Min

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El día de hoy procederé a contaros una historia que sucedio hace mucho, demasiado diria yo, en un lugar muy lejano y caluroso:

Min, un muchacho al que el destino le mando gobernar un gran territorio esta a punto de poder cumplir su función.

- Señor Faraón- Dijo una de mis sirvientes mientras se arrodillaba - quedan solo unos minutos para que los guardas dejen entrar a sus invitados y divinidades - dijo la muchacha con nerviosismo.

- Entiendo, retírese - la respondí

- Si mi Faraón - Dijo la sirvienta mientras se retiraba.

Yo, futuro Faraón de Egipto, estoy en mis aposentos tranquilamente, mas o menos, arreglandome y preparandome para mi coronación, algo para lo que me han preparado desde muy pequeño mis dos queridos padres, que en paz descansen.

Asi que frente al espejo, para no hacerme mas de esperar me puse mi gran corona no-oficial y me arrodille ante mi mismo, como siempre me dijeron que debia hacer.

Al salir y comenzar a recorrer esos largos pasillos de mi palcio, los pocos nervios que tenia se esfumaron y llegue hasta la sala donde seria por fin, mi reinado.

Al entrar a la gran estancia, todos mis sirvientes, como procotolo, se arrrodillaron ante mi, incluida mi esposa, Anat que, se levantó de su trono para hacer lo mismo.

Una vez que terminaron avanzé hasta llegar donde mi amada.

- Querida- dije mientras cogía la mano de Anat para besarsela.

- Amor, que, ¿Estas nervioso? Dentro de unos minutos podrás sentarte haí - dijo mientras miraba mi futuro trono, al que todavía no podía sentarme hasta que la fiesta no comenzase y fuese entronizado oficialmente.

- No estoy nervioso, si no, impaciente, esto de las celebraciones no me gusta, viene un número de gente exagerada, y que la corte halla aceptado que las divinidades puedan traer a cualquier invitado de cualquier clase social me gusta menos, puede que incluso se metan ladrones y nosotros como si nada.

- Cariño, deja de preocuparte, aceptamos eso y lógicamente pusimos más seguridad, van a ir anotando a cada persona y a qué clase social pertenece por si acaso, tú solo disfruta de esta última fiesta.

- Sí, será lo mejor- contesto mientras suspiro - Y tu ¿que? ¿No estás nerviosa?

- ¿Yo? ¿Por qué ha de estarlo? No es mi día si no el tuyo.

- Ya, pero te volverás reina oficialmente.

- Si bueno, pero mi opinión solo vale aquí en la corte y nada más, y la gente solo me tendrá respeto por miedo hacia tí, seguramente acaben siendo tres personas las que vengan hoy a saludarme a mi personalmente.

- Eres bella, estoy seguro que vendrán más de tres.

- Quizás sí, quizás no, de todas formas eso no importa- se puso de pie- venga colócate, la corte ya a llegado y los invitados estarán a nada de entrar.

Y efectivamente así era, fuera del templo habia un número inimaginable de gente mientras que dos guardas vigilaban quien entraba y quién no.

Volví al pasillo inicial, la gente tenía que verme saliendo gloriosamente una vez me fuesen a coronar. Después de un rato la gente, una vez los guardias abrieron las puertas, comenzo a apabullarse en la sala, una vez entre, toda la estancia quedo en un sepulcral silencio.

Subí algunos escalones y me giré hacia mi público, mire a todos a mi alrededor, había mucha gente demasiadas caras que no conocía de nada, muchas personas a las que nunca había visto pero que sin embargo confiaban en mí y me admiraban.

La corte esta en una posición más alta que la gente corriente, pero yo estaba unos escalones mas arriba.

-Atención, atención, todos por favor-comencé- me gustaría hablarles antes de mi coronación. Como ya saben, mi querido padre, antiguo Faraón de Egipto , que en paz descanse, fue un gran monarca, que supo proteger a todos los mortales de los peligros, y ahora, gracias a él me toca a mí, así que corte si os hace el honor-así finalicé el pequeño discurso inicial, le di el paso para Aha, el segundo miembro más importante de la corte. Comenzó a hablar mientras subia los escalones hasta llegar a mi con la gran corona que por fin me pertenecía.

Esa corona que siempre vi en la cabeza de mi padre, me di la vuelta exactamente como había practicado una y otra vez pero esta vez por fin me podría sentar, empece a subir las escaleras como habia practicado cientos de veces hasta llegar a mi trono, cuando me volví, la gente esta preparada para arrodillarse una vez me sentase, y asi lo hicieron una vez ocupe mi lugar mientras que Aha subía detrás de mí. Cuando llegué al penúltimo escalón justo antes de llegar al trono me di la vuelta, enfrente mío solamente veía la cara arrugada de mi coronante, este sin darse la vuelta dijo:

-El día de hoy, como tantos han esperado, y como los dioses me han otorgado, yo Aha, te corono Faraón de estas tierras.

Aha se arrodilló ante mí en los escalones y asi todos pudieron verme como me daba la corona a las manos, como comenzaba a levantarla sobre mi cabeza y poco a poco bajandola hasta que cubrió toda mi cabeza.

Todo el mundo, de repente, se pusieron rectos y todos poco a poco comenzaron a arrodillarse, era raro la sensación todo el mundo arrodillado ante mí como si me conociesen, como si me quisiesen, no tenía sentido, todos mostraban respeto, incluso se notaba la admiración. Mi mujer, a la que no conozco del todo bien, a la que nunca he querido ni sabido amar lo suficiente, tambien estaba gacha.

Sin entender por qué miré todas esas cabezas agachadas ante mí, menos una entre tanta gente, entre tanto tumulto, no estaba agachada, la de él estaba mirándome intensamente.

Mis ojos se chocaron con él, de repente mi corazón dio un vuelco y una oleada de muchos sentimientos juntos que no se descifrar me invaden, como si muchos bochos me entrasen en la boca has lo mas hondo del estómago. Me gritan tantas cosas que no se averiguar, solamente le miraba a él, a sus dos ojos, a sus dos ojos verdes, desde esta distancia se veia perfectamente su tono, un verde olivo, un verde hipnótico. El mundo ha como desaparecido, ya no hay ni cabezas ya no hay ni admiración, ya no veo ni respeto, solamente le veo a él, como si estuviese delante mío, como si estuviésemos a centimetros en una habitación cerrada, sin nadie más alrededor, si estiro mi mano siento que piedo pasarla sobre su nariz transpirada, sobre sus labios carnosos, sobre su pelo castaño enmarañado, y definidos rizos. Puedo sentir su respiración, puedo sentir los latidos de su corazón, no entiendo que me pasa, no sé si me gusta no sé si es horrible, y no entiendo por qué tengo tantas ganas de gobernar si creo que ya no sé ni cómo hacerlo.

Todos alzaron la cabeza y sonrieron.

- Así que, por el poder que se me otorga, Min, te deseo un feliz mandato...

- Sea alabado el nuevo Faraón de Egipto - dijeron todos al unísono.

Morir De AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora