La Lealtad Está Donde el Corazón Guía

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Una semana y media y aún no habían podido exterminarlos.

—¿Y si solicitamos más ayuda?—propuso Corsac a punto de arrancarse los pocos pelos que le quedaban en su maltrecha cabellera.

Era frustrante seguir con el mismo dilema. Pasaban los días y los malditos seguían reapareciendo...no tenía sentido alguno. Lo habían analizado de todo los puntos de vista posible y aun no le habían encontrado la lógica...¿Tal vez el asqueroso pueblo era un punto clave para el rencuentro y agrupación de refugiados? ¿Tendrían túneles? Aunque no los habían descubierto, la posibilidad era latente y si así era, estaban en un problema más gordo de lo que habían pensado inicialmente.

—Quedaremos como unos inútiles, ¿no te das cuenta?—contradijo Morlon—. Somos pocos los que tenemos el privilegio de las misiones encubiertas, no pienso perderlas—negó con determinación—. Somos quince en este círculo—dijo extendiendo sus brazos—. Quince de los mejores mortifagos del mundo mágico. No es necesario agregar más gente—finalizó tajante.

—Para mí estamos errando en la distribución de vigilancia—intervino Scabior, dándole vueltas al asunto, frotándose la cara exasperado—. Algo no está cuadrando. No es posible que siga habiendo casi el mismo número de pueblerinos que el primer día. ¿A cuántos hemos matado? ¿Cien, doscientos, tal vez?, ¿y cuántos hemos trasladado a Azkabán?, ¿unos cuarenta?—aventuró a toda velocidad—. Esto no tiene sentido, siempre se las ingenian para tener cada maldito sitio cubierto—rumió, memorizando cada entrada y punto de escape, a pesar de que ya se los sabía a la perfección.

—¿Usted qué opina, Madame Lestrange?—preguntó Goile, haciendo que todas las miradas recayeran sobre ella.

—Estoy esperando que dejen de quejarse, para variar—resopló ya harta—. Morlon acaba de decir: quince de los mejores mortifagos...pues, no lo parece—reprendió, elevando el labio superior.

—Tiene razón,—intervino Luca, que se encontraba a su derecha— si seguimos encontrando excusas, no nos iremos jamas—asintió, desplegando nuevamente el mapa sobre la mesa. Lo resolverían, sólo debían esforzarse para encontrar esa flaqueza que tanto estaban necesitando.

—Hoy lo terminaremos—informó Bella inclinándose para observar las mejores opciones de entrada—. Estoy asqueada de este bosque. Esta noche culminaremos nuestro trabajo. Para mañana, todos estaremos en nuestras mansiones degustando un vino de cosecha—aseguró con confianza, sirviéndose un vaso de sidra.

Los catorce Mortífagos sonrieron y asintieron al mismo tiempo.

La misión se había extendido demasiado, todos querían volver a sus hogares, y ya era tiempo de desplegar sus dotes. No se iban a dejar vencer por esos traidores. Cuando se ocultara el sol se trasladarían a la linde del pueblo y arrasarían con todo a su paso...lo quemarían hasta que la misma tierra pidiera clemencia, y la voz se correría más rápido que el mismo viento:

Los impuros y los traidores a la sangre, debían abrazar su destino. La exterminación era un regalo generoso que tarde o temprano tendrían que aceptar gustosos. Así era el nuevo régimen, y nadie estaba exento.

Lord Voldemort había regresado con el mayor de los propósitos, restaurar el mundo mágico.

—¿Qué hará con la muchacha?

—¿A qué te refieres?—gruñó intensificando su mirada. No le gustaba que nadie se metiera en sus asuntos. Sólo seguía respirando porque era él y Luca lo sabía. El muy maldito sabía que no lo mataría, y eso la enfurecía aun más.

—Me refiero a que si la cosa se pone fea...tendremos que huir—siguió sabiendo que Madame Lestrange estaba batallando internamente para darle una respuesta.

Esclava Corazón en cautiverio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora