El verano había llegado. El sol brillaba con gran intensidad en un cielo despejado y azul. Las calles de Madrid eran transitadas con menor frecuencia en las horas de más calor, sin embargo, cuando llegaba la noche se volvía a inundar de madrileños o turistas, que disfrutaban comiéndose un helado o en las terrazas de los bares tomando algo fresco para amenizar el bochorno.
Quizás, para otras personas ese día era como otro cualquiera, no obstante, para Atenea era totalmente distinto. Tanto ella como Sara y Alberto, habían acabado la universidad obteniendo así su título en turismo. Se alegraba por ello porque además sus notas fueron excelentes y eso la permitía estar mucho más cerca de conseguir su ansiado sueño. Sin embargo, en ese preciso instante, sentía más pena que alegría. Sería el cumpleaños de su hermana, el primero que pasaría sin poder felicitarla, abrazarla e incluso manchar su cara de nata, como era tradición. Mientras observaba fotos de años anteriores, recordaba bastantes momentos vividos juntas, algo que la hacía sonreír pero que también anhelaba porque jamás se podrían repetir.
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Dos años atrás:
Keyla permanecía durmiendo, era sábado por lo que decidió quedarse hasta un poco más tarde en la cama, ya que entre semana madrugaba.
La puerta de su habitación se abrió de golpe y la pelirroja entró gritando.
— ¡Buenos días, patatas frías! ¡Feliz cumpleañoooossss! —se tumbó encima de ella.
—Muchas gracias hermanita —bostezó. A continuación, miró la hora en el despertador de su mesita—. Todavía quiero dormir un poco más.
— ¿Pero qué dices? —Se puso de pie, poniendo los brazos en jarra—. El desayuno está listo, si no te levantas ya, se enfriará y luego no valdrá para nada.
—Está bieeennn —se estiró un poco.
La de los ojos verdes la observaba en silencio. Aún teniendo cara adormilada y pelo revuelto, se veía preciosa.
Cuando llegaron al salón, les esperaban Isa y Javi junto con Bea, Ariadna y varias amistades de la cumpleañera. Había globos de distintos colores por todos lados, regalos en el sillón y una pancarta en la que se podía leer "Felicidades Keyla".
Atenea cogió la tarta, una de esas de tres chocolates que ella misma había preparado por primera vez en su vida con todo el cariño del mundo para su hermana, a la que quería más que a nada.
Después de que Keyla soplara las veas, su madre las quitó dispuesta a cortarla en varios trozos. Mientras tanto, su hija pequeña cogió un bote de nata montada de la nevera y comenzó a echársela por encima a su hermana, provocando la risa de ellas y el cabreo de los padres.
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Como hacía constantemente, se dirigió al cementerio para visitarla. Depositó un ramo de margaritas en un pequeño jarrón que había y se sentó en el césped, delante de la tumba de Keyla, sujetando una tarta de cumpleaños que ella misma había hecho.
—Feliz cumpleaños, hermanita. Espero que lo estés celebrando a lo grande por ahí arriba —sopló las velas y pidió un deseo: Que fuese feliz en el cielo.
A pesar del calor, en ese instante se levantó una suave brisa que acarició el rostro de Atenea. Ella cerró los ojos, imaginando que era una señal de la fallecida para agradecerla el detalle. Comenzó a sentir un nudo en la garganta y las lágrimas recorrerían sin cesar por sus mejillas. Deseaba con toda su alma poder abrazarla aunque fuese por última vez.
Un par de horas después, cuando la pelirroja se había marchado, fue Alberto el que llegó al lugar, sujetando un pack de seis cervezas. Después de acariciar el nombre de la joven en la lápida, ya con los ojos inundados de lágrimas, también se sentó en el suelo y comenzó a beber sin parar mientras la recordaba. Por su mente pasaron momentos como la primera vez que se vieron, ella sonrió y él quedó prendado, era lo más bonito que había visto en la vida. También recordó la primera cita, algo que le sorprendió que sucediera porque pensaba que una chica tan maravillosa como Keyla jamás aceptaría pasar tiempo con alguien como él. Sin embargo, ocurrió el milagro e incluso llegaron a besarse con el tiempo. Para el moreno fue un momento mágico porque cuando sucedió, sintió que el universo entero estallaba en su interior y todas las estrellas fugaces impactaban contra los planetas, destruyéndolos. O cuando enredaba los dedos en su pelo, que olía a miel.
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Hasta que la muerte nos una
Romance¿Qué pasaría si la muerte de la persona que más quieres te une a la persona que más odias?