Capítulo uno

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Soplé alejando algunos rizos de mi rostro cuando me agaché para tomar el montón de cajas que Donna me había pedido llevar a la tienda de regalos para empezar a acomodar. La oía masticar detrás de mí mientras mantenía la puerta del almacén abierta y caminé a su lado con una sonrisa cansada cuando comenzamos a dirigirnos hacia nuestro destino.

—¿Puedes creerlo? —se jactó cruzando sus brazos sobre su pecho y haciendo referencia al tema de conversación con el que me había atrapado hace unos momentos—. Aunque dudo que te haya pasado. ¡Bah! Que te rechacen, ¿a ti? Tienes la cara y la piel perfecta, apuesto a que tienes tontos a todos.

Hice una mueca y afirmé mis manos debajo de las cajas. Caminaba con seis sobre mis brazos, sintiéndolos entumidos por el peso de los peluches, souvenirs y el cartón que se encontraba tapando mi rostro, obligándome a asomar cada tanto mi cabeza por un lado para ver por dónde iba.

—Una tontería —volvió a mofarse—. ¿No deberías estar en la universidad? Estudiando en vez de estar aquí haciendo... esto.

—Algo de experiencia laboral nunca está mal —respondí después de haber ignorado sus otras preguntas. O bueno, no es como que ella esperara que contestara—. Además, una carrera universitaria no es algo que me preocupe mucho.

Una risa burlona salió de sus labios.

—Claro, ¡tú puedes decir eso! —se quejó.

—No tiene nada que ver, Donna —le aseguré tratando de alejarnos de los comentarios sobre mí—. ¿Cómo dijiste que se llamaba? Con quien estaré trabajando.

—Steven Grant —respondió con molestia—. Si haces un buen trabajo, quizá y termines quitándole el suyo. ¡Ese hombre se ha tomado muchos días de descanso!

—¿Y te ha dicho por qué? —pregunté intentando defender aunque sea un poco a la persona con quien pasaría mi tiempo en el museo.

—Puf, ojalá. Para él es como si el tiempo no pasara —se quejó con una mueca mientras observaba más delante de nosotras—. ¡Stevie! No otra vez.

Un suspiro cansado salió de sus labios y escuché pasos rápidos acercándose en nuestra dirección.

—¡Perdón, Donna! —asomé mi cabeza para ver a Steven. Sus ojos repararon nervioso sobre mí al haber sido regañado, pero aun así me sonrió con amabilidad—. Déjame ayudarte.

Se acercó a quitar las cajas de mis manos sin darme tiempo a contestar y murmuré un agradecimiento mientras sobaba mis antebrazos para alejar el calambre que amenazó con empezar. Ambos caminamos siguiendo a Donna hasta la tienda de regalos, ya que no se había detenido a esperarnos.

Él pasó detrás del mostrador y yo me mantuve junto a Donna frente a él.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no eres un guía de turistas, Stevie? —reclamó Donna ganándose una mueca de mi parte.

—Steven. Solo dime Steven. —pidió sacando la pequeña placa que mostraba su nombre y poniéndola sobre el bolsillo de su chaqueta.

—Te diré inútil si no haces lo que te pagan por hacer. Vender estas cosas a los niños —abrí los ojos ante la violencia en sus palabras y miré la miré con una mueca que ignoró olímpicamente—. Ahora, como son milagrosos los días en los que decides venir a trabajar, ella te ayudará en la tienda de regalos.

Donna tocó ligeramente mi hombro y miré al hombre frente a mí con el intento de una sonrisa en esta conversación tan incómoda.

—Andrea —murmuré y le tendí una mano—. Un gusto.

Antes de que él hiciera el intento de responder mi saludo, Donna colocó un par de canastas entre nosotros y alejé mi mano para voltear a verla.

—Ahora, tengo que ir a atender algo en la oficina —me dio una de sus falsas sonrisas, la cual se quitó cuando volteo a ver a Steven—. No más juegos, a trabajar.

Armonía en el caos | Moon KnightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora