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Grace

Esto no debería haber ocurrido. No nos habíamos besado ni nada por el estilo pero, si yo no me hubiese apartado ¿él habría intentado algo más? Nos conocemos desde hace unas pocas semanas, eso no estaría bien.

Él me hace sentir cosas que ninguna otra persona me había hecho sentir. Y no me gusta esa sensación, cuando estoy con él siento vértigo. Vértigo a que entre en mi vida y pueda desaparecer tan pronto como ha entrado.

Vértigo a que descubra esas facetas de mí que tanto me avergüenzan y que, aun así no le gusten.

Vértigo a que yo no le guste, y vértigo a tener que cambiar para él.

Debería de poner orden a mi cabeza y a mi corazón, para entrar en el de otra persona ¿verdad?

Esto lo supe un jueves por la tarde cuando mi madre entró a mi cuarto para hablar conmigo.

-Gracy, cariño, tenemos que hablar.- dijo con seriedad.

-¿Qué pasa?- dije intrigada.

-Tu padre está en Seattle.- me dijo sin despegar sus ojos de mí, y yo noté como mi mundo se tambaleaba.

Él era un hombre muy bueno, yo lo sabía. Nunca nos había puesto una mano encima ni a mí, ni a mi madre. Ellos se separaron cuando apenas tenía 7 años, mi padre siguió en Seattle durante un tiempo. Pero con el transcurso de los meses le salió una oferta de trabajo al sur de California, no dudó en aceptarla.

Al principio llamaba todos los días a preguntar por mí, incluso iba todos los fines de semana que podía a su nuevo hogar.

Pero con el tiempo las llamadas dejaron de sonar. Y yo no volví a ir ningún fin de semana a California. La última vez que se presentó en Seattle fue el 28 de Marzo de hace dos años. Por mi cumpleaños número 15. Me llevó a comer a un restaurante maravilloso, pero pasamos casi toda la tarde en silencio, sin saber que decir. Luego me dio un colgante carísimo y me preguntó si me gustaba. Yo solo asentí y me fui al baño, a llorar. No me gustaban los colgantes, todo el mundo lo sabía, se me enredaban en el pelo.

Pero no lloré por el hecho de que no me gustara su estúpido collar. Lloré porque se presentaba año sí, año no, con unos regalos carísimos y una estúpida sonrisa en la cara. Como si nada hubiera pasado entre nosotros. Como si no se hubiera perdido miles de cumpleaños míos, como si no me hubiera abandonado. A lo mejor yo estaba exagerando, pero la ausencia de mi padre me marcó mucho. Más de lo que a mí me gustado.

Al año siguiente no se presentó.

Mandó una tarjeta de felicitación y me dijo que iba a ser padre. Y yo no lloré, prometí que no volvería a llorar por él. No se lo merecía.

-¿Qué?- pregunté en un susurro apenas audible, volviendo a la realidad.

-Quiere verte.- me dijo mi madre cautelosamente. Sé que ella me comprendía y que no me obligaría a nada que yo no quisiera.

-¿Has hablado con él?

-Sí. Me ha dicho que quiere hablar contigo mañana. Cariño sabes que no tienes por qué ir...

Lo pensé un momento. ¿Quería verle? Claro que quería, no había día que no quisiera verlo, pero ¿realmente se lo merecía? No, definitivamente no. Pero la respuesta salió de mi boca antes de que pudiera procesarla. Porque da igual todo lo que hiciera, o lo que no hiciera, yo siempre le esperaría, aun a sabiendas de que no llegaría.

-Iré, no pierdo nada por intentarlo, ¿no?



Pasé el resto de la tarde perdida en mis pensamientos, ausente. Pensando en todas las cosas que podrían salir mal. Barajé la posibilidad de cancelar los planes, pero luego me regañé mentalmente por querer huir, ¿en qué momento me volví tan cobarde? Aunque, pensándolo bien estaba en todo mi derecho de tener miedo y querer huir ¿no? El miedo no era de cobardes. O eso quise creer.

El final de todoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora