Los Dulces del Demonio

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Cada Halloween, ellos salían a pedir dulces.

La edad no importaba mucho, a pesar de tener casi dieciocho años, ellos disfrutaban cada año el confeccionar sus disfraces y lucirlos por la calle, buscando de recompensa los riquísimos dulces que las ancianas de su calle les daban.

Este año no sería la excepción.

Su catálogo de disfraces era amplio, pero no podrían usarlos de nuevo, lo divertido era crearlos; por eso los disfraces de vampiros, piratas, hadas de Tinker Bell y estudiantes de Howarts con uniformes de Quidditch —con la escoba incluida—, no eran una opción, debían lucirse este año.

Y gracias a su fanatismo por lo fantástico, es que decidieron que este año serían... ¡El Espantapájaros y el Hombre de Hojalata de El Mago de Oz!

Los disfraces empezaban a tomar forma, y a un día del círculo marcado en el calendario, estaban listos.

Esta vez decidir los personajes que recrearían solo les costó cinco días de arduo debate (pactaron que el año siguiente irían disfrazados de terroristas con armas hechas de cartón y sus rostros cubiertos para asustar a las ancianas de su calle... Sí, les pedirían disculpas luego).

Todo indicaba que sería su año.

A unas horas del anochecer, el espíritu halloweeniano ya se sentía en el aire, y su ansiedad hizo que se prepararan antes, cuando en realidad faltaba bastante tiempo. Esto trajo consecuencias: les resultó dificilísimo,  siquiera, merendar; sin mencionar temas sanitarios. Y es que no era para menos, Hyunjin, el espantapájaros, llevaba los brazos extendidos hacia los costados, atados a un palo de madera que pasaba por detrás de su espalda, y ni hablar del gran sombrero que llevaba que no lo dejaba ver nada. Mientras que Felix... estaba tieso. Su disfraz tenía gran parte hecha de hojalata para darle más semejanza a su personaje. Resultaba muy entretenido ver como no podía flexionar ni sus codos ni rodillas.

Al terminar de —tratar— merendar, limpiaron lo que habían ocasionado, pues no se podía pedir prolijidad con un par de brazos extendidos y otro par de brazos rígidos.

La oscuridad cubrió el cielo y una brisa refrescaba la ciudad y movía los adornos colgantes que cada casa portaba. Las calabazas habían sido encendidas y todo lucía una hermosa combinación de anaranjado y negro.

Las calles se llenaron de grupos de niños y adolescentes, todos muy emocionados.

Hyunjin y Felix salieron por fin de la casa del primero y comenzaron con la misión de hoy: conseguir más dulces de los que pudieran comer.

Fueron a la casa vecina y consiguieron chocolates, en la siguiente, bastones de caramelo; la anciana de la tercera casa les dio un triste caramelo para que ambos compartieran ¡qué tacaña!… se vengarían el año siguiente. Y continuaron por toda la acera, giraron en las esquinas recorriendo el vecindario. Sus pies dolían pero su incentivo era ver que para llenar sus calabazas, les faltaban, a lo mucho, cinco dulces a cada uno.

Las casas del vecindario se acabaron, por lo tanto la colecta de dulces, también. Pero no se rendirían, debían llenar sus calabazas.

Acordándolo, se dirigieron a paso rápido al vecindario vecino que estaba bastante lejos, por esto los niños no solían ir allí, además todo lucía tan elegante e imponente que daba miedo acercarse.

Al llegar, todas las casas se encontraban a oscuras y no había ni rastros de adornos o de alguien que hubiese festejando Halloween. Al percatarse de que toda la calle estaba desolada, decidieron volver; el lugar lucía aterrador.

Se hallaban a metros de salir a la calle principal cuando vieron sus sombras al frente producidas por brillantísimas luces que estaban a sus espaldas. Voltearon y se sorprendieron al ver que provenían de una de las casas por las que ya habían pasado, solo que ahora aquella tenía luces de color amarillo por todo el tejado, calabazas enormes en cada escalón del pórtico y figuras de fantasmas, insectos y esqueletos colgadas en todo su frente. Ellos en lugar de sentirse confundidos, se emocionaron al ver que podrían reunir más dulces. Corrieron hacia la casa y Hyunjin se puso de lado para poder golpear la puerta, esta se abrió enseñando a una mujer delgadísima y alta, su cabello blanco caía en ondas hasta su cintura, tenía una verruga peluda en su barbilla y una sonrisa que daba miedo, además, no parpadeaba.
Ambos se miraron y tras unos segundos, sonrieron.

—¡Dulce o truco! —dijeron al unísono, extendiendo las calabazas de plástico.

La mujer seguía con esa mirada imperturbable y sonrisa aterradora.

—¡Oh, mis lindos niños! Pensé que nadie más vendría hoy, ya que casi es medianoche —dijo con dulzura—. Iré por sus dulces —dio media vuelta y luego salió una caja de cristal rojo. Colocó un puñado de dulces en cada recipiente y los observó con atención —. Sus disfraces son estupendos, ¿Cómo los consiguieron?

