IV : El viejo continente

45 5 0
                                    


Los días pasaron rápido. El viaje había sido lento y pesado para Samira, no así para su hermano...

- ¿Viste esta fotografía del desierto blanco de noche Samira? ¡Es increíble! -

Samira observó el paisaje. Una luna color plata se alzaba en un cielo azul profundo salpicado por infinitas estrellas pequeñas, las dunas blancas reflejaban en perfectos tonos de grises aquella luz, parecía ser un lugar silencioso y lleno de paz.

- Dice papá, que el Oasis queda muy cerca de allí y que tu esposo es un experto en viajes de caravanas por el desierto... -

- No es mi esposo - Se limitó a decir Samira.

- Bueno, tu prometido... También me contó mamá que seguro conoce las estrellas y las usa para guiarse en el desierto. Voy a pedirle que me enseñe a hacerlo a mi también. Al parecer sabe pelear muy bien, ¿crees que puedas pedirle que me enseñe a manejar la espada? ¿O el arco y la flecha? -

- Pues si tan interesante te parece, pídele a papá que te case con él -

- Jajajaja ¡no te enfades! ¿Capaz que lo conoces y te llevas bien... ¿o ya estabas enamorada de ese tal Josh de la escuela? -

- ¿Quién rayos te dijo eso? - dijo enojada.

- En la escuela era el comentario de todos. Tuviste suerte que no se enteraron nuestros padres...-

- ¡Cállate ya, ¿quieres?! -

- Lástima que nuestros padres no tengan fotografías de tu novio, así podrías ir haciéndote una idea...-

- Puedo hacerte papillas si sigues hablando Samir. ¡Y sabes que soy capaz! - clavó sus ojos envueltos en furia en su hermano.

Si tenía curiosidad, pero en el fondo pensaba que si no demostraba interés, sus padres desistirían de la idea de casarla a la fuerza...

Cuando llegaron al puerto del viejo continente un estricto control los esperaba, apartaron a su padre y lo sometieron a un interrogatorio de más de una hora, luego a su madre, luego revisaron todas sus pertenencias y documentaciones. El lugar daba sensación de inseguridad, había mucha gente yendo y viniendo y los controles ponían nerviosos a cualquiera.

Samira observó como una madre lloraba e imploraba que no se llevaran a su hija y la muchacha de 17 años aproximadamente le decía que rezaría por ellos entre lágrimas. Un nudo se le hizo en la garganta.

- ¿La edad de la muchachita? - preguntó a su madre una mujer con ropas militares.

-Aquí lo dice, 18...-

- Si no está casada deberá ir con las sacerdotisas...- La mujer sargento tomó del brazo a Samira de manera poco amable y la jaló hacia ella.

- ¡No, no! ¡Ella está comprometida! ¡Venimos para su boda! ¡Mire! Aquí, aquí, en esta carta lo puede comprobar...- Latifa nerviosa mostraba los documentos.

Samira estaba asustada, el viejo continente no parecía ser muy amigable. Sabía que eran recelosos de quienes entraban y quienes no, ya que la paz era algo que les costó mucho conseguir, y que los ancianos eran muy estrictos y ortodoxos, si deseabas vivir en el viejo continente debías regirte por sus leyes y religión.

La mujer sargento corroboró la carta y miró a Samira de arriba a abajo y luego la soltó.

A la muchacha le pareció que la miraba con despecho... pero enseguida su madre la condujo para pasar a retirar sus equipajes...

- Aquí están mi esposa Latifa y mi hija Samira. Él es Zahid kelubariz querida- dijo Mohamed cuando se reunieron con el de nuevo.

Samira miró al hombre serio de cabellos castaños, vestido con elegantes ropas y turbante bien arreglado que les hizo una reverencia y saludo a su madre con cariño. A Samira le pareció algo arrogante el que no les salude solo de lejos a su hermano y a ella, solo los miró de arriba a abajo, pero no le importó, ella solo quería salir de ese lugar antes que alguien se arrepienta y le vuelvan a hacer más preguntas...

Los hijos del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora