Robar una hogaza pan

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     Ahí está alguien, venga sólo hazlo, sólo hazlo, se repite. Si lo haces todo se habrá acabado...

Aprieta la empuñadura del cuchillo con fuerza y golpea el canto repetidas veces contra la palma de su mano. ¿En serio voy a hacer esto? Esto es aún peor que lo que quiere el bando de los azules, los mercenarios. Esto es romper cualquier lazo que me queda con lo humano. Más aún que pervertir mi ADN, esto lo hará de forma más profunda. Me envenenará. Pero la rabia, vergüenza y hambre se desliza en forma de sudor por su rostro. No, tiene que hacerlo.

Además no es mi culpa, es culpa de ellos. De la sociedad. Yo no deseé que hubiera esta guerra.

Un hombre ebrio y despreocupado sale de una cantina. Lleva un maletín, un traje negro, una corbata una sonrisa de oreja a oreja. Supongo que aún quedan personas que se pueden dar esos lujos.

Es gordo así que no podrá escapar si corre, piensa, aún dubitativo. Pero... Pero.

Se acerca caminando despacio, como un león acechando a su cena. Siente que el corazón se le encoje. Pero luego piensa en el anillo de su madre que tuvo que empeñar para poder pagar la renta de ese apartamento que al final acabó perdiendo. Piensa en dos semanas que ha estado durmiendo entre cartones, sentado en el suelo y castañeteando los dientes por el frío. Piensa en lo caliente que sería una manta. En lo mucho que extraña tener algo a lo que llamar 'hogar'.

El único precio a pagar es eso a lo que llaman LIBERTAD. Pero ciertamente está sobrevalorada. Nunca la hemos tenido del todo. La libertad es el engaño más viejo del libro. Creíamos tenerla hasta que nos dimos cuenta que lo que pensábamos, lo que creíamos, lo que nos gustaba o no, lo que somos, o éramos, no era más que ideas implantadas. Pensamientos vomitivos de un poder más allá de nosotros que son escupidos a nuestras inmundas quijoteras.

Del bar, con un letrero en la puerta, que proclama «Cerveza y N-D 24 horas», sale una chica de prominentes curvas y pelo dorado. Lleva un vestido rojo, tan provocativo como sus pestañas. El hombre de traje, al que desde ahora llamaré VÍCTIMA, afianza un brazo en el asfalto y trata de recobrar la compostura.

-Pero si ahí está mi gatita- dice, mientras escapa a los brazos de la chica, que no parecía pasar los treintas. Ella da un respingo lo esquiva a último momento. El hombre da de plano contra el suelo.

-Pero mira que no tienes cuidado- la mujer lo ayuda a levantarse mientras disimuladamente escabulle su mano entre los bolsillo de la Víctima. Busca algo. Ahí está. Saca la cartera, que parece forrada, del hombre, y sonríe disimuladamente.

La mujer mira a Isaac, que se acerca cada vez más. Isaac lleva una sudadera negra. Creía que si lucía como 'alguien más' no sería reconocido. Pero es algo tonto pensar así. Siempre tenemos miedo a hacer algo mal. Y al final acabamos haciéndolo mal por miedo.

La mujer suelta al hombre, o sea la víctima, y recula un poco. El vuelve a dar de cara contra la cuneta, aunque bueno, está tan ebrio que casi no lo siente.

La mujer comienza a elucubrar. ¿Será un ladrón? Ahora abundan de esos cabrones por aquí. Pero no puede ser tan palurdo. Si entra saldrá con el culo partido en dos y los brazos rotos. Todos los hombres de aquí, son de esa clase de sujetos que uno mira con zozobra al doblar la esquina. Esos que aún usas motocicletas esqueléticas y gigantes. Que te pueden cortar un dedo y enviárselo a tus padres en un folio blanco que tenga una notita diciendo: «Con cariño, para mamá» Además está borrachos. Y qué mejor gasolina hay para un buen lío.

-Oye, tú, ¿qué quieres?... Responde...- Isaac no lo hace y se acerca hasta que un faro de luz, amarillento y acre le ilumina la cara, que se ve a medias.

Isaac trata de mantener su semblante pétreo. Mientras esconde el cuchillo de carnicero en el bolsillo de la sudadera. Pero la mujer alcanza a ver un último destello de la hoja y no le gusta para nada.

-¡Jodido loco! Ya verás...- grita y entra al bar.

Vale, es ahora o nunca. Comienza a escuchar las quejas de la mujer rubia dentro de la cantina. Y siente como se avecinan las pisadas de esos hombres hercúleos y musculosos. De todas formas, si no logro que me arresten, terminaré fulminado por estos tipos. ¿Pero que estoy diciendo, en serio quiero que me maten? Pero las pisadas comienzan y rompen el visillo de pensamientos. Es hora.

Saca el cuchillo y lo hiende, una y otra vez, en el pecho de la Víctima. Se ha dormido, por suerte. Pero que mala racha tiene este tipo... la rubia voluptuosa de antes, le ha hipotecado unos cuantos billetes (que probablemente iban a ser saldados más tarde), y ahora... bueno... Isaac.

Cuando piensa que el trabajo está hecho, deja el cuchillo clavado en la panza del hombre. No era culpa de él tampoco. A lo mejor él también lo ha pasado mal ―En realidad, no―. Pero ahora debo velar por mí. Mi familia tendrá alguien menos de quién preocuparse. Porque así corre el tiempo. Es egoísta, pero qué otra salida queda.

Los hombres del bar salen después del convoy de la rubia. Todos miran con espanto lo que Isaac acaba de hacer. Pero bueno, hasta él lo hace. Unos cuantos se acercan mientras otros se arremangan y dejan ver esos brazos tan duros como piedras, a cada lado. Botan al  suelo a Isaac y lo comienzan a patear, mientras escucha a unas cuantas mujeres de fondo, berreando.

Llamen a la policía. Ayuda. Socorro.

Una patada le da justo en la cara, y con aire desenojado su cuello queda guindado en dirección al hombre al que hace un par de segundos le robaron la cartera. Ahora la rubia lo está abrazando. Que hipócrita, piensa para sí mismo Isaac.

Se escuchan un par de sirenas. Sí. Lo he logrado. Se le escapan las lágrimas. Lágrimas de felicidad. Todo ha salido a pedir de boca. Lo ha logrado, lo ha logrado.

DistopíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora