ANĐ SØ IS ŁØVE [V&Q]

Cαpı́tulo 26

El tipo que pasó cartas de contrabando para Vegetta y Quackity durante ese año era un drogadicto llamado Fargan, un búho condenado a cinco años por posesión de estupefacientes como la karmahuana. Trabajaba en el Bloque B en el módulo de confección de ropa y tenía la oportunidad de llegar a Quackity al menos dos veces a la semana.

Las cartas de Quackity a menudo no traían noticias importantes. Solo hablaban sobre sus recuerdos con Vegetta, de la noche que habían pasado juntos y sus proyectos cuando salieran. Vegetta creyó que el menor era un soñador.

¿Cómo podrían estar juntos los dos fuera, cuando habían forjado esta relación en la más desesperada de las circunstancias, cuando él ni siquiera era gay? ¿Seguiría Quackity queriéndole durante un año o más una vez estuviera fuera y realmente iba a esperarle una vez saliera al mundo exterior de nuevo?

No, no lo haría y Vegetta no iba a hacer lo mismo. Pero era la única cosa a la cual él se podía agarrar, las cartas eran la única cosa en su mundo para anclarle y seguir viviendo.

Quackity escribió en octubre que el hombre al que había golpeado se había despertado finalmente de su coma y por tanto la amenaza de una condena por homicidio sin premeditación había desaparecido. Vegetta estaba en su cama leyendo estas noticias y creyó que, si el sujeto hubiera muerto, le habrían caído más años a la condena y tal vez habría significado que saldrían al mismo tiempo en vez de que Quackity saliera primero. Nunca se había odiado a si mismo más en su vida por pensar de esta manera.

¿Qué estaba mal en él? ¿Era esto la naturaleza de su amor por el chico? ¿Deseaba más tiempo carcelario para no dejarlo solo?

Se dijo que debía dejar de escribir a Quackity antes de que destruyera la vida del menor.

Sería incorrecto para el chico que estuviera libre y luego siguiera viniendo a la cárcel para volver a verlo, albergar la esperanza que Vegetta estuviera libre cuando ese momento llegara. Vegetta estaría bien jodido con él de todos modos.

(...)

Dejó de escribir.

Las cartas de Quackity se hicieron desesperadas.

Preguntaba qué era lo que había hecho mal y si se encontraba bien y le imploraba que le escribiera. Le decía que se moría sin él. Había pasado casi un año desde la última vez que se habían visto, casi dos desde que habían compartido celda juntos. Vegetta se aferraba a ese sueño, a ese recuerdo. Contestó a Quackity finalmente y le dijo que era imposible que pudieran estar alguna vez juntos y no quiso que le esperara cuando saliera. Quackity solo respondió con la inmensa emoción tan característica en él. Escribió: te amaré hasta el día que me muera y te esperaré el resto de mi vida.

Después de esta carta, a Fargan lo transfirieron a otro módulo de trabajo y las cartas cesaron.

(...)

Alexby fue a ver a Vegetta una semana más tarde y lo llevó a su oficina. Se apoyó en el borde del escritorio mientras Vegetta estaba sentado incómodamente ante él.

— Quería hablarte sobre tu depresión y qué vamos a hacer sobre ello.

Vegetta enrojeció y miró hacia otro lado.

Alexby suspiró.

— Vege, hice la vista gorda a aquellas cartas mientras pude. Fue Rubius quien atrapó a Fargan. No pude hacer nada sobre ello.

Vegetta volvió su mirada fija hacia él asombrado.

— Tú... —Comenzó. — No entiendo por qué hiciste...

Alexby se encogió de hombros.

— Ni yo tampoco. No creo en ello, Vegetta, pero no puedo negar lo que vi entre ustedes dos con mis propios ojos. Y es real, lo siento.

Vegetta se concentró en las manos enroscadas en su regazo. Tragó saliva.

— Debe doler.

Vegetta alzó la vista.

— Duele... —Afirmó. — No sé lo que voy a hacer sin él.

Alexby se inclinó y descansó su mano en el hombro de Vegetta.

— ¿Por qué no vamos a que te vea el médico? —Preguntó suavemente.

Staxx, el doctor, le dio píldoras y Vegetta había sabido que se las daría. Las pastillas le calmarían, apagarían el dolor y le harían dormir por la noche. No le harían olvidar, aunque era eso lo que deseaba con toda su alma.