Capítulo 1

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La encontré como quién encuentra un billete en la acera, con esa mezcla de emoción y miedo porque todo es demasiado bonito. Y todos sabemos que la vida nunca es tan bonita como parece.


Se acercaba y a cada paso suyo mi corazón palpitaba más fuerte. Es increíble como después de tantos años seguía igual, su pelo castaño, sus ojos marrones con lo cuales te podía contar toda su historia, su cuerpo de veinteañera aunque ya estuviese cerca de los treinta.


Me miró a lo ojos, pero esta vez era diferente, se notaba que algo había cambiado entre nosotros, ya no me caía en esos ojos que me hicieron tantas veces perder la cabeza. Aunque por fuera se la veía igual de intacta que siempre su mirada reflejaba el cristal roto que era por dentro.


-Hola Alan- Suspiró en forma de saludo. - Llevo mucho tiempo esperando verte, tenemos que hablar de muchas cosas...- No podría haber elegido peores palabras, pero eso era parte de su encanto, fría y directa al corazón. -Nunca quise contarte esto pero guardármelo me está destrozando.


Me dio un papel arrugado y se marchó. Sin mas. Así era ella. Incontrolable, fuerte y débil a partes iguales, un mar de emociones en los que la marea nunca daba un momento de descanso. Y eso fue en parte lo que nos distanció, porque si ella es el mar bravío yo soy la montaña rusa con el Guinness de más giros y espirales. Eramos un cóctel molotov, una bomba que debía explotar.


La vi irse, hasta su forma de caminar era igual. La seguí con la mirada hasta un paso de cebra, donde el ruido de los motores me distrajo consiguiendo que me fijase en un coche negro, que iba directo hacia ella, sin la menor intención de parar.


Grité, grité como nunca había gritado, ella me escuchó, se giro y en menos de un segundo voló.

No voló como en las películas, simplemente salió disparada y el coche a mayor velocidad siguió su camino. Intenté fijarme en su matricula, pero tan solo vi la chapa metalizada que denotaba su ausencia. Mientras pensaba en eso corría, pero como en las pesadillas, parecía que nunca llegaba a mi destino. Aunque llegué, y nada más llegar deseé marcharme. Si ese valiente cabrón la había matado y había huido como un vil cobarde, quien era yo para no hacer lo mismo.

De repente unas palabras calaron en mi tan profundamente, que hizo plantearme toda mi vulgar existencia. Como dos palabras, dos míseras palabras cambian el rumbo de toda una historia. "Tiene pulso".


Desde ese momento solo fueron ruidos y luces.


Cuando desperté de ese trance que no se puede definir como sueño, porque si algo tenía claro, es que no era un sueño.Dolía demasiado para serlo. Aunque regañé a mi subconsciente por si existía alguna posibilidad.


Cuando acabe con mi monólogo mental recorrí con la mirada la estancia donde estaba. Era triste, sin vida, como la persona que yacía en la cama, Meredith. Cuando me disponía a salir por la puerta, oí un pitido, un pitido que entra por los oídos y llega a los huesos. Me toqué los oídos, deseando que el ruido viniese de dentro de mí, pero los cinco médicos que me derribaron demostraron lo contrario.


A los diez minutos me llamaron para adjudicarme el caso, como buen detective de homicidios, acepté.


La noche fue demasiado larga y en el sueño solo encontré angustia.

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