ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 𝟸

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ʟᴀ ʙᴜғᴀɴᴅᴀ

En una de las salas perfectamente decoradas de la mansión Veilmont, había cierto grado de tensión. Un hombre alto, con un aire oscuro refinado daba vueltas al rededor de Minerva. La chica pelirroja tenía sus manos detrás de su espalda totalmente recta, esperando a ser sentenciada.
El caminar de su padre observándola como un sabueso tratando de evaluar cada una de sus expresiones corporales la ponían extremadamente nerviosa, tratando de poner su mente en blanco por si aquél hombre trataba de leer sus pensamientos..

El tap tap en el piso de mármol cesó, y el hombre se detuvo frente a ella, con una expresión rígida en su rostro, aquella imitó su expresión de igual manera tratando de verse ofendida por la cantidad de interrogatorios que tendría que aguantar, o ese era su pensamiento frecuente desde el momento en el que abordó la camioneta.

En ese silencio sepulcral en el que ninguno se dirigió una mirada salió un suspiro por parte de Minerva, dejó caer sus manos a sus costados con dramatismo.

— Perdón.

Aquella esperó alguna reacción por parte de su padre, pero él solo se dio la vuelta y llenó su vaso de whisky. Dio un trago antes de poner el vaso sobre gran piano que estaba en la mitad de la sala.

— Fue estúpido lo que hice pero ya te lo expliqué, y quiero que me creas.

— Fue estúpido e irresponsable. — Dijo con su gruesa y fuerte voz.

— Es que entiende, él no tenía dinero para devolverse, tenía que prestárselo.

— No te creo nada.
La conversación parecía morir en esa simple oración, cada uno volvió a su posición inicial, espalda recta y cara simple sin poder descifrar sus sentimientos. Ambos eran expertos en no permitir que nadie entrara a su mente, y que nadie conociera su próximo movimiento.

Unos minutos más tarde, aquella pelirroja pecosa, se dio la vuelta para ir a su habitación, tratando de dejar a su padre plantado después de tantos silencios incómodos en el que el sufrimiento y la ansiedad de la chica aumentaban.

El zapateo de su padre la detuvo y la obligó a mirarlo nuevamente. Con las palabras punto de salir de su boca se paró firme una vez más y soltó lo que debería no haber dicho.

— No creo que tenga que escuchar más regaños o lecciones de tu parte, papá — su voz tambaleó mínimamente — creo que pudiste haber arruinado mi reputación al regañarme por teléfono.

Su padre endureció aún más su expresión.

— Te recuerdo que fue tu culpa. Mereces un castigo y estoy pensando en cual.

— Y yo te recuerdo qué debía ayudarlo.

— No puedes ser tan tonta para dar lo poco que te quedaba después de invitarlo a comer.

— Pero ya te lo dije, su madre lo llamó porque ella se enfermó, y ya ¡DIOS, ¿POR QUÉ NUNCA ME CREES?!

— ¡SILENCIO! — Su grito impactó en toda la habitación. Minerva se quedó helada observándolo con un nudo creciente en su estómago. Bajo la cabeza una vez más, mientras escuchaba los regaños de su padre con sus lágrimas formándose en sus ojos.
Parecía ser una eternidad de gritos, y humillaciones tratando de dejar en claro su posición de poder, y el como ella no cumplía con su estándar de hija perfecta. Todo eso parecía hacer dentro de Minerva un sectumsempra.

— Eres injusto — musitó la joven, cabizbaja.

— Y tú una irresponsable, rebelde, igual de inconsciente que la mujerzuela de tú madre. Los errores definitivamente se heredan, eres una decepción.

Y esto fue suficiente. Las lágrimas cayeron por su rostro, y sus hombros temblaron. Pasaron varios minutos en los que Minerva estuvo aún frente a él, llorando con su cabeza hacia el suelo, en shock, con un millón de preguntas en su cabeza que daban vueltas en sí mismas.

El sonido de unos tacones irrumpió el silencio devastador en la sala de reuniones y con ello llegó el olor empalagoso de vainilla. Cuando Minerva alzó la mirada pudo notar que la expresión de su padre se había suavizado, mostrando arrepentimiento, pero aún así no le dirigió la palabra y simplemente se retiró. La figura de la mujer curvilínea de hermoso cabello dorado, generó una gran molestia en ella, poco después escuchó el chasquido de sus labios y un deseo de náuseas en su interior.

Pasaron los días con una misma rutina de mierda debido a su castigo y sin saber noticias del hombre por el que tuvo que sacrificar la poca confianza de su padre.  Las clases, escuchar las charlas desganadas de su grupo de amigos y a menudo soportar los chistes imprudentes era un verdadero agobio, y por unos minutos preferiría estar sola.

En una de esas tardes al final de las clases para salir al descanso, Armin se encontraba como de costumbre en el salón para jugar con más tranquilidad, luego de estar tenso en cada partida por miedo a que lo descubrieran ocupando la consola en clases. Armin normalmente no prestaba atención a su entorno, realmente le daba igual lo que sucedía a su al rededor y el como esto le pudiera afectar.
La puerta del salón de clases se abrió y Armin simplemente escuchó los pasos de dicha persona, pero ambos se ignoraron.  Después de haber ganado sus cien puntos correspondientes en cada partida, Armin se acomodó sobre su asiento, estiró su cuerpo, giró su cuello y cabeza solo para encontrarse con Minerva, quién estaba pintando entretenida en su cuaderno de dibujos. Armin pensó en no interrumpir aquella tranquilidad, y realmente tampoco tenía motivos para hacerlo, pero notó el labio de Minerva temblando y luego vio sus mejillas rojas. Minerva arrojó su lápiz rosado sobre el cuaderno con evidente frustración y lo cerró de un golpe. Cubrió su rostro con sus manos e inhaló con fuerza.
Armin se sintió extramente acorralado y pensó en acercarse por un momento, pero ¿Cómo lo haría, si la última vez que hablaron fue en aquél encuentro en la salida del restaurante? Pensó el pelinegro ojiazul.

— ¿Estás bien? — soltó sin pensar. Minerva asintió, aún con sus manos escondiendo su rostro.

Armin vio aquél asiento libre que se encontraba al lado de ella y decidió acercarse. Aquél no la tocó, solo se conformó con sentarse a su lado. Minerva retiró sus manos de su rostro y abrazó su propio cuerpo mirando a la ventana. El rastro de las lágrimas estaban sobre sus mejillas aún coloradas, Armin la observó apenado sin saber muy bien que hacer. Retiró su bufanda de su cuello con un desliz, y se la ofreció levantando su mano dubitativo. Minerva tardó en girarse y mirar detenidamente la bufanda.

— Quizá te sirva de algo — Dijo Armin, aún mirando el rostro sin expresión de Minerva. — Bueno, solo que no te puedes sonar la nariz, solo es para las lágrimas — rió un poco, y la pelirroja solo mostró una débil sonrisa. Su rostro era extrañamente angelical, pensó Armin.

Estuvieron en silencio un largo rato, hasta que Minerva pudo respirar correctamente. Era extraña la compañía pero no era incómoda, ninguno de los dos hablaba, pero era reconfortante. Al final del día, la bufanda quedó guardada dentro de la mochila de Minerva. Armin pensó que quizá la hacía sentir cómoda, y él no necesitó pedírsela otra vez.

-𝘓𝘰𝘷𝘦 𝘨𝘳𝘰𝘸𝘴 |𝐀𝐑𝐌𝐈𝐍 𝐂𝐃𝐌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora