Llegué nervioso al bar. Era mi primera cita Tinder en unos cuantos meses. Había tenido unas semanas raras, pero por fin había dado el paso. Y tenía ganas. Había hablado con una mujer muy exótica, de ojos achinados y nariz respingona. Su foto tocando la guitarra me llamó la atención. Siempre me dan confianza las personas que confían en la música como salida del ritmo xlde vida cotidiano.
Llegó al bar de una manera imponente. Una coleta ataba su pelo, que caía sobre su hombro izquierdo. Su sudadera negra con capucha le confería un aire de misterio que me hizo emborracharme de lujuria desde el primer momento. Las cervezas fueron fluyendo, y yo me sentía muy cómodo. Se presentó como una mujer divertida, de ideas claras, con una voz dulce y una risa embriagadora. Cuando salimos a fumar, me lancé a besarla. Me correspondió, sí, pero agarrandome el cuello, me susurró que ella no era una chica fácil, que no todos los hombres le aguantaban el ritmo. Eso me enloqueció, y contesté que yo estaba dispuesto a seguirle a donde me propusiera.
Lo siguiente que recuerdo es verme a mi mismo reflejado en un espejo del techo, con mis piernas abiertas sobre un potro de tortura, y a María penetrandome con un cinturón con una polla descomunal. Mis tobillos y mis manos estaban atados al aparato, y mi culo, de alguna manera, estaba tan dilatado por el consolador que algunas lágrimas asomaban por el lagrimal. Después de 20 minutos moviendo su consolador, atado a un cinturón muy sexual, con un ritmo endiablado de caderas, le pedí que por favor parara. Era mi primera vez. Nunca mi culo había sido penetrado, y hoy entrábamos por la puerta grande.
María vestía ahora un traje de cuero ajustado, del que colgaba el cinturón del placer. Me desató del potro con la condición de que me portaría bien. Obedecí, y con el culo roto por el cilindro fálico, me tiré al suelo. María me dio una patadita ligera en los huevos. Emití un pequeño sonido que bien se podía confundir con placer. "Cerdo, ponte a cuatro patas, me toca disfrutar". Obedecí. María se quitó sus zapatos, dejando paso a unos pies desnudos y pequeños, con dedos largos y bien marcados. Acercó su pie derecho a mi cara, pero solo cuando me abofeteó con fuerza reaccioné. Comencé metiéndome su dedo gordo en mi boca y comencé a chuparlo.
"Que te crees, que es una polla? Ve a por la suela, inutil". Lami su suela, que aparecía ante mi impoluta y blanca. Me entretuve un poco entre los pliegues de sus dedos, lo que hizo que me llevara otro bofetón y una reacción violenta. María me agarró el cuello, y volteandome contra el suelo, se sentó sobre mi pecho. "Hijos de puta como tú solo se merecen ser usados", dijo antes de poner su coño en mi cara. Su mojada entrepierna me asfixiaba. Podía sentir mi nariz aprisionada contra su clítoris, mientras mi boca intentaba abrirse paso entre sus labios. Con su mano izquierda, agarró con fuerza mis huevos.
"Cabrón, quiero que me comas el coño al ritmo que marcó con mi fuerza en tus huevos, te queda claro?" Ni tuve tiempo de responder antes de sentir la mayor presión que he sentido nunca sobre mis genitales. Mi lengua no daba abasto para intentar contener a la bestia. Apenas podía respirar, pero mi lengua parecía cumplir con su cometido. María, que habia abierto una pequeña bragueta en su traje de cuero, movía su cuerpo desenfrenadamente sobre mi cara. Sentí como si mis huevos fueran a empequeñecerse para siempre de la presión que estaban soportando. Y sentí su cuerpo vibrar. Una vibración que le recorrió desde los pies hasta la coronilla, y que yo mismo sentí en mi cuerpo.Tal fue la magnitud de la conexión que me corrí. María no podía creerlo. "Tan mierda eres que te has corrido?" Se acercó a lamer mi polla y mi corrida. No más de 5 segundos, lo suficiente para recoger el semen disperso. Y me besó. Sentí como nuestras lenguas se entremezclaban con todo el sabor de mi semen, que era la primera vez que sentía. Me abrazó y me dijo que había sido un buen chico, pero que esto habia sido solo el comienzo.