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NATHANIEL

Me siento en el suelo. No me creo capaz de describir la devastación que me arrasa por dentro. Siento tanto dolor y miedo que tengo la impresión de no tener ningún sentimiento en el cuerpo. La sangre late en mis oídos y todo está borroso. No tengo ni idea de cómo me he visto envuelto en esta situación. Yo no he hecho nada y, sin embargo, la desgracia me asola.

No me atrevo a alzar la mirada. Soy perfectamente consciente de que Michael está ahí de pie, delante de mí, observándome. Es probable que esté intentando decidir cómo explicarme la situación, cómo es que él está implicado en toda esta gran mierda. Tampoco me siento listo ahora para levantarme del suelo. 

—En la habitación de al lado puedes darte una ducha para quitarte el sudor y la sangre y ponerte ropa limpia. El día va a ser largo y necesitas por tu propio bien estar atento a todo lo que tengo que decirte.

Su voz resuena con fuerza por toda la habitación ahora que está vacía. Sin embargo, no recuerdo haber escuchado alguna vez la voz de mi compañero así de dulce y suave. Sigo sin mirarlo, ya no me fío de absolutamente nada.  Agoto su paciencia y se ve obligado a clavarme sus dedos en el brazo para hacerme reaccionar. Me obliga a mirarlo a los ojos.

—Tío, si no espabilas, te echaré agua por encima. ¿Crees que ella será más benevolente? Confía en mí cuando te digo que no tiene paciencia alguna. Las cosas se van a poner difíciles. Por eso mismo, debes ponerte las pilas.

Todavía siento las piernas como flanes, como si no me pertenecieran.

—La ducha me vendrá bien.—digo por fin.

—Bien.—responde por lo bajo.—Sígueme.

Me suelta y sale de la estancia. Voy detrás de él como un autómata, rezando en silencio porque lo que haya allí no me mate. Salimos a un pasillo forrado con papel de pared rojo granate y  moqueta negra que da un enfoque elegante al sitio. Está solo lo suficientemente iluminado. Estoy demasiado ensimismado como para saber reconcoer el camino que hemos realizado. Los cuadros y la oscuridad que reina en el lugar me ha atrapado y, por un segundo, he dejado de sentir absoluto terror. Pero me doy cuenta de que Michael tiene razón: no puedo dejarme llevar, tengo que estar alerta.

Abre una puerta a nuestro lado y deja que pase primero. Es un baño pequeño, pero abastecido con todo lo necesario. Me señala las toallas y me promete que me traerá ropa limpia. Cuando vuelve a cerrar la puerta, observo todo con cautela. Es raro. Tanto lujo. Los productos corporales súper caros, batas de seda y toallas que parecen sacadas de conejitos. Deduzco que es un baño para invitados —o prisioneros— me recuerdo. Sin embargo, la decoración es sublime. 

Por fin me meto en la ducha. Llevaba soñando con este momento desde esta mañana, pero no imaginaba que terminaría así. Dejo que el agua caliente se lleve el sudor y la sangre. Supongo que Michael me ha hecho varias heridas, porque por suerte no recuerdo nada de lo sucedido. Me parece tan surrealista que me hayan secuestrado que me quiero echar a reír. Me enjabono el cuerpo con uno de los geles que he encontrado, de melocotón, y tras enjuagarme, salgo de la ducha. 

Paso la mano por el espejo empañado para poder ver mi reflejo. Me deshago de la toalla y analizo mi cuerpo magullado. Tengo un gran moretón en las costillas que espero que no sea nada. Algunos cortes asoman en mi cara, ni los había notado hasta ahora. Y otras magulladuras dispersadas, más pequeñas.

Michael me ha traído un chándal y una camiseta básica, aunque ni me he dado cuenta. Me lo pongo y me niego a mirarme en el espejo. Incluso en una situación tan extrema como esta, es terrible tener que vestir así.

Al salir, Michael me espera al otro lado, apoyado en la pared. 

—Bien, sígueme. 

Me sorprende que no haga comentarios al respecto de mi aspecto, pero luego pienso que probablemente haya visto cosas peores, o que le de exactamente igual mi persona. Después de todo, obedece solo las órdenes de ella. Me lleva por algunos otros pasillos que me esfuerzo por recordar, por grabar en mi memoria, los pasos que estamos dando. Pero todo esto parece un laberinto. Termina por abrir una puerta al final de un pasillo. Entramos en una estancia más o menos grande, una especie de despacho. Encima del escritorio hay todo tipo de papeles desordenados.

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