aún faltaban unos metros para llegar a destino y no podían ir con ellos, los habitantes del antes mencionado serían carne fresca; derribarían la reja que a penas logra mantenerse en pie.

Mi pecho subía y bajaba con rapidez, mientras iba corriendo, algunas veces miraba fijamente el camino, otras fijaba mis ojos azules en los infectados. Me gustaba sentir la adrenalina correr por mis venas, adoraba arriesgarme día a día, demostrarme a mí misma que estoy viva, ¡qué estoy acá, luchando por sobrevivir! Pero esto ya era un exceso.

Mathias estaba igual de cansado que yo, asimismo estaba hartándose de que los infectados nos gruñeran... que nos siguieran. Su ceño fruncido indicaba que en cualquier momento cometería una locura, o quizás, era yo quien la cometería. "Piensa, maldición, piensa" es lo que me decía a mí misma, mientras esquivábamos los árboles y corríamos de la muchedumbre (muerta) de asesinos.

Faltaban un par de metros para llegar y teníamos que deshacernos de nuestros no invitados a la reunión.

Cuando mi lamparita se enciende, una sonrisa fue la que se forma en mi rostro.

— ¡Tu mochila... granadas... lánzala! —Palabras cortadas salían de mi boca entre gritos, a mitad de camino, mientras revisaba las balas que tenía la carabina.

— ¿¡Qué!? ¡Estás loca, Summers! —Responde él, asimismo, intenta quitarse de la espalda la mochila, para sacar una de las dos granadas que teníamos (sí, la mochila tenía de todo).

— ¡Lánzala de una maldita vez!

No podíamos detenernos, la muerte corría detrás nuestro intentando arropar a la vida con sus fríos y ásperos brazos para llevarnos a un hoyo negro del cual no saldríamos nunca. Hoy no es nuestro momento de morir, hoy la vida triunfará sobre la muerte y demostraremos que hay luz en todo el mundo, que la luz vencerá a la oscuridad... que nunca dejaremos que la muerte nos gane.

La expresión de Mathias seguía demostrando que estaba confuso y a su vez aterrado, no tenía idea de cómo saldría todo, pero una vez que lanzáramos la granada, teníamos que correr con mucha rapidez.

Uno, quitó el aro, dos lo lanzó hacia atrás, tres comenzamos a correr más rápido de lo usual, cuatro la granada explotó, cinco... estábamos muy cerca.

Era un milagro que no nos haya lanzado más lejos, aún así, la granada nos dejó algo atontados. Ya no se escuchaban tantos gruñidos, quizás alguno o dos... pero la mayoría de infectados habían volado por los aires, muriendo (por segunda vez), otros estaban por partes esparcidos por el suelo y los demás, menos de diez, estaban levantándose para poder atacarnos.

Sacudí mi cabeza varias veces, tratando de que mi visión mejore, pero era imposible, aún seguía algo atontada. Intenté levantarme varias veces, pero mis brazos estaban débiles y mis oídos pitaban, no oía con mucha claridad.

Mathias fue quien logró sacarme de mi trance, en un minuto; me había tomado en brazos, para sacarme de allí y comenzaba a correr, creo que nos estábamos dirigiendo al refugio, de lo contrario, ¿dónde iríamos?

Me parece que me estaba diciendo algo como: "Ya llegamos, no te mueras, sólo resiste", lo que no lograba entender, era por qué me estaba diciendo esto.

De pronto, comencé a sentir un dolor punzante en mi brazo. Mis ojos intentaron llegar hasta la zona donde provenía el dolor y no se despegaron de allí; tenía un pedazo de vidrio clavado en la zona de la muñeca, me la estaba atravesando... ¿qué demonios? ¿Cómo había llegado esto ahí? Un grito agudo escapa por entre mis labios, haciéndole notar a Mathias que estaba sintiendo muchísimo dolor... que necesitaba que alguien me sanara.

Faltaba tan poco... pero yo no sabía si aguantaría.

Oh, vamos, es un pedazo de vidrio.

Sí, pero mi sangre chorrea, dejando un rastro.

No te morirás, mira ya están llegando.

¿Quién se supone que eres?

Tu madre, querida, tu madre.

Me estoy volviendo loca...

No, sólo estás alucinando.

Si estaba hablando con mi madre, en mi mente claro está, era porque la pérdida de sangre me estaba afectando demasiado, porque estaba delirando y... ojos, ¿por qué se cierran? ¡Ábranse, ábranse!

Lo poco que puedo seguir contando de ésta experiencia, es que cuando llegamos al refugio, de lejos se oían disparos; los pocos infectados nos habían seguido. Había mucho revuelo y todos corrían de aquí para allá, algunos creo que estaban atendiendo a Leszek, debían vendarlo y con respecto a mí...

Sólo sé que varias personas me estaban rodeando,

Para intentar curarme.

Creo que sobreviví.

Creo.

Isabella, deja de ser tan exagerada.

Nunca, madre, nunca.

«Comenzar de nuevo».Donde viven las historias. Descúbrelo ahora