PRÓLOGO
Si algo puede salir mal...
La luz entraba, descarada, colándose entre las cortinas con la única intención de molestar a los durmientes. En la cama de sábanas blancas, y revueltas, Rebecca, una mujer de veintitodos se removía incómoda. Se sentía muy pesada, como si hubiera algo sobre ella; tenía entumecidas las piernas y los brazos, los párpados se negaban a abrirse y su boca estaba seca... Rebecca sabía que levantarse era la mejor opción, porque dormir iba a ser imposible.
Cuando logró abrir los ojos, se percató de que no conocía la habitación en la que se encontraba. También se dio cuenta de que la sábana que cubría su cuerpo cubría su desnudez y lo peor era que en el piso había muchas prendas de ropa, pero ninguna conocida. Y todas eran, si no se equivocaba, de hombre.
—¡Oh, por Dios!— susurró Rebecca asustada. Miles de preguntas pasaban por su cabeza entumecida, y no tenía respuesta para ninguna, es decir, ¿qué había hecho y por qué no lo recordaba? ¿Dónde estaba y por qué no llevaba… nada… encima…? «Oh… Dios…».
Exaltada, y asustada a más no poder, Rebecca se levantó de un salto de la cama, enredándose la sábana en el cuerpo, y buscando su ropa. Pero cuando se estaba fijando debajo de la desordenada cama, unos pasos se escucharon cerca de la puerta. « ¡Oh, no!» pensó de nuevo Rebecca, «no, no, no, no...». Se quitó la sábana, con manos temblorosas y apresuradas, y se puso encima una camisa negra enorme que le cubría lo esencial. La puerta se abrió con un chirrido que, mágicamente, ahogó el sonido martilleante del corazón de Rebecca. Entró un hombre joven, guapo, quien llevaba dos tazas de café y, además, era el mejor amigo del hermano menor de Rebecca.
—Oh... por...— susurró Rebecca al ver al chico de diecisiete años que dejó las tazas de café en un escritorio abarrotado de comics y cerró la puerta con suavidad detrás de él.
—Hola, Becca— saludó Justin alegremente en voz bajita. El muchacho se sentó en el escritorio descuidadamente y le pasó una de las tazas a Rebecca, quien no se movió de donde estaba, entonces Justin se llevó la taza a los labios y posó sus ojos sobre Rebecca, recorriéndola de la cabeza a los pies.
La mujer sentía la mirada de esos ojos oscuros y la incomodidad era difícil de soportar. Justin la miró de la cabeza a los pies, deteniéndose un rato en la camiseta que Rebecca se había puesto, pero el colmo fue que el muy idiota observó con atrevimiento las piernas de la mujer, como si la estuviera evaluando. Y Rebecca sabía que la culpa era de ella por ponerse algo tan corto.
Justin se tomaba su café con calma y sonreía como si hiciera eso todos los días, pero Rebecca estaba muriéndose, ¡había despertado desnuda en el cuarto del mejor amigo de su hermanito! No... Corrección, ¡había despertado DESNUDA en la CAMA de un NIÑO de diecisiete años!
—Es mi especialidad— murmuró Justin jovial e inocente, el muy bastardo, señalando el café. Rebecca se acercó al escritorio y tomó la taza a regañadientes. Estaba en shock (aunque percibió riquísimo café con leche de sabor un tanto dulzón y exótico que no sabía de donde venía). No comprendía nada de lo que estaba pasando.
Rebecca se sentó en la cama, cuidando que la incómoda camisa no se subiera y rebelara más de lo que Justin podría haber visto ya, «pero, yo estaba completamente desnuda», pensó Rebecca, nerviosa. «Yo... me vio comple...ta...mente... des... ¡No pienses en eso, Becca!». Para despejarse, la mujer le prestó atención a la habitación.
Las paredes estaban cubiertas de posters de grupos musicales, dibujos, pinturas, unos colgantes... De hecho, casi no se veía la pared en sí, y donde era posible vislumbrar la pintura, se veía una sencilla pared blanca con letras negras encima. El piso estaba cubierto de ropa, zapatos, papeles y libros; la mochila estaba tirada en un rincón, a la par de una hermosa guitarra acústica. También había unos estantes cubiertos de discos, libros y juguetes. Luego, estaba la cama, súper desordenada e increíblemente cómoda (tal y como recordaba Rebecca) y al lado de la cama una mesita que tenía unos collares, un reloj despertador y una lámpara. La habitación no era muy grande, sino que era cómoda, y contaba con una amplia ventana que dejaba entrar al sol matutino aunque las cortinas estuvieran entrecerradas.
YOU ARE READING
Más de una docena de peros
RomanceRebecca Lang es una mujer cercana a los treinta años quien despierta desnuda en la cama de Justin, un adolescente que hará hasta lo imposible por enamorarla.