4."¿Eres el depredador?"

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El raciocinio de Indara estaba colapsado. El dolor de la herida no era comparable con la confusión que sentía al presenciar una escena tan contradictoria.

¿Por qué los habitantes la odiaban sin razón aparente?

Su juicio se había nublado fríamente. Supo por un instante, que lo ilógico se había apoderado de sus convicciones. Aunque, lo más incoherente de todo era Kilian Black. Impidió que el segundo proyectil colisionara contra su femenino cuerpo. Él era el primero que la detestaba. ¿Por qué la ayudaría entonces?

—La próxima vez no la salvaré.

Y luego fue pronunciada esa frase, como una clara advertencia de que, probablemente, habría una próxima vez. El señor Black había jurado no entrometerse en asuntos ajenos, y eso incluía a la doctora, pero algo más fuerte que él le condujo hasta la plaza central del pueblo, donde observó en la distancia todos los sucesos. Ahí estaba ella, con sus ojos marchitos por la confusión, su pecho errático en descontinuados movimientos, y con esa ligera capa de sudor que adornaba el nacimiento de su cabellera.

Kilian supuso que la doctora actuaría con sentido medio de la cordura, y se largaría de allí ante la primera oportunidad. ¿No era ese el instinto de supervivencia de los humanos?

Las voces emitían una serie de improperios al aire, y ella a pesar de eso se mantenía firme, como un templo inexpugnable. ¿Por qué no salía corriendo? ¿Acaso trataría de convencer a esa banda de salvajes?

Por consiguiente, cuando visualizó un rastro de esencia roja escurrir por su delicado rostro hasta manchar su vestido blanco, un gruñido gutural brotó de él. Se sentía frustrado por lo que iba hacer.

<¿Dejará qué la maten?>

Las palabras del cabezota de Will fueron el detonante para que actuara, sin medir consecuencias.

—¿Qué hace aquí? —cuestionó Indara—. No necesito que me salve, señor Black.

Eso lo hizo reír internamente. Aun en una situación así, la doctora no se doblegaba. Los susurrantes volvieron hacer de las suyas creando un alboroto.

—No diga una sola palabra —ordenó Kilian en un hálito inaudible. Ella asintió porque su herida le comenzaba a escocer, no sabía si necesitaría sutura o una simple curita. Para ello, debía salir de allí sin levantar la ira de esos feligreses—. ¡Pueblo de Sallow Hill! ¿Qué opinaría vuestro dios si se comete semejante injusticia con una recién llegada? ¿Acaso pretenden matarla? ¿Eso sería lo correcto?

Vuestro dios.

Era de suponer que Kilian no era fiel devoto a cualquiera que fuese la figura evangélica de ese pueblo, entonces, ¿por qué no era rechazado? O peor aún, ¿por qué lo llamaban El Oscuro?

—¡Ella no pertenece a este pueblo! —inquirió una señora de aspecto mayor, la cual sostenía con firmeza un rosario—. Oscuro, lo que practica esa mujer es una herejía.

Y ahí iba de nuevo esa palabra tan obsoleta. Indara hizo el ademán por responder, pero el señor Black la observó rudamente, como si él supiera sus intenciones. Decidió suprimir sus deseos y se limitó a presionar la herida con un pañuelo que portaba en su muñeca.

—¿Quién fue? —cuestionó Kilian haciendo caso omiso a las palabras de aquella anciana tan hermética. Solo hubo silencio—. ¡¿Quién lanzó la piedra?!

Esta vez su grito fue estremecedor. Kilian parecía dominar aquella comarca de bárbaros. Le temían, era un hecho. Un hombre de aspecto delgado dio el paso al frente. Indara quedó asombrada, pues si bien la violencia era imperdonable desde cualquier género, que hubiese sido un hombre aumentaba la cobardía en su presencia.

El Depredador de Sallow Hill Donde viven las historias. Descúbrelo ahora