Era un viernes lluvioso y sombrío, me desperté a las 5 de la mañana, como siempre, dispuesto a empezar mi rutina. Fui a la ducha y tomé un baño con agua fría, no me importó, debía llegar temprano a la reunión de trabajo, probablemente me ascenderían, había tenido un gran desempeño en las últimas semanas y las palmaditas en la espada que mi jefe me había dado ayer me indicaban que este podría ser el día. Me vestí rápidamente: zapatos y pantalones negros, camisa blanca y mi traje recién planchado, y también mi corbata carmesí con rayas negras perfectamente alineada con mi cuello. Bajé las escaleras y me preparé una taza de cappuccino con unas tostadas de jamón y queso. Finalmente dejé todo ordenado, cargué mi portafolio, me puse un impermeable negro y salí presuroso en medio del repiqueo de las gotas de lluvia para coger el tren de las 5 y 30.
Pillé un taxi y le pedí al conductor que me llevara a la estación, el conductor no iba con prisa por lo que tuve que obligarlo a ir más rápido, casi atropellamos a un perro en el camino. Cinco minutos después ya nos faltaba poco para llegar, sin embargo, cuando estábamos a dos cuadras de la estación, el tráfico nos impidió llegar al destino, sin más que hacer le pagué al taxi, me bajé y empecé a correr. Pedía a gritos a la gente que me dejara pasar, pero estaban tan apretujados que tuve a empujarlos para continuar. Ya estaba a una cuadra de la estación y me empecé a desesperar, ya eran las 5 y 33, debía llegar al tren antes de que partiera, sino tendría que esperar al tren de las 6 y llegaría tarde a la reunión. Tropecé un par de veces, sin embargo, me levanté y seguí corriendo.
Finalmente, la estación estaba antes mis ojos y apreté aún más el paso, de repente sentí un fuerte golpe en mi hombro izquierdo y caí violentamente al pavimento, en el último instante pude ver que un neumático se dirigía velozmente hacía mí. Escuché un crujido y todo se hizo silencio y oscuridad.