Parte 1 - única parte

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Nos conocimos desde la primaria, recuerdo que fuiste tú el primero en acercarse y pedirme por mi tarea. Te miré y me sonreíste, una corriente eléctrica me recorrió la espina dorsal y la sangre se me subió a la cara, nervioso, te ofrecí mi libreta.


Ese fue el inicio de nuestra vida juntos, cada día te notaba más alegre y más cerca mío, era como si quisieras algo más, pero no podía atreverme a hablarte, arriesgarme y hacer el ridículo frente tuya y de tus amigos populares. Lo admito, me gustaste desde el primer día en el que te vi.


Y es que con esa sonrisa blanca, tu habilidad para cualquier deporte, te creía malditamente perfecto. Y qué hablar de tu personalidad, no por nada eras el chico más alegre y popular del colegio, posiblemente, del pueblo. Pero lo que más me gustaba eran tus ojos: brillantes y llamativos como dos luceros alumbrando un atardecer eterno en la playa. Fueron incontables los poemas, dibujos y canciones que te dediqué en secreto en mi habitación, siempre deseaba tener el valor de hablarte sin salir corriendo a los dos minutos.


¿Porqué, mi amado, porqué?.


Acomodando mis gafas, entrábamos a la secundaria juntos, me contaste que te mudaste cerca a mi hogar y que sería interesante que saliéramos más seguidos. ¿Cómo amigos? te pregunté, Como amigos, me respondiste. Mi corazón estalló finalmente en un ritmo frenético y mi sonrisa se hizo evidente, tu también te alegraste por haber aceptado tu propuesta. Al pasar más tiempo juntos, nos enteramos de que compartíamos los mismos gustos, ese sentido del humor absurdo que solo nosotros entendíamos, nos guardábamos secretos familiares y nos apoyábamos abrazados ante cualquier problema que nos hiciese llorar; era como si fuésemos hechos para permanecer uno con el otro.

Finalmente, en tercer grado, en una clase de sexualidad, te hice sonrojar. Jamás olvidaré esa hermosa imagen de tus ojos ansiosos mirando a un costado, tus carnosos labios haciendo presión entre ellos e inclinándose a un costado, nervioso, te rascabas tras la cabeza hablando cosas que ni tú entendías, todo, por haberte preguntado si saldrías conmigo en "una cita", la primera de muchas más.


Recuerdo, también, que nos llevaron a la dirección por habernos besado tras un módulo cuando todos estaban adelantándose al auditorio, no sé si fuiste tú quién con provocaciones me incitó a hacerlo, o si directamente tú diste el primer paso; pero te digo, querido, que esos minutos probando tus dulces labios valieron totalmente la pena. Me sentí en una novela juvenil mal contada.


Seguimos haciendo travesuras de adolescentes fingiendo ser amantes a escondidas, creo que eran los momentos que más me gustaban cuando estaba contigo, esos, y poder ver tu cálida sonrisa. Me regalaste, sin duda, la mejor vida que podía imaginar.


En la graduación de quinto grado, me pediste que nos escapáramos, yo gustoso acepté al segundo. 


Si es contigo, querido, iría a dónde sea.


Corrimos sin importar que nuestros caros trajes alquilados se rompieran entre las ramas, llegando a una explanada, jugamos a empujarnos, nos tiramos a contar estrellas y nos regalamos flores que cortábamos por el camino. Entonces, te arrodillaste ante mí.


Pude ver a la Luna reflejada en el universo de tus ojos, tu cabello estaba revoltoso por el viento pero no te importó, tomaste mi mano con tanta delicadeza que me quedé atónito, era como sí, de una u otra forma, cualquier movimiento que hiciéramos podía dañar al otro. 


¿Quieres.. ser mi novio? Me preguntaste, quería que me pidieras matrimonio, pensé y luego acepté. 


Nos abrazamos y lloramos en el hombro del otro durante varios minutos, al llegar la hora de regresar (no había una específica, solo creímos que ya se estarían preguntando por nosotros para una foto, o lo que sea) nos dimos un beso profundo de parejas, como esas de película aunque con vergüenza, y entrelazamos nuestros dedos.


Un día tocaste a mi puerta con desespero, te abrí preocupado y estallé en angustia al notar tus hermosos ojos quebrados, arruinados por lágrimas de tristeza, y tu mejilla de un color morado casi negro, ¡qué te paso!, mi padre, me pegó, no acepta que sea gay y que tenga un noviazgo contigo, dijiste.


Esa noche fue la primera en la que dormimos juntos, sentí tu cuerpo temblando y con espasmos, no sabía cómo pero me armé de valor y fui a tu casa a hacer una escena, entonces, sin obtener una victoria satisfactoria, te viniste a vivir conmigo y mi familia.


Años más tarde, me pediste matrimonio. Fue en una playa cerca a un puerto, Dios, te maldije internamente por pensar en cada detalle para que fuese perfecto. Me hacías sentir inútil, pequeño y desconsiderado. Es por eso, que te pedí que yo planease nuestra luna de miel. Te llené de expectativas y logré cumplirlas todas. 


Era una noche de luna llena, como esta, dónde te juré amor eterno y fidelidad. Tu hiciste lo mismo. Te amo, Locochon, yo también, Duxo.


Mira como avanza de rápido la vida que abrimos un negocio juntos a los pocos meses de casados, era impresionante como se llenó de "caseros" en poco tiempo. Nuestra comida era de calidad, preparada por nosotros mismos, pero creo que era nuestro amor lo que empujó el negocio al éxito.


Tú eras un buen esposo.


Trabajabas a tiempo completo, nunca llegabas tarde a la casa, siempre tenías una sonrisa para mí y otra para nuestras mascotas. En tu tiempo libre solo te dedicabas a mimarme, cuidarme y a complacerme en la cama. Que más podía pedir de ti si toda tu vida me la regalaste.


Una noche regresando de comprar las cosas para la semana, aquella señorita me dio un folleto, lo leí detenidamente y pensé que sería una buena idea ir contigo, para divertirnos y salir de la monotonía.


Me dijiste que no, que esas cosas no eran para ti y que mejor lo olvidara, que habían muchas cosas que hacer para mañana con la remodelación del negocio.


Hice una mueca de disgusto, no por ti, sino por mí, debí haber hecho caso y olvidar el asunto pero esa misma madrugada ahí podrías haberme hallado en mi cama dando vueltas, inquieto, ¿Realmente es tan malo? Solo quiero divertirme un poco en una fiesta, no estaré con nadie más que contigo, repetía en mi cabeza.


El gran evento sería en dos días, dos días intentaría convencerte de ir y dos días te negaste rotundamente. Faltando pocas horas para las 8 -hora donde iniciaba la "gran fiesta", según el folleto- te enojaste tanto que te encerraste en el cuarto de invitados y no bajaste a cenar. Me tocó disculparme contigo. Pero no me quedaría con las ganas, así que desobedecí.


Sí, te desobedecí y salí pasadas las 10 de la noche. Sí, me fui sin ti. Y sí, llegué a esa discoteca.


Es verdad que sentía miedo, pues como no, si era la primera vez haciendo algo a escondidas tuyas. Ni bien ingresé me dio un mareo por la repentina oscuridad y las luces de colores vueltas locas. Estaba descubriendo un nuevo mundo sin ti, una nueva vida.


Más temprano que tarde me di cuenta de que no llevaba dinero conmigo, ni tenía amigos a mi lado para ponernos a bailar sanamente en una esquina. ¿Que iba a hacer sin ti, mi amor?


Entonces lo vi, era un muchacho unos años menor que yo, como todos, pero él destacaba sobre el resto. Alto, hasta donde podía ver tenía buen cuerpo, serio y rodeado de mujeres en ropas pequeñas, no sé como no podía quitar mis ojos de él y al parecer este sintió la típica sensación de ser observado ya que volteó directamente hacia mí.


No pude ver más allá que aquellos faroles color miel que llevaba por ojos, se mezclaron con los míos y, de nuevo, sin poder quitar mi vista de él, mi corazón aceleró su ritmo caóticamente, los sentimientos se mezclaron en una explosión tan peligrosa en mi interior que repercute en el exterior, viéndose reflejada en los temblores de mis dedos y el evidente nerviosismo en mis pasos.


¿Cuál es tu nombre? ¿De dónde vienes? ¿Porqué parece que nos conociéramos de otra vida? Jamás lo supe, pues las palabras no salían de mis labios. Entre tanto revuelo solo podía estar seguro de una cosa: quiero permanecer a su lado.


Él me tomó de la cintura y yo del cuello, su atrevimiento siendo que ni siquiera nos conocíamos las voces me hizo sonrosar, el aire me faltaba, quién eres, quién eres. Sus manos más grandes que las mías me brindaban protección, me reclamaban como su pertenencia y se lo dejaba en claro descaradamente al mundo. Dio un paso atrás, le seguí avanzando yo, cuando menos lo imaginé ya estaba danzando como hace años no hacía, desde nuestro matrimonio, de hecho.