—Los hicimos nosotros, señora —dijo Felix orgulloso—. Muchas gracias por los dulces, nos vemos —se despidió y comenzaron a bajar los escalones.

—Sí, nos veremos —murmuró la mujer.

Felix quiso preguntarle qué había dicho, pero al girar no vio nada más que la oscura casa que ya no portaba ningún adorno.

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Llegaron a la casa de Hyunjin después de una agotadora caminata y arrojaron a la mesa de la sala todos los dulces con entusiasmo, siendo dos en particular los que llamaron su atención: unas pequeñas gomitas con forma de calaveras cuyo color era verde neón. No se resistieron y los comieron… ¡Sabían horrible! Con la cara arrugada por el desagrado, fueron a conseguir agua a la cocina.

Todo se volvió raro cuando, después de unos segundos, sus cuerpos comenzaron a tener espasmos y se sintieron mareados, ambos chicos cerraron sus ojos y de pronto todo se detuvo.

Abrieron sus ojos. Felix ya no sentía incomodidad con sus articulaciones y a Hyunjin se le habían calmado los calambres en sus brazos, y su cuerpo se sentía demasiado liviano. Al verse, gritaron asustados y retrocedieron unos pasos. ¡SE HABÍAN CONVERTIDO EN SUS DISFRACES! El cuerpo del chico de pecas rechinaba al caminar y el rubio podía ser arrastrado por una gentil brisa.

¿¡Cómo pasó eso!?

Entraron en crisis, pero descubrieron que a los dulces se los había dado la mujer con la verruga, gracias a que Hyunjin llevaba la lista mental de los dulces que les habían dado cada persona, para la venganza del año siguiente.

Volvieron a la casa de aquella bruja malvada; esta vez no les costó tanto, se manejaban con bastante naturalidad. Golpearon la puerta pero allí no había nadie. Lucía abandonada, como si nadie la hubiese pisado en años. Reunieron valor y entraron. Sobre la mesa de la sala bajo un claro de luz roja, se hallaba una nota, que decía:

Lindos pequeños, siento hacerles esto… de hecho, no lo siento. Sus disfraces fueron los mejores que vi, y en mi universo, no hay un Espantapájaros ni un Hombre de Hojalata, por esto decidí llevármelos al lugar de donde vengo.

Para entrar allí se necesita un pase: ser una criatura extraordinaria.

Gracias a mi talento con el caldero y las pociones, logré crear esos dulces que debieron comer hace unos minutos y que los convirtió en sus disfraces.
Para no ser muy injusta, les daré la oportunidad de no ir a mi universo. He aquí, un pequeño acertijo:

Sal a la calle y sigue aquello dorado,
no te distraigas con lo no relacionado,
al encontrarme, tu misión habrá acabado,
y podrás decirme tu deseo tan soñado.

Les recomiendo que se alarmen, pues solo tienen hasta las 3 a.m.”

Salieron a la calle y observaron a su alrededor, algo brilló en el suelo; se dirigieron ahí, una moneda dorada les mostró el comienzo de la búsqueda, luego le siguieron una llave, un anillo, un picaporte. Localizar los objetos les costaba, pero trataban de moverse rápido.

El tiempo se agotaba y cada vez estaban más lejos del lugar de partida ¿Dónde estaba la bruja?

Quisieron detenerse por un cachorro perdido pero se abstuvieron al recordar la carta; aunque no hubo problema, el cachorro los siguió.

Continuaron avanzando y uno de los objetos dorados era una aceitera; Felix aprovechó y aceitó sus articulaciones, luego colocó piedras en los bolsillos de Hyunjin para que no saliera despedido por las ráfagas de viento.

Cada vez veían menos casas, pero nunca pararon. Cerca de los límites de la ciudad, notaron una pequeña choza.

El reloj guardado en un bolsillo del Espantapájaros mostraba las 2:54 a.m.

Corrieron a la choza y Toto —como habían nombrado al perro— los seguía de cerca ladrando agudamente.

Al llegar, las antorchas en las esquinas de la choza se encendieron y la puerta se abrió invitándolos a pasar. Adentro vieron a la mujer de los dulces del demonio sentada en un sofá rojo.

—¡Qué sorpresa! No los esperaba tan temprano… —decía la bruja lentamente, intentando que los minutos la ayudaran y ella pudiera llevárselos.

Lástima que Felix lo notó: —¡Cállate y cúmplenos nuestro deseo! —estaba alterado.

La bruja suspiró.

—Bien. Yo siempre cumplo mis promesas. Digan en voz alta sus deseos y beban esto —les entregó un vaso con líquido humeante a cada uno.

—¡Deseo volver a ser yo! —gritaron al unísono y bebieron rápidamente de los vasos.

Los síntomas se repitieron, solo que esta vez al abrir los ojos, estaban ellos en sus disfraces. La bruja había desaparecido. Ellos se abrazaron y emprendieron camino regreso a casa, aún debían comerse todos los dulces que habían recolectado.

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Y aquí termina su aventura de Halloween, con ellos regresando a su hogar tomados de la mano, seguidos de un pequeño y nuevo amigo.

Dulce ¿Y Truco? |Hyunlix|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora