Prologo: De pesca

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En las frías aguas del Atlántico Norte un barco ballenero surca los mares, en busca de presas

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En las frías aguas del Atlántico Norte un barco ballenero surca los mares, en busca de presas. Aquel barco, armado con enormes arpones, lleva siguiendo a una mediana familia de ballenas francas, majestuosos animales de hasta 14 metros de longitud, seres bellos en vida, buscados por su carne y aceite. 

No muy lejos del gran ballenero, escondido entre los témpanos de hielo, un pequeño bote pesquero permanece quieto entre las tranquilas aguas. En su cubierta, un hombre con pintas de científico toma los datos recopilados por el extraño equipo en la embarcación, entre los cuales se encuentra un dispositivo en particular, el cual emite ondas de baja frecuencia casi inaudibles para el oído humano, pero algo, algo bajo el barco, sí que las escucha. 

El hombre se acerca al dispositivo orca, introduciendo en este un comando para que, en consecuencia, el artefacto envíe una señal distinta: una orden rudimentaria. 

Un rugido anormal -casi antinatural- se deja escuchar, antes de que, tras un chapoteo, una enorme silueta se vuelva clara bajo el bote, siendo la criatura por mucho, más grande que este mismo. La silueta de lo que parece ser la cabeza de un colosal tiburón martillo color rojo crece lentamente, hasta romper la superficie del agua justo a un costado del bote, golpeando este levemente, y dejando expuesto al aire la parte superior de la cabeza de la criatura. 

El hombre a bordo tomo una mochila alargada, se la colgó al hombro y contra todo sentido común salto de la cubierta del barco, aterrizando sobre la dura coraza que recubría el cráneo de aquel ser. El varón dio unos pasos para alejarse del borde, dejando caer su carga para luego abrir esta misma, sacando del interior un gran taladro. Si vacilar uso este sobre el ser en el que estaba parado, recibiendo un "leve" (considerando las proporciones del animal) quejido y en consecuencia una sacudida que casi lo derriba pero que no lo detuvo de seguir taladrando, hasta llegar a cierto punto donde, luego de hacer algo de esfuerzo, el taladro perforo algo relativamente más blando, brotando de la herida un líquido rojizo anaranjado. 

Una vez la sangre empezó a emerger, el hombre retiro el taladro y lo regreso a la valija, tomando entonces una gran jeringa, a la que le acoplo una larga aguja, con las cuales tomo muestras de aquel líquido, para después finalizar con unas largas pinzas que utilizo para recolectar muestras del tejido blando de la criatura. 

Con aquello listo, ya solo se aseguraba de guardar correctamente las muestras y asegurarlas para prevenir que se rompieran o contaminaran, cuando entonces una fuerte sacudida lo derribo. El monstruo había levantado la cabeza, sacando sus amarillos ojos a la superficie para observar como a los lejos se acercaba el ballenero. El científico rodo sobre la cabeza de la criatura, pues al esta cambiar de posición creo una pendiente directa a las frías aguas polares. El hombre apenas pudo sostenerse de una elevación, alcanzando de milagro las muestras con su otra mano antes de que estas cayeran y se perdieran en el mar. 

—Carajo— exclamo con molestia, logrando escalar el caparazón lo suficiente como para entonces saltar hacía la cubierta del barco. Para ese punto, el monstruo se sacudía en desesperación, agitando las aguas y golpeando repetidamente la embarcación, la acabaría hundiendo de seguir así —Al diablo— se resignó luego de contemplar sus opciones, apagando el orca e interrumpiendo las señales que mantenían bajo cierto control a su sujeto de pruebas. 

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