Capítulo 24: Llega el momento

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Después de finalizar otro día de universidad, Atenea se estaba preparando para ir a trabajar. Le estuvo dando bastantes vueltas al tema de declararse de una vez a Jonathan y por fin sentía que tenía el valor suficiente para hacerlo. Todo su interior era un huracán de emociones, las ganas de dar el paso junto con los nervios se habían mezclado.

— ¿Podemos hablar un momento? —el entusiasmo se percibía en su voz, estaba ansiosa por decirle todo lo que sentía.

—Ahora no —añadió mientras se ponía el abrigo. Como de costumbre, con una simple camiseta blanca y unos vaqueros, se veía guapísimo—. Tengo una cita y voy justo, no quiero llegar tarde.

La pelirroja sintió que su corazón estallaba en mil pedazos y su alegría se desvaneció por completo.

— ¿Una cita? ¿Con quién? —una expresión estupefacta apareció en su rostro.

—Con Tina, mi compañera —cogió las llaves de casa—. Es hora de pasar página y olvidarte por completo, como tú querías.

Un sepulcral silencio invadió la estancia durante un instante. La chica no reaccionaba ni sabía si decir algo más o permanecer callada. Sus palabras le hicieron daño.

—Que te lo pases bien —añadió en un susurro.

Cuando el rubio cerró la puerta, se sentó en el sillón. Sus ojos comenzaban a enrojecerse y humedecerse, sin embargo, no quería llorar. Se pasó las manos por el pelo, tirando de él hasta terminar gritando rota por el dolor. Sentía una tristeza descomunal invadiendo su cuerpo, decepcionada consigo misma por no haber dado ese paso antes.

Ahora era tarde, ya comenzaba a quedar con otra persona con la que acabaría compartiendo su vida, sus sueños, todo y eso la mataba por dentro.

Al llegar al Cervecity, Alberto, que ya estaba detrás de la barra, no tardó en darse cuenta de que a su amiga la ocurría algo.

—Hey, ¿qué te pasa? —acarició su rostro.

—Pues que ya me había decidido a declararme a Jonathan —comenzó a explicar, sintiendo una opresión en el pecho que la impedía respirar con normalidad— y, cuando lo iba a hacer, me ha dicho que tiene una cita. Si es que soy gilipollas, eso me pasa por no decírselo antes —el moreno la abrazó con fuerza, intentando consolarla.

—Mira, puede que ahora estés en la mierda pero, lo primero, no eres gilipollas, lo que pasa es que tenías miedo y no estabas preparada. Créeme, es mejor que te hayas retrasado porque ninguno de los dos seríais felices —al separarse, acarició su pómulo con el pulgar—. Lo segundo, ¿qué pasa porque tenga una cita? No son pareja aún, así que cuando le veas, le dices igual todo lo que sientes.

— ¿Tú crees? —dijo con voz quebrada. Sentía un nudo en el pecho que fue calmándose cuando su amigo la rodeó con los brazos.

—Claro, él no ha dejado de quererte —esbozó una sonrisa y comenzó a trenzar sus cabellos rojos, como ya era costumbre.

Poco después, Bea y Ariadna hicieron su aparición en el bar agarradas de la mano.

— ¡Hola tío, hola Atenea! — se soltó y fue corriendo hacia ellos para darles un beso.

—Pero bueno, ¿cómo tú por aquí? —Alberto acarició su cabeza.

—Tenía muchas ganas de veros, así que la he traído a merendar —la mujer se sentó en un taburete y dejó su bolso negro en la barra.

— ¿Qué queréis tomar? —preguntó la pelirroja.

—Un gofre con sirope de chocolate, nata y un batido de vainilla —los ojos de la niña brillaron al pensar en lo que se iba a comer.

Hasta que la muerte nos unaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora