Thaile.
—¿Quién eres? —pregunta el General mientras mis guantes de caja golpean con fuerza su rostro.
—¡Thaile Bonnet Dubois, señor! —respondiendo, ajustando mis golpes con precisión.
—¿Y qué eres, Thaile?
—Agente especial de la Agencia de Control Criminal de Inteligencia Americana —digo mientras lanzo patadas que él esquiva con agilidad—. Experta en tiro a blanco e informática... y de vez en cuando, la Madame que disfruta castigando a quienes se portan mal.
Dejo escapar una sonrisa cargada de sarcasmo, mientras continúa con los golpes y patadas.
—Y ¿dónde estás? —pregunta el General, aparentemente complacido.
—¡Aquí! —le respondo, soltando puños cerrados con fuerza—. ¡Estoy aquí, maldita mar!
A medida que arremeto, me siento cada vez más impulsada. No es suficiente. Quiero más, más dolor, más sangre de esos enfermos. Mi cuerpo se siente enérgico, ansioso por descargar toda la rabia contenida.
—¿Por qué me desobedeciste? —me reclama el General, su voz dura y autoritaria.
—¿Yo? —fingo sorpresa mientras sigo golpeando.
Me niega con la cabeza, y mi determinación crece con cada golpe. La rutina de ejercicios me ha ayudado a recuperar mi figura, aunque sé que mi cuerpo jamás será el mismo después de todo lo que he pasado.
Finalmente, termino mi sesión y me dirijo a las regaderas. Me cambio de mi típico conjunto deportivo por el uniforme de la agencia: pantalones negros y una blusa color concha de vino que, honestamente, pensé que nunca volvería a usar. Ajusto mi placa en el cinturón, que ahora brilla con una luz cálida, recordándome el orgullo que sentían mis compañeros por ella.
Me trenzo mi cabello castaño y me dirijo a mi cubículo. No tengo ningún caso asignado por el momento, y Zhang ya está al tanto de mis acciones recientes. Por lo tanto, me dedico a llenar informes y papeles que solo se archivarían, pero que debo completar para cerrar la misión H5.
—La llaman —anuncia un pasante, que actúa prácticamente como secretario, mientras extiendo un teléfono inalámbrico. Me doy cuenta de que he olvidado mi teléfono de agencia en mi taquilla de las regaderas.
-¿Si? —contesto, pegando el teléfono a mi oído.
—¿A qué hora vienes? —pregunta Nicolás al otro lado de la línea, su voz llena de entusiasmo—. ¡Hoy es mi fiesta!
Su recordatorio me hace sonreír.
—¡Ay, cierto! Hoy te conviertes oficialmente en mi hermano menor —muevo la vista hacia la hora en la computadora y noto que ya se me está haciendo tarde.
—¿Vas a estar allí, verdad?
—Sí, pesado —le respondió—. Solo ve a arreglarte; No tengo hermanos feos.
—Yo no soy feo —se defiende, su tono ofendido pero juguetón.
—Y por eso Blanca y Elías te adoptaron, claro.
—Solo apúrate —lo imagino frunciendo el ceño.
—¡Que ya voy, joder! —me exaspera mientras apilo un montón de papeles—.
—Es que no quiero que te vuelvas a ir —dice con un tono más nostálgico—. Tú y los señores Turner son el único que tengo ahora.
Siento una punzada en el pecho. Conozco ese sentimiento; lo viví cuando Blanca se fue y papá empeoró, cuando encarcelaron a mi hermano. Ese vacío que te grita que estás, o te puedes quedar solo porque el círculo de personas a las que les importas, aunque sea un poco, es muy pequeño.
ESTÁS LEYENDO
Tras de ti
Tajemnica / ThrillerElla tiene un objetivo: ir tras él. ¿Pero qué pasa cuando la leona empieza a compadecerse de su presa y comienza a verlo con otros ojos? Él, un político que está a punto de ascender junto a su partido, sin imaginarse que, a ciegas, le ha abierto las...