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Thaile.

—¿Thaile? —La voz de Shun retumba en mi cabeza, mezclada con el sonido ensordecedor de sirenas policiales. Mis ojos, pesados y casi incapaces de abrirse, luchan por enfocarse.—Vamos, tienes que reaccionar —me incita Shun, palmeando mi mejilla con preocupación.

El entorno se desplaza borroso mientras me esfuerzo por mantener los ojos abiertos. Mis recuerdos se desvanecen en un torbellino de confusión: solo recuerdo que estaba revisando la computadora de Alice y logré marcar a Shun antes de que ella llegara.

Shun me alza con cuidado y me acuesta en una cama. Mi cabeza late con dolor punzante mientras trato de asimilar la información que me ofrece.

—Alice se volvió loca. Tomó a los Turner y a sus invitados como rehenes —me informa, su voz cargada de urgencia.

—El brindis... —murmuro débilmente, con dificultad.

—Lo sé —responde Shun—. Escuché todo. Ya hemos advertido a los rehenes. Encontramos cianuro en las botellas de champagne abiertas en la cocina. Las mucamas y los guardaespaldas que no están dentro están declarando.

El mareo me golpea con fuerza cuando intento levantarme. Mis manos buscan desesperadamente apoyo en la cama.

—¡Alice Miller, estás rodeada! —gritan desde fuera de la mansión con un megáfono—. ¡Libera a los rehenes y entrégate, no tienes escapatoria!

Me esfuerzo por levantarme de nuevo. Esta vez, logro mantenerme en pie, pero el mundo sigue girando a mi alrededor. Mi garganta está seca y mi cuerpo tiembla mientras intento procesar lo que me está diciendo.

—¿Sabes qué te inyectó? —me pregunta Shun, pero niego con la cabeza, incapaz de recordar.

—Me inyectó algo, pero no sé qué era —respondo, con la voz ronca y seca. Me quito los tacones con cuidado, sintiendo un mareo creciente.

—Quédate aquí —me ordena Shun—. Tenemos todo bajo control.

Quisiera creerle, pero la situación dentro de la mansión es crítica. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras Alice sigue causando estragos.

Con dificultad, me tambaleo hacia la salida, usando las paredes para sostenerme, con Shun siguiéndome de cerca. Afuera, varias patrullas están rodeando la mansión. Los oficiales están interrogando al personal y al anillo de seguridad, que definitivamente voy a tener que reemplazar después de esto, porque claramente no están a la altura. Leah está al mando de las operaciones en el exterior.

—Llévala con el paramédico —ordena Leah a Shun, con determinación.

—Estoy bien, solo un poco mareada —le aseguro—. Necesito mis armas, voy a entrar.

—No —responde Leah tajantemente—. Si entras, puedes poner en peligro la vida de los rehenes, y no estoy dispuesta a arriesgarme.

—Pero...

—Pero nada —interrumpe Leah—. Quédate tranquila, nosotros nos haremos cargo.

No puedo aceptar eso. Leah está completamente equivocada si piensa que me voy a quedar de brazos cruzados mientras la situación sigue sin control. Sin pensarlo, le arrebato el megáfono, lo coloco a mis labios y lleno mis pulmones de aire. Mi voz, aunque débil, se proyecta con fuerza:

—¡Alice, reconozco tus cojones, pero será mejor que termines esta mierda ahora, porque no te gustará cuando la termine yo! —le grito con fuerza. Mi voz resuena en los alrededores, y a los pocos segundos, unos gritos provenientes del salón principal interrumpen el silencio tenso.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora