Las orejas del rey Midas XI

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Midas, rey de Macedonia y amante de los placeres, plantó el primer jardín de
rosas del mundo, y se pasó la vida haciendo fiestas y escuchando música. Una mañana,
sus jardineros se quejaron:
—Un viejo sátiro borracho se ha quedado enzarzado en tu mejor rosal.
—Traedme a ese miserable —dijo Midas.
Aquel sátiro resultó ser Sileno, que había ido y vuelto de la India como tutor de
Dionisos. Sileno empezó a contar a Midas emocionantes historias sobre la India y
acerca de un nuevo continente al otro lado del Atlántico, un lugar donde unos mortales,
altos, felices y longevos, vivían en espléndidas ciudades. Una vez, estos gigantescos
mortales navegaron hasta Europa en cientos de barcos, pero todo lo que allí vieron les
pareció tan aburrido y feo que pronto regresaron a su casa.
Midas alojó a Sileno durante cinco días y cinco noches, escuchando sus
historias, y luego lo devolvió sano y salvo a Dionisos. Agradecido, Dionisos prometió
conceder a Midas cualquier deseo. Midas eligió tener el poder mágico de transformar en
oro todo lo que tocara. Fue muy divertido al principio: convertir en oro las rosas o los
ruiseñores. Pero luego, por error, convirtió a su propia hija en estatua y vio también
cómo los alimentos que tomaba y el vino que bebía se volvían oro en su boca, así que
casi se murió de hambre y sed. Dionisos se carcajeó de Midas, pero le permitió librarse
del «toque áureo», lavándose en el río Pactolo de Frigia —cuya arena todavía brilla por
el oro— y también resucitar a su hija. Además, le ayudó a convertirse en rey de Frigia.
Un día, Apolo pidió a Midas que fuese juez en un concurso musical entre él y un
pastor frigio llamado Marsias. La historia provenía de lo siguiente: mientras la diosa
Atenea, que había inventado la flauta doble, un instrumento hecho con huesos de ciervo,
tocaba encantadoras melodías durante un banquete de los dioses del Olimpo, Hera y
Afrodita empezaron a reírse. Atenea no sabía por qué, así que se fue a Frigia y tocó la
flauta a solas, mirando su reflejo en un riachuelo del bosque. Cuando vio lo tonta que
parecía con las mejillas hinchadas y la cara roja, tiró la flauta y maldijo a quien la
recogiera. Marsias encontró la flauta y, cuando se la puso en los labios, surgieron unas
melodías tan maravillosas que desafió a Apolo a celebrar un concurso.
Apolo ordenó a las musas y a Midas que fueran los jueces. Marsias tocó la flauta
y Apolo, la lira. Los jueces no se pusieron de acuerdo sobre quién lo había hecho mejor.
Entonces, Apolo le dijo a Marsias:
—En ese caso, te desafío a que toques tu instrumento boca abajo, como hago yo
con el mío.
Diciendo esto, dio la vuelta a su lira y la tañó casi tan bien como antes. Como es
evidente, Marsias no pudo hacer lo mismo con su flauta y las musas anunciaron:
—Ha ganado Apolo.
—No; ha sido una prueba injusta —dijo Midas.
Pero las musas votaron en su contra y el resultado fue de nueve a uno. Apolo
entonces le dijo a Marsias:
—¡Debes morir, miserable mortal, por atreverte a desafiar al dios de la música!
Y, acto seguido, atravesó el corazón de Marsias, lo despellejó y le dio su piel alos sátiros para que hicieran tambores.
Luego, llamó asno a Midas y le tocó las orejas, que empezaron a crecer, largas y
peludas, como las de ese animal. Midas se sonrojó, se cubrió sus orejas con un gorro
frigio alto y pidió a las musas que no hablaran de ello. Por desgracia, el barbero de
Midas tuvo que saberlo, porque los frigios llevaban el pelo muy corto. Pero Midas
amenazó con matarlo si se lo contaba a cualquier ser vivo. El barbero, a punto de
explotar por no poder compartir el secreto, cavó un agujero en la orilla del río Pactolo,
miró con cuidado a su alrededor por temor a que hubiera alguien escuchando y susurró
dentro del agujero:
—El rey Midas tiene orejas de asno.
Luego, tapó el agujero enseguida para enterrar el secreto y se fue contento. Pero
un junco surgió del agujero y susurró a los otros juncos:
—El rey Midas tiene orejas de asno, ¡el rey Midas tiene orejas de asno!
Muy pronto, los pájaros supieron la noticia y se la comunicaron a un hombre
llamado Melampo, que conocía su idioma. Melampo se lo dijo a sus amigos y, al final,
Midas, que iba montado en su carro, oyó que todo su pueblo gritaba a coro:
—¡Quítate ese gorro, rey Midas! ¡Queremos ver tus orejas!
Midas decapitó al barbero y después se suicidó por vergüenza.

DIOSES Y HÉROES 
 DE LA ANTIGUA GRECIA Robert GravesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora