CAPÍTULO TRES

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CAPÍTULO TRES

Stracy

—Recuerda no llegar tarde a la Universidad.

—Lo sé.

—Recuerda llevar a tu tío a la Universidad también, no puedes olvidarte de él.

—Lo sé y él es una persona, no un cuaderno que se puede olvidar con facilidad.

—Ya lo sé, pero te conozco y tengo miedo de que te olvides de él.

—Sí...—

—Recuerda ser gentil con él. Debe sentirse como en casa.

—No tengo doce como para ser cruel con las otras personas por las hormonas.

—Ya lo sé, hija, pero solo decía. — Mamá besó mi mejilla con fuerza y luego me abrazó; — Te quiero, nos vemos en la noche.

—¿Y papá?

—Ya se fue con Helena al hospital. Van a internarla, recuerda.

—¿Crees que ella esté bien?

—Sabes que no puedo responderte eso. — mamá suspiró: — Pero ella no se encuentra muy bien. La leucemia la tiene muy avanzada. No sé cuidó ni se trató a su tiempo y ya sabes cuáles son las consecuencias que se acarrean cuando eso pasa.

—Sí, es lamentable.

—Ni lo digas. — ella acarició mi mejilla con suavidad: — Tengo que irme.

—Sí, mamá, tienes que irte.

—Quisiera no hacerlo, pero ya sabes. El trabajo me llama.

—Qué horrible es ser adulto. — no me pude contener.

Ella rodó sus ojos, pero soltó una carcajada.

—No puedo contradecir esa verdad, hija.

—No lo hagas — dije — Y aunque no quiero que te vayas a trabajar, debes irte, porque sé que odias llegar tarde.

—Tal vez se me está pegando lo tuyo...—

—¡Oye, no seas mala!

—Ya, hija, deja el drama. — me besó ambas mejillas y se levantó de la cama. Ya estaba lista, de hecho, lo estaba desde ayer, porque técnicamente no dormí nada, pero eso nadie debía saberlo, mucho menos mi madre.

Se despide más de tres veces y me da varios abrazos hasta que finalmente se va. Siempre somos así, también con papá y me paso las manos por el rostro, antes de inclinarme y tomarme de un solo trago la taza de café que está a rebosar.

La traje antes de que mamá entrara a mi habitación.

Odio el café. El sabor, el olor y la textura es asquerosa, pero la cafeína es lo único que podría evitar que me desmaye de sueño en el almuerzo en medio del campus, así que hago una mueca y suelto un eructo para nada sutil, dejando la taza vacía sobre la mesa de noche y tomando mi teléfono celular.

Lo primero que hago es entrar a WhatsApp y veo la cantidad exorbitante de mensajes que tengo.

En el chat del grupo de lectoras hay más de mil, en el de mis amigos trescientos y en el chat de Jacob cinco mensajes sin abrir. Solamente abro los de Jacob y me cruzo de piernas, leyendo los mensajes.

Jacob: Buenos días, mi amor.

Jacob: Seguramente no estás despierta, pero quiero decirte que te quiero mucho.

Si tan solo no fueras túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora