Parte única.

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Park Jimin era una persona celosa. Envidiaba a quienes vivían felices con sus parejas, todos tomados de la mano, caminando sin rumbo alguno, con una mirada que podía derramar miel y mermelada. Esa dulzura enferma le parecía una de esas cosas que tendría que experimentar alguna vez en su vida, deseaba ser el objeto de obsesión de una persona que le mirase como el mayor tesoro del universo, y que a su vez le permitiera equivocarse como el ser humano que era.

Cumplidos los 25 años, sus padres tenían todo listo para casarlo con la persona más conveniente. Los matrimonios arreglados parecían ser una cosa del pasado, pero para la familia Park era una tradición que no se rompería. No podían dejar que su hijo desperdiciara su futuro con el primer hombre que se le cruzara. Necesitaban tener la información de su trabajo, de sus ingresos y de sus actitudes hacia el resto.

Por el dinero las personas harían lo que fuera, Jimin lo aprendió cuando los pretendientes fueron en aumento. Todos deseaban el poder que traía la familia de los Park, pero nadie estaba al nivel de ellos y terminaron accediendo a casarlo con un viejo conocido de la familia, siendo precisos, con su mejor amigo de infancia. Fue literalmente el único que prácticamente por lástima aceptó casarse con él, dejando a su propia pareja y convirtiéndose en la sombra de lo que era.

Jimin estaba enamorado de su mejor amigo, de su precioso Jeon Jungkook, del chico de ojos redondos que le cantaba canciones onomatopéyicas cuando eran niños. Siempre estuvo un poco encantado de su personalidad, de su hermosa voz y buenas intenciones para con el resto. Era el hombre más perfecto, el hombre con el que deseaba casarse, y el hombre que estaba enamorado de otra persona.

Jamás pidió que sus padres los casaran, fue Jungkook el que lo sugirió por tristeza. Él había visto su situación, y no quiso que terminase con un sujeto peligroso que solamente buscase dinero. Siempre fue excesivamente protector, siendo capaz de arruinar su propia vida por el bien de los demás.

La ironía en todo aquello estaba en que Jimin comenzó a perder el amor que sentía por él, en el momento que se comprometieron.

Jungkook dejó de ser el chico dulce que le saludaba amable todas las mañanas. Le guardaba rencor, ya ni siquiera lo miraba a la cara. Eran pocas las palabras que ambos intercambiaban, Jimin realmente intentaba sacar ese lado lúdico del que se había enamorado, pero ya no estaba y no podía hacer nada para enmendarlo. Su amor comenzó a marchitarse lentamente, ya ni siquiera valía la pena intentarlo.

Estuvo toda su vida enamorado de Jungkook, no recordaba un día donde no lo amase con toda su alma, pero odiaba que éste actuase como si su amor fuese una maldición. Nunca le impuso sus sentimientos, no lo obligó a comprometerse con él, todo nació de su persona y ahora parecía que era demasiado tarde.

— ¿Tienes una entrevista de trabajo? — Preguntó cuando vio que Jungkook se colocaba su chaqueta. Los dos vivían juntos esperando el día de su matrimonio, la casa fue un regalo de sus padres, y no pudieron negarse por lo mismo.

— Sí. — Su respuesta fue cortante, pero al menos fue algo.

Jimin se enteró de que estaba postulando para un trabajo en el mismo edificio que su ex novio, lo que estaba bien, no le daría más vueltas al asunto. Jungkook podía haber cambiado en muchos aspectos, pero no era un mal hombre, jamás lo engañaría de ningún modo y ahora tampoco era como que le importara.

A medida que avanzaban al otoño, las flores veraniegas se marchitaban como sus sentimientos.

— Te prepararé algo que te guste. — Le dijo intentando aligerar el ambiente —. Estoy seguro de que te darán el trabajo.

Jungkook se giró para mirarle. Notó algo de suavidad en sus ojos, era una expresión distinta de la que habitualmente le daba, también se diferenciaba de la mirada que tenía cuando los eran los mejores amigos del mundo, pero tampoco quería ahondar en ello.

GOTAS DE JÚPITER 木星 KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora