CAPÍTULO CUATRO

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CAPÍTULO CUATRO

Maximiliano 

El sonido de los audios, los gritos de Stracy y el olor a frenos de auto. Todo eso se juntó y luego explotó para mí.

La verdad, nunca había estado tan malditamente asustado como lo había estado en ese preciso momento en el que mi sobrina, al responderme, olvidó lo que estaba haciendo, que era manejar y tuve que gritar.

Tuve que gritar porque vi a un auto acercarse a nosotros tan rápido que sentí que íbamos a morir y eso era muy jodido, porque significaba que literalmente estuve a nada de estirar la pata y conocer a San Pedro.

Cuando grité lo único que se me ocurrió: «—¡Cuidado!», ella pisó el freno con fuerza y gritó, pero mantuvo el volante de forma correcta y miré cómo el otro conductor también se detenía hasta que quedamos frente a frente.

Ambos autos separados por una pequeña y mínima distancia. Era surreal. El hombre del otro auto comenzó a mover sus manos y su boca, parecía estar gritando mientras yo sentí el susto adueñarse de todo mi cuerpo.

Estaba cagado, aterrorizado, cagadisímo y cuando giré a mirarla. Era imposible deducir por su expresión, en qué estaría pensando. Parecía a punto de un colapso, ¿Cómo no? Casi teníamos un accidente de tráfico.

Ella tragó saliva con fuerza con sus ojos intensos clavados en mí y la respiración agitada. Soltó el volante como si fuera ácido y se tocó los brazos. Se tocó el rostro también y las piernas. Se giró a mirarme, estaba aturdido por todo esto y por el hecho de que había muchas bocinas de auto sonando por nosotros. Por lo que habíamos causado.

—Mierda —gruñó entre dientes, asustada, no. Aterrorizada, ella estaba aterrorizada.

Ella hizo una mueca y tomó el volante otra vez. Apretó las manos con fuerza sobre él.

—No creo que sea...—

—Casi morimos, tío. — ella soltó, de forma lenta: — Un accidente de tráfico que seguramente iba a transformar el auto en chatarra y a nosotros en gelatina, pero no fue así. No fue así y ahora estamos siendo el objetivo de personas enojadas que tocan bocina de sus autos y nos insultan, debemos movernos. Aunque quiera huir a mi habitación y esconderme debajo de las sábanas, debo encender el auto y seguir.

—¿Estás segura de que puedes hacerlo?

—Sí, aunque eso no significa que sienta que estoy muerta y que sueño que estoy viva.

—No estás muerta, Stracy.

—¡Ya lo sé! — ella soltó y al mismo tiempo, encendió el auto. No dijo ninguna palabra más y yo tampoco hasta que llegamos a la universidad.

La estructura era mucho más grande de lo que yo esperaba y lo que había visto en fotografías. Había muchos ventanales, muchos pisos y también muchos adolescentes. Estaba lleno de personas y cuando Stracy aparcó el auto, no pude evitar mirarla mientras apagaba el motor con las manos temblorosas.

—¿Cómo te sientes? — pregunto, con precaución.

Ella voltea a verme. Sus ojos azules echando chispas.

—Fue tu culpa. — señaló.

Arrugue las cejas.

—¿De qué estás hablando?

—Fue tu culpa. — repitió.

«¿Acaso se volvió loca?», no pude evitar preguntarme.

—¿Cómo va a ser mi culpa Stracy? — pregunto, aturdido — ¿De qué carajos estás hablando?

Si tan solo no fueras túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora