📖CIENTO DIECINUEVE📖

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-... No les haré daño.

Baje la guardia y apreté la mano de Kikyō para que también se relajara.

-Perdón... - solté en voz baja. Tenía la garganta reseca.

-No, no, esta bien. ¿Se encuentran bien? - pregunto la mujer.

-Creo que si - respondí más seguro que antes.

-Me alegro, ese loco me sorprende que siga rondando por aquí... ¡Ah! Llegue a tiempo antes de que les hiciera algo. - dijo la azabache con una voz tan dulce como la de mi madre. - Pero, díganme: ¿qué hacen unos niños como ustedes por aquí? Este no es un lugar por el que deberían andar solos.

-Oh, lo sentimos. - me apresure a responder antes de que Kikyō me ganara la palabra. - Nos perdimos de camino al mercado, vinimos por comida, pero nos equivocamos de camino...

La mujer nos miro con algo de desconfianza, supongo que no era muy común que fueran los niños los encargados de las compras en este lugar.

-¿Y sus padres? Debieron darles indicaciones para llegar... - señaló la mujer con cierta desconfianza.

-Ya no... - comenzó a decir Kikyō en voz baja. - Ya no tenemos padres...

La mire incrédulo. Aunque antes había estado muerta de miedo, ahora actuaba como sin nada, completamente comprometida a fingir que éramos habitantes de aquí y que, al parecer, eran huérfanos.

A nuestra salvadora se le humedecieron los ojos por la confesión, pero fue justo la necesario para que ella también bajara la guardia.

-Cuanto lo siento... - se disculpo llevándose una mano al vientre. ¿Estará embarazada? - Si ese es el caso, ¿podría llevarlos yo misma? Justo me dirigía ahí.

-No, no, no es necesario. - dije ansioso porque nos descubriera si seguíamos hablando. - Basta con que nos diga cómo llegar, nos las arreglaremos solos. Además, ya nos ayudó con ese loco, no queremos causarle más molestias.

-No es molestia... - aseguró con una sonrisa triste. - Les recuerdo que este no es un sitio para niños, me quedaré más tranquila si los acompaño.

Kikyō me sorprendió al soltarse de mi y acercarse a la mujer para aferrarse a su falda repleta de trozos disparejos de tela. Se veía aún más pequeña de lo que era, tan indefensa. La mire esperando que me explicara que hacía, pero solo conseguí un guiño que me invitaba a seguirle la corriente.

-De acuerdo... - acepte finalmente.

La mujer sonrió satisfecha, tomó a la rubia de la mano y se hecho a andar, la seguí.

-Soy Lilian, por cierto... - se presentó la mujer.

-Yo soy Kikyō - dijo mi amiga con una sonrisa inocente. - y el es mi hermano, Kai.

-Kikyō y Kai. Flor de campanilla y mar. Que hermosos nombres. - sonrió Lilian. - Su madre debió ser una mujer con excelentes gustos.

-No la recordamos... - solté con brusquedad. - Falleció cuando Kikyō era una bebé y nuestro padre murió hace poco.

Lilian guardo silencio. Quizá me había pasado, pero sentía la necesidad de dar un poco de historia a nuestros falsos personajes. Además, era pensar en eso o en lo aterradoras que eran las calles que estábamos recorriendo, se sentía como el camino equivocado.

- Entiendo su pena... - añadió Lilian. - Mi esposo fue asesinado brutalmente hace poco y me ha dejado con una deuda tan grande que incluso mi hijo está condenado.

Mire a Kikyō. Este no era el plan y tampoco esperábamos estas confesiones tan repentinas, no sabíamos que decir.

-No tienen que decir nada, no se los dije por eso. - añadió como si leyera nuestra mente. - Es solo que, ya que están solos en este mundo tan difícil, encontrar a alguien que sufre como tu puede ser un respiro, es descubrir que no estás solo del todo.

Inevitablemente volví a pensar en mis padres, ellos habían crecido aquí, en este mundo difícil como bien decía Lilian, pero de algún modo cuando se encontraron todo mejoró en sus vidas. Aunque, si ese fue el caso, ¿por qué se gritaron cosas horribles aquella última vez que los vi juntos? ¿Realmente se arrepentían de su decisión de hacer una vida juntos?

-Si ya ha perdido tanto y parece que perderá más, ¿por qué se queda? - me anime a preguntas tras unos segundos de silencio. Yo y mi mala costumbre de no soportar el silencio.

-Porque mi vida esta aquí y la vida de mi hijo depende de que me quede. - confesó. Supongo que, a veces, lo único que se necesita es de un extraño dispuesto a escuchar para dejar salir cada uno de nuestros pesares.

-Podrían irse ambos, ¿no? - insistí.

-No es tan fácil. La RG controla la ciudad, por lo que si la organización no quiere que alguien salga, el único modo que lo lograría es un ataúd a la medida.

P. O. V. Exterior:

Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, Carla y Niggel corrían por todos lados presas den pánico.

-¡Por aquí no era! - grito Niggel desesperado porque su compañera de misión había olvidado el camino que debían seguir y llevaban los últimos 15 minutos corriendo en círculos.

-¡Agh! ¡Ya lo sé! - le respondió la chica con mayor frustración. - Pero podrías hacer algo más productivo que recordarmelo cada dos por tres.

-¡Lo haría si te detuvieras un momento y comenzarás a seguirme!

Niggel, desde que habían llegado a la ciudad, estaba impaciente y nervioso todo el tiempo, peor aún seguía lo suficientemente cuerdo para tener mejor sentido de orientación que Carla, la cual no estaba de humor para tenerle paciencia a su amigo. Al final, Carla dejó de correr y a regañadientes siguió a su amigo.

El lado por el que deambulaban era completamente distinto al que recorrían Kikyō y Kai, de hecho la iluminación era incluso mejor, las casas tenían una mejor fachada y la poca gente que recorría aquellas calles vestía como en la superficie. Pareciera que todo lo bello de la ciudad estaba ahí.

-Ya casi llegamos... - anunció Niggel.

-Oye, pero esto no lo pasamos aquel día - se quejo Carla dudando.

-Pues no, habríamos pasado por el mismo lugar si tan solo no nos hubieras perdido. - le reprochó su amigo.

Carla bufo indignada, pero no añadió más, pues sabía que de los dos, Niggel era el de mejor orientación, debía confiar en el.

Levi's diaryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora