Capítulo XXVIII Planes de boda

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—Cincuenta siclos de plata, aparte del mohar —dijo mi padre con el rollo de la Torá abierto encima de la mesa del gran salón.

—Por Dios, Zebedeo, ¿de dónde voy a sacar tanto dinero? —dijo Timeo.

Estábamos reunidos en el salón grande de la casa de mi padre. Éramos mi padre y yo, por un lado y Timeo y su hijo, por el otro.

—La ley prescribe cincuenta siclos de plata por la violación de una virgen de Israel, aparte del mohar —volvió a decir mi padre, serio.

—¿Cuánto me pides por el mohar? —preguntó Timeo.

—Papá, dile treinta siclos —dije.

—¡Treinta siclos más cincuenta! ¿Ochenta siclos por una mujer? —dijo Timeo desesperado.

—Hijo, Lía es una niña menor de veinte años. Corresponden diez siclos —me dijo mi padre.

—Yo quiero treinta —dije testarudo.

—Yo no puedo pagar el mohar a treinta, David. Y diez ya me parece mucho —dijo Timeo.

—¡Pon a trabajar al inútil de tu hijo, pero yo quiero treinta! —dije malhumorado.

—Vamos a calmarnos, David, sino tendré que negociar yo solo —dijo mi padre.

—¡Mi hija vale treinta! ¡Para mi vale treinta, y más! —dije dando un puñetazo a la mesa—. ¡Solo ese inútil que no sabe cuánto quiero yo a mi hija!

—No pueden ser treinta, David. No sería justo. Lía todavía no tiene veinte años —volvió a decir mi padre intentando calmarme.

—Con más razón debería valer más, porque es más vulnerable. Así cualquier violador de turno se dedicará a violar niñas porque valen menos.

—Estás equivocado, hijo. La penalización por la violación son cincuenta siclos, que pagará íntegramente. El mohar son diez para las niñas y treinta para las mujeres —insistió mi padre.

—De todas formas es imposible para mi economía, señor Ezequiel. Yo no tengo el nivel de vida que ustedes tienen —dijo Timeo.

—¡Con más razón! —bramé—. ¿Cómo se le ocurre a ese niñato violar una niña que tiene un nivel de vida superior? ¡Ahora lo pagará!

—David, por favor, te vas a tener que ir como sigas así —me dijo mi padre.

—Es mi hija...

—Si, pero tu delegaste la responsabilidad en mi porque soy el patriarca de la familia. Así que yo estoy haciendo las cosas a la manera de la Ley. Tu estás afectado y ya no sabes lo que dices.

—¡Pero, papá...! —tras una larga pausa, continué diciendo— Me voy a callar, continúa.

—Son sesenta siclos, Timeo. Ni uno más, ni uno menos —sentenció mi padre.

—¿De cuánto tiempo dispongo para pagar? —dijo Timeo, resignado.

El chico, aún no sabía como se llamaba, yo lo llamaba Bartimeo (hijo de Timeo), observaba la negociación medio obnuvilado. No decía nada. Tenía vendajes en las heridas de los brazos y las piernas y unos moratones grandes en la cabeza. Habían intentado lapidarlo, lástima que no lo hubiesen conseguido.

—Ahora una entrega y después tienes seis meses para realizar la otra —dijo mi padre.

—Ahora solo puedo entregar... buf... veinte siclos de plata si le pido prestado a mis familiares.

—Pues, sabrás que la siguiente entrega son cuarenta —dijo mi padre.

—Zebedeo, usted sabe que mi familia es modesta. La pesca... da pocos beneficios, como usted bien sabrá.

—¿Cuántos años tiene tu hijo? —preguntó mi padre.

—Quince, señor.

—¿Y qué hace que no trabaja? No lo he visto nunca en la barca contigo. Mi nieto Yosef, hermano de la chica, ya va para el astillero con su padre y tiene trece —contestó mi padre.

—Su madre, que lo tiene malcriado. Ella lo quiere en casa y... es el único varón...

—Pues le diré, y ruego que me disculpe, pero el hombre de la casa es usted, y quién debería mandar en ella. A partir de mañana su hijo irá en la barca con usted o le pone una barca aparte, como quiera. Ya es un hombre, por favor. ¿Cómo se deja mangonear por su esposa? Si su hijo es un hombre para violar a una chica, también tiene que aprender a ser un hombre y llevar el sustento a casa. ¿Y si Lía está embarazada? ¿Quién criaría al niño?

—Si... pero...

—¿Usted a qué edad empezó a trabajar? —insistió mi padre.

—A los doce, señor.

—Entonces... ¿por qué tiene a su hijo haciendo el vago en casa con las mujeres? No lo entiendo. Yo mañana quiero ver a su hijo faenando, ¿está claro? Porque esto se paga sí o sí. Y antes del año sabático.

—Si, señor. Lo comprendo.

Se levantó el buen hombre de la silla y agarró a su hijo por el brazo.

—Ya has escuchado lo que dijo el señor Ezequiel Zebedeo. Mañana vienes a trabajar conmigo.

—Papá, yo estoy mal y me duele mucho... —dijo el chico tocándose la cabeza y los moratones.

—Es igual, mañana vienes conmigo. ¿Ves lo caro que me salen tus caprichos? Anda, vamos.

Esperamos a que se hubieran ido. Luego le dije a mi padre en privado:

—¿Por qué no pediste más, papá?

—Hijo, no lo podría pagar nunca. Y esperemos que esto pueda pagarlo.

—¡¿Qué?!

—Ese chico ya se lleva metido en varios líos. Le sale caro. Y aún por encima lo tiene de vago en casa.

—Ese no es mi problema. Yo lo quiero todo, contante y sonante. No pienso perdonarle ni un as —dije.

Al cabo de quince días me enteré por mi padre que el señor Timeo había pagado veinte siclos de plata y me llamó para que los fuera a buscar. Llegué a casa de mi padre lo más rápido que pude porque llegaba del astillero.

—Hay que preparar la boda —dijo mi padre a Timeo que todavía estaba allí.

—Solamente durará una semana, como mucho —dije—. Lía ya está haciendo su ajuar de bodas.

—Mi hijo está saliendo a faenar conmigo —dijo Timeo.

—Bueno, pues... ¿para cuándo?

—Tendrá que ser pronto —dije—. A Lía se le está retrasando el período, según me cuenta mi mujer.

—¡Joder! —dijo Ariel, que se llamaba así el hijo de Timeo.

—¿Tú que sabrás de eso, hijo? —dijo Timeo dándole un pequeño golpe.

—¿Voy a tener un hijo? —dijo Ariel.

—¡Esperemos que no! —le solté enfadado.

—Bueno, tranquilicémonos. En las niñas, al principio, el ciclo suele ser irregular y no porque estén embarazadas. Hay que esperar más tiempo para saberlo —dijo mi padre, tranquilizador.

—Bueno, por si acaso, hay que hacer la boda pronto —dije—. ¿A dónde vas a llevar a mi hija a vivir?

—A mi casa —contestó el papanatas.

—¿Cuál casa? Tú no tienes casa —dije señalándolo.

—Señor David, su hija se quedará con nosotros después de la boda —dijo Timeo.

—No tiene dinero para mantener a sus hijos, ¿va a mantener a mi hija? —dije.

—Vamos a calmarnos —dijo mi padre, conciliador.

Así siguieron las cosas hasta que pusimos fecha a la boda y trazamos los planes de cómo sería. Mi hija estaba haciendo su ajuar y Ariel estaba aprendiendo a trabajar. 

Yo conocí a JesúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora