Los innumerables intentos por conseguir llegar a su hogar se volvieron inútiles, a pesar de que su casa quedaba a solo unas cuantas cuadras de la iglesia.
Perdieron la cuenta de las veces que: limpiaron la sangre, recorrieron el camino hasta caer desmayados y volver al punto donde inicio todo.
La noción del tiempo era incierta, la mayoría de personas que estaban en sus casas sentían exactamente lo mismo, en ocasiones podían permanecer más tiempo fuera de la iglesia, pero siempre terminaban por volver.
—¡Es increíble! ¡no lo puedo creer! No dejaron nada —exclamó Verónica al ver su pequeño huerto desnudo.
—Al menos no tomaron nada del invernadero —indicó Luis aliviado.
—¡Por lo menos! —dijo Verónica indinda, enseguida se dirigió a la cocina para empezar a cocinar, apenas logro tomar el cuchillo cuando se volvió a desvanecer y sentir que caía al vacío.
—¡No de nuevo! —gritó Verónica, corrió hacia la puerta y pudo ver que todo era igual que la primera vez.
—Cálmate un poco, el niño se asusta —dijo Luis quien llevaba su hijo en brazos.
—¡Estoy harta de pasar por el cadáver del padre! —volvió a gritar Verónica muy molesta.
—¿Lo bajamos? —preguntó Luis mirando a su esposa.
—No creo que sea bueno salir, ni bajarlo —dijo Fernando uno de los señores que también se encontraba atrapado en esa realidad.
—Tiene razón, que haríamos con un cadáver —expresó Luis.
—Nada, ni siquiera parece un cadáver, no se pudre, no huele a nada, mírenlo parece que apenas se acabó de colgar —dijo otro de los presentes.
—Sí, hay que bajarlo y enterrarlo —insistió una señora algo afligida.
—Y vamos a repetir eso cada vez que volvamos... —insistió Fernando algo enojado.
—Cuando limpiamos la sangre pudimos hablar, tal vez si cambie algo —insinuó Luis mientras le daba el bebé a Verónica.
Movidos por la curiosidad de saber que cambiaria, fueron a la bodega de la iglesia, tomaron la escalera y un cuchillo. Luis bajó al padre cortando la soga que lo sostenía por el cuello. Nada extraño paso, sacaron el cadáver y lo dejaron afuera de la iglesia, esta vez todos salieron, unos cuantos se quedaron velando el cuerpo del padre y otros como Verónica y su familia decidieron intentar de nuevo ir a su casa.
Los días seguían grises, varias personas rumoraban que era el fin del mundo y solo las personas de buen corazón se quedaron en el mundo. Otros hacían alusión que estaban en el infierno.
Paso unos días, todo parecía normal, muchas personas continuaron con sus vidas como si todo estuviera bien, pero era imposible evitar notar que algo andaba mal, nadie sabía porque mucha gente desapareció. Verónica recorría las casas abandonas, en muchas había chicos abandonados, los reunió a todos en su casa e iba tratando de ayudarlos.
El día era interminable, jamás oscurecía, no tenían hambre, ni sed, menos frio. Al mismo tiempo le dominaba el miedo, no soportaba la idea de volver a la iglesia. En su casa ya había cerca de 15 niños de distintas edades. Todos jugaban en el patio, se veían muy felices, corrían de un lado para otro. De la nada todo se quedó en silencio, el miedo invadió a cada persona que se percató de que algo raro pasaba, empezó a tornarse lento cada movimiento que realizaban y cuando todo se detuvo, se vieron de vuelta en la iglesia, con el padre colgado en la puerta de entrada, el charco de sangre en el piso y todos a blanco y negro.
Nadie se explicaba porque volvieron, pero esta vez había muchas más personas en la iglesia entre ellos los niños que Verónica rescató. Ella estaba en shock, aunque todos discutían ella no pronunciaba ni una sola palabra, evitaba pestañear incluso.
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A la Intemperie
ContoNadie en todo el mundo se esperaba que la oscuridad los dejara sin sus seres queridos y menos limitados de recursos para poder sobrevivir.