Sirena de alcantarilla

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Lan WangJi era un excelente pintor

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Lan WangJi era un excelente pintor. O al menos lo fue durante mucho tiempo. En sus mejores años sus obras fueron expuestas en galerías y adquiridas por coleccionistas privados a precios exorbitantes. No le interesaba el éxito, pero éste había llegado junto con su talento para plasmar las más puras emociones en su trabajo. Era como si a través del pincel pudiera expresar todo eso que no mostraba, todo lo que guardaba en lo más profundo de sus entrañas.

Sin embargo, con el tiempo perdió ese algo que lo había impulsado durante tantos años. Con los años su humor se fue volviendo más sombrío, como cargado con un peso invisible, cuyo origen no podía ubicar. Ahora pintaba cada vez menos, la vida era más monótona y el mundo iba perdiendo poco a poco su color. Ya no encontraba belleza ni inspiración en nada ni en ningún lugar. A veces, por disciplina, se obligaba a pintar. Pero nada de lo que hacía le satisfacía. A Lan WangJi no le era desconocida la ira y en sus arranques de frustración arremetía contra todo lo que tenía a su alrededor; poco a poco el pequeño estudio donde vivía se fue llenando de pinturas secas, pinceles rotos y lienzos destrozados.

Siempre fue un poco solitario, pero su reciente actitud, más áspera de lo usual, hizo que incluso las pocas personas más allegadas a él (con excepción quizá de su hermano) se alejaran. Por lo cual no era raro para él pasar meses sin ningún contacto humano a parte del chico que le traía los víveres. Nunca fue derrochador y la pequeña fortuna que había acumulado le permitía pasar sus tardes sumergido en lecturas o en su frustración creativa. Pero sobre todo le daba la oportunidad de dar largos paseos por el pequeño pueblo que era su hogar.

Fue una tarde nublada de octubre cuando todo eso cambió. Uno de esos momentos en los que no soportaba el opresivo peso de las paredes de su estudio, cuando el aire impregnado de trementina y aceites lo asqueaba y lo hacía desear destruirlo todo junto consigo mismo. Simplemente era uno de esos días en los que se sentía destrozado, con la melancolía arrancándole lo poco que le quedaba.

Tomó su abrigo y salió a pesar de la persistente llovizna. Esto era una de las pocas cosas que aún "disfrutaba", la única razón por la cual se había negado a mudarse a alguna de las grandes ciudades. Pasear por la parte este del pueblo, donde creció, aún hacía que su corazón sintiera un poco de paz. A pesar de toda su decadencia le gustaba este lugar. Incluso aunque las pintorescas casas de su niñez fueron reemplazadas por almacenes grises y malolientes. Sin importar que ahí donde mucho tiempo atrás estuvo el río; ahora hubiese un tiradero, oscuro y pestilente. Lleno de agua estancada y desagües.

Lan WangJi caminó entre la basura desperdigada; ahí donde mirara solo había muros oscuros y planos, tuberías oxidadas y el persistente vapor de las alcantarillas mezclado con el humo de las fábricas. Recordaba con nostalgia que durante su solitaria niñez había pasado muchas horas a la orilla del ahora drenado río; imaginando cosas fútiles e infantiles. Tesoros ocultos, espíritus de las aguas y sirenas al fondo del río. Cosas de niños.

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