No fue hasta qué las luces se apagaron completamente y la música cambió que pude volver al mundo real, miré al rededor y no habían muchas personas, supuse que era porque se acercaba el amanecer, mis pies adoloridos flaqueaban pero él seguía sosteniéndome firmemente. Habíamos estado bailando toda la noche, yo perdido en sus ojos y él en mi figura, ni siquiera tuvimos un descanso para que él me invitara unas copas pues nuestras gargantas estaban secas.


¿Que cómo lo sé? Pues al momento de pedirme que vayamos a otra parte pude escuchar su voz ronca, profunda y arrastrada bajo aquella mascarilla de tela negra. Lo acompañé a la parte trasera y me abrazó. Lo alejé al instante, estoy casado, no puedo. Me entendió y susurró a mi oído.


Podemos vernos otro día, vengo aquí regularmente.


Le sonreí acalorado, era su mezcla de coquetería con elegancia y misterio lo que me enloquecía, luego me fui dejándolo solo allí, fumando un cigarro. Toqué mis mejillas y las palmeé varias veces, debía bajar de esa nube de ilusión lo antes posible, por tu bien, por el bien de nuestra relación, mi cielo.


Llegué a la casa y me duché rápidamente para quitarme el olor a sudor y también la culpa, faltaba poco para nuestro aniversario, pude ver en el calendario. 


Y así, pensando en qué regalarte te despertaste y me descubriste haciendo el desayuno para ambos. Tus labios dándome los buenos días no me supieron igual que antes, te robé dos besos más, nada, no podía sentir nada pues mi mente seguía divagando por aquel chico.


Esa noche hicimos el amor como hace mucho no lo hacíamos, estaba exhausto pero no logré mi clímax, en cambio tú, de lo cansado que estabas te dormiste sin siquiera cubrirte el cuerpo. Suspiré con ternura y te limpié, tapé tu cuerpo y dejé tus gafas a un costado. Mordiendo mi labio, me masturbé en la ducha y salí de nuevo a aquella discoteca. Mi cuerpo se estremecía y ardía de solo pensar en que podía volverlo a ver.


Tenía un nudo en la garganta, los labios temblando y cojeando levemente cuando él me encontró. Me preguntó qué me pasó y yo solo respondí:


"Tuve una mala noche, por favor, hazme olvidar" 


Riendo con los labios cerrados me ofreció bailar y así lo hicimos, como la anterior noche, solo que ahora acabamos antes, al parecer no había dormido al igual que yo, solo nos sentamos contra una pared a fuera del antro, también disfrutaba de los momentos de paz, lejos de el bullicio como yo. No pudimos conversar de nada, simplemente estábamos uno apoyado en el otro. La luna que se interponía entre nuestros rostros formó la sombra de dos amantes besándose en la pared. Pude sentir el olor a alcohol pero también algo más, un sabor sutil a miel y canela en sus labios. De nuevo, esa corriente eléctrica en mi espalda, me acordé de cuando te conocí, no sabes cuan culpable me sentí pero ya era tarde, me estaba embriagando con su olor. El sabor del pecado, era simplemente adictivo.


Tengo que regresar, le dije. Vuelve mañana, me respondió.


Tal y como acordamos lo hice, poco a poco mis días se convirtieron en una impaciente espera hasta la noche, donde regresaba a beber de su saliva y él de la mía. 


Pero, un día, no volvió más. 


Estaba aburrido sin él, no quería bailar, es más, ni siquiera le veía sentido a permanecer ahí, es una buena oportunidad para dormir correctamente, pensé y regresé a mi casa. Te vi dormido como siempre, me acosté a tu lado insatisfecho por la mala jugada del destino. 


Que te pasó, prometiste vernos, prometiste regresar. Lindo caballero nocturno, te necesito.


Una semana más y no lo veía, finalmente lo decidí olvidar, buscar refugio en tus abrazos y tratar de satisfacerme con la vida que me ofrecías. La misma vida de confort como hace 10 años, esa misma que me tenía encarcelado.


Una vez, mientras tú trabajabas en las oficinas, regresaba de comprar cosas para el almacén de comida y me choqué con él. Juro que sentí como mis ojos recobraban su vida y su brillo al verlo por fin, él me habló primero disculpándose, me besó la mano y yo simplemente tiré todo y lo abracé. ¿Esta noche? Me dijo, esta noche, le respondí.


Esa misma madrugada fue distinta a las anteriores, esta vez no bailamos juntos, solo yo, no fue en una discoteca, fue en un hotel, esta vez no llevábamos ropa, ni siquiera estábamos parados. Él estaba acostado y yo me balanceaba sobre su regazo, de rodillas, nuestras pieles chocando y nuestros alientos mezclándose.


"Oye.. No sé si te suceda lo mismo, pero ya no aguanto, necesito llevar esto al siguiente nivel" Me habló sin temor alguno al rechazo, tampoco contemplé el negarme, estaba tan absorto en su belleza que le dije que sí a todo.


"Ni siquiera sé quién eres.."
Agregué, era cierto, tanto tiempo y no sabíamos nada del otro pero, repito, era como si toda información sobrara, como si nada de lo que diga el otro apagaría el fuego pasional que nos carcomía por dentro.


"Me llamo Aquino, un gusto"
Endulzó mis oídos con tu voz, susurrándome cerca al oído como si las paredes tuviesen la capacidad de escuchar.


"Yo soy Duxo"


Aquino, ese es el nombre de quién te arrebató tu lugar, solo él supo satisfacerme esa noche. Haciéndome cosas que ni sabía que serían posibles, se enojaba en las partes precisas para hacerme sentir tan sumiso, tan.. deseado. Solo él, solo es él. 


 Entonces, me llamaste preocupado. 


Contesté como pude, con la mirada nublada de cansancio era muy difícil presionar los botones correctos. Escuché tu voz llamándome con desespero desde la otra línea, la culpa me pesó como si todo el aire del mundo me empujara los pulmones, mi garganta no era capaz de articular palabras, solo gemidos y llanto. Miré por la rajadura de las cortinas hacia la ventana, mierda, se había hecho de día ya.

Mi amado esposo, tu voz se quebró al igual que mi corazón.


"¿¡Duxo!? ¡Dónde estás! ¿¡Te están haciendo daño!?"


Pude sentir varias cosas al mismo tiempo, primero, la mano de Aquino dejaba de masturbarme para darme una nalgada con fuerza, instantáneamente mis ojos derramaron más lágrimas mientras me corría por enésima vez sobre las sábanas. Tú, al parecer tiraste algún jarrón de la impotencia. Intenté llamarte, pero él me agarró del cabello y tiró hacia atrás, haciendo que suelte el celular sin darme tiempo si quiera de colgar.


"¡Llamaré ahora mismo a la policía! ¡Resiste cielo!"


Entonces supe que no podía ocultarlo más.


Mis labios titubeando te dijeron: "Te amo, Locochon. Gracias por ser un buen esposo pero.. Me tengo que ir.."


"¿De qué hablas?"


"E-El dolor me está desgarrando el alma.. Locochon, cariño mío.. mi corazón está contigo pero- ¡Aquino! ¿Q-Qué haces?"


Agarró mi celular y se lo colocó en el oído, luego salió de mí y yo caí rendido al colchón, pude girar la cabeza lentamente para ver que estaba masturbándose. Con una frescura que hiela la sangre se corrió manchando desde mis muslos hasta el costado de mi rostro. Un poco cayó sobre mis labios y lo lamí lascivamente.


"Lo siento Loco, amigo, él ya escogió a su nuevo hombre. Pero eh, gracias por cuidarlo tanto tiempo, hiciste un gran trabajo, lamentablemente, no supiste saciar a una perra como él. Ahora es mi turno, espero que no te veamos nunca más."


"No.. No te creo" Escuché tu voz, incrédulo.


Colgó y tomó una foto con flash a mi cuerpo, supuse que se la había enviado al chat de nosotros, lo cual luego confirmé.


No supe nada de ti desde ese entonces, pero no me quejo, estoy bien ahora, de hecho mejor que nunca. No puedo dejar de agradecerte porque de no ser por ti jamás hubiese conocido a Aquino. 


Gracias, Locochon, gracias.

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Locochon arrugó la foto de su boda con Duxo bajo la mesa, tirándola luego hacia alguna parte de la habitación. Entre lágrimas contemplaba el anillo que este último olvidó en esa mesa de noche y se preguntaba cómo, como había sido capaz de hacerle esto en su propio aniversario; el aire aún se sentía caliente, con olor a sexo. La tristeza aumentó, era tan profunda que dolía físicamente, en su pecho, en su alma.


Después de todo, sus corazones eran correspondidos pero no estaban hechos para permanecer juntos por el resto de sus vidas.


Quizá en otro lugar, Locochon, te valorarán mejor.



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