¿Sigues siendo mío?

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La humedad que hay en la habitación prácticamente se puede tocar.

Kazutora lo hubiera intentado, de no ser porque sus manos están ocupadas delineando el esternón y el cuello de Chifuyu, dibujando patrones repetitivos y amorfos a una velocidad casi brutal mientras el chico se estira hacia atrás. Es que Chifuyu no da tregua cuando de montar a su novio se trata, y Kazutora tampoco se queda atrás al momento de recibir al rubio con el impacto de su furioso vaivén.

Y todo es asombroso: la sensación en su bajo vientre, los ruidos de carne chocando contra carne, su arete tintinear con cada movimiento, las expresiones de Chifuyu. Es perfecto. Y a la vez es una maldición porque, cuando lo hacen así, enfrentados, viéndose las caras, Kazutora no suele durar mucho. Claro que Chifuyu en cualquier posición es erótico, pero de frente, regalándole a Kazutora un primer plano de sus ojos verde aguamarina completamente ennegrecidos por el deseo, es pornográfico.

Kazutora sabe que no va a aguantar mucho tiempo más, que seguir pensando en el profesor calvo de matemáticas o en la anciana que vive frente a su casa es un intento de distracción inútil, porque la imagen de Chifuyu desnudo y sudado y completamente rojo saltándole encima es más fuerte que cualquier otra cosa, y las ganas que le tiene derriban cualquier barrera que intenta levantar. Lo único que Kazutora puede hacer a estas alturas es rezar para que Chifuyu se corra pronto.

En un arrebato por querer concentrar sus ojos en algo que retrase el clímax, baja la mirada. Y es un grave error, porque se topa con la unión de sus cuerpos. Y es hipnótico, mágico. Se ve a sí mismo entrar y salir de su novio, sin condón, brilloso por la exagerada cantidad de lubricante que Chifuyu insistió en echarse. Es demasiado, y a la vez no es suficiente, por lo que levanta un poco a Chifuyu inclinándolo más hacia atrás para poder ver mejor, más. Cualquiera diría que es un pervertido. Y estaría en lo cierto.

Kazutora encuentra magnífico cómo Chifuyu prácticamente lo traga por el culo mientras le entierra las uñas en la espalda para tener de qué sujetarse, cómo le permite desaparecer en él hasta que los testículos chocan contra sus nalgas. De alguna manera, ver y pensar en lo que están haciendo lo calienta todavía más, y se muerde el labio y cierra fuerte los ojos con la esperanza de no explotar ahí mismo. Y cuando lo hace escucha a Chifuyu gemir y lo siente estremecerse, y siente cómo lo aprieta repentinamente ahí abajo. Y vuelve a abrir los ojos para no perderse ese espectáculo.

—¡Amor-ah! ¡Kazu!

Chifuyu tiembla y grita y se corre por varios segundos sin parar. Y Kazutora toca el cielo.

Son estos sus momentos favoritos, y no exactamente porque sea un pervertido —que lo es, siempre y cuando Chifuyu aparezca en el cuadro. No, son sus momentos favoritos porque siente que no existe nada más que ellos dos, nadie más. Siente que el amor que le tiene a Chifuyu es correspondido con la misma intensidad, y podría llorar de felicidad, morir en paz.

Chifuyu le acaricia el pelo que momentos atrás le estuvo halando sin piedad, y lo hace con la misma delicadeza que utiliza cuando le hace mimos a Peke J. Esto hace sentir enorme a Kazutora, orgulloso, emocionado.

Lo malo de todo esto es que termina.

Como a la medianoche se acaba el encantamiento de Cenicienta, lo mismo ocurre con los besos y las caricias y las miradas llenas de adoración de Chifuyu. Y Kazutora no le cuestiona nada, no le pregunta nada, tan sólo lo acepta.

Chifuyu siempre fue así, desde que oficializaron como pareja un año atrás, Kazutora con 17 y Chifuyu con 16. Chifuyu se muestra dócil cuando está en los brazos de su novio, desnudos los dos y mimándose, pero ni bien se viste y se va, todo vestigio de devoción se va con él. Y aunque Kazutora parezca sobrellevar bien ese trato, por dentro lo consume.

¿Sigues siendo mío? - KazufuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora