Capítulo 10

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Candice se mantuvo  de pie, observando su reflejo en el espejo. Hacía algún tiempo que su aspecto había mejorado, al menos, dentro de lo que creía. Puesto que rara vez se admiró sin mugre en el rostro o con el cabello arreglado.

Sacudió la cabeza, esas nimiedades no le preocupaban.

Entonces recordó sus nuevas metas. Cuadró los hombros e inhalando profundamente, abandonó la habitación justo cuando el reloj marcaba las ocho.

En el camino se encontró con algunas chicas que encendían velas, que le desearon buena noche y verla al día siguiente para el cuento nocturno, ella asintió con una sonrisa.

Mas, al acercarse al comedor su gesto se enfrió y sus fuerzas mermaron. Se obligó a dar cada paso. Iba a mantener una charla con el Lord, al precio que fuera.

Terrance mantenía la mirada fija en la mesa preparada. Había encargado a Pony la decoración y la posición de los cubiertos. Eso bastaría para saciar su curiosidad sobre los supuestos modales de la joven rubia. Rió internamente al recordar las palabras de su nana, señorita de corte, pensó irónicamente. Las señoritas están dentro de sus casas, bajo el alero de sus padres sobre protectores y sólo se dejan ver en las fiestas para pavonearse y conseguir marido, no se les pasaba por la cabeza acercarse a una milla de distancia a un prostíbulo. Dañaría permanentemente sus frágiles sensibilidades.

Al alzar la mirada, sin embargo, más cosas de las que hubiera querido le hicieron sentido. Ella venía con la barbilla alzada, con una larga trenza decorada sutilmente sobre uno de sus hombros y... tensa como una tabla. Casi suspiró de cansancio al reconocer su debilidad bajo esa fachada de fortaleza, incluso notaba sus pequeños temblores. Y se preguntó por qué le temía tanto. Aunque la respuesta le llegó segundos más tarde. Prácticamente la había violado.

Se levantó, según lo que dictaban los modales y arrastró su silla para que se sentara. Ella frunció el ceño, pero le permitió acomodarla de regreso.

— Buenas noches, Candice. — La rubia asintió en su dirección, evitando contacto visual. — Me complace que hayas asistido a mi pedido.

— A usted le debo obediencia, señor. — De manera que no se encontraba allí por gusto y de modo sutil se lo hizo notar. Reconocerlo, le provocó una extraña gracia.

Hizo un gesto para que trajeran la comida, a la par que encendían unas velas sobre la interminable mesa de roble. Tuvo que admitir, muy a su pesar, que le era difícil apartar la mirada de la joven. Sus mejillas ligeramente coloradas le atraían y más todavía los labios llenos que abría y cerraba continuamente, como si estuviera tomando respiraciones profundas.

— Así que... ¿por qué has estado trabajando? Le he dicho a Pony que podías hacer lo que quisieras con tu tiempo. — Cuestionó al cabo de unos minutos en silencio. Ella aguardó a que terminaran de servir los platos y agradeció con una sonrisa que lo tomó desprevenido. Su rostro generalmente serio y triste, cobraba una candidez que lo aturdió. Deseó poderla ver de aquel modo siempre. Mas, al verlo brevemente, sus ojos perdieron chispa y volteó a la mesa.

Se irritó, conteniendo un resoplido. Aquella mujer, campesina, prostituta, virgen o lo que fuera, lograba alterar su ánimo y eso le molestaba.

— Bueno, respecto a eso hay algo que quisiera comentarle, si me lo permite. — De reojo contempló cómo escogía correctamente el servicio, casi sin darse cuenta, siendo que había más de uno. Entonces estuvo seguro de que ella no era exactamente lo que había pensado, y que mucho se escondía acerca de la fémina.

Ella en sí misma, era una intriga que comenzaba a ganar terreno en sus pensamientos de manera constante. A veces se sorprendía buscándola por las ventanas, viendo cómo lavaba afanosamente junto a Sue. Cosa que también despertaba su curiosidad.

